Oyó el
ruido de pisadas en la hierba. No estaba solo. Había salido corriendo hacia el
campo de girasoles y allí se aplastó. Quedó inmóvil, con el oído alerta. Pensaba
que nadie lo había seguido. A cien metros la hilera que formaban las traseras
de las casas. Contuvo la respiración, tenía seca la garganta, ´se escuchaba un
conteo monótono que se detuvo de pronto «Ronda, ronda, ¡quién no se haya
escondido que se esconda!».
Después de ese día nada fue igual. Cruzaban miradas cómplices, buscaban cualquier excusa para coincidir, enlazaban las manos cuando nadie los veía. Siempre con ese nerviosismo que produce la clandestinidad. Su amor se consolidó con rapidez, sus escarceos fueron subiendo de tono hasta que, pasados unos años, oficializaron su relación con el beneplácito de sus progenitores. Alonso pidió la entrada en casa de la novia a su futuro suegro, prometiendo seguir el decoro y las buenas costumbres. Podía estar seguro de que su amor era sincero y de que nada le faltaría a su hija.
Un mes más tarde lo alistaron.
La “quinta del biberón” la bautizaron. Todavía no había cumplido los
dieciocho. Para Elvira supuso una conmoción. La guerra no había llegado a su apartado
pueblo, pero era necesario suministrar soldados para la causa. Se le hacía
inimaginable separarse de su amado y vivir en una incertidumbre continua.
Al amanecer el soldado abandonó su casa llevando una maleta de madera, acompañado de su padre. Se encaminó a paso lento, con el mentón caído y la mirada fija en el suelo, hacia la plaza. Allí un camión con el motor arrancado estaba esperando. Subió a la caja junto a otros cuantos jóvenes de la población. El vehículo se puso en marcha y desapareció al girar en una cercana bocacalle. El ruido se fue extinguiendo poco a poco.
Los llevaron a un cuartel para darles unas someras indicaciones sobre el manejo del fusil y el modo de actuar en el frente. Tras la batalla del Ebro fue hecho prisionero por el ejército republicano. En su retirada les hicieron cruzar la frontera. Cuando la guerra acabó, estuvo encarcelado por haber pertenecido al ejército franquista. La segunda guerra mundial sobrevino casi de inmediato. De nuevo fue obligado a combatir. Cuando acabó la contienda y le anunciaron que no tenía causas pendientes buscó un empleo en territorio francés. Lo encontró en una fundición. En la prueba ante el oficial mostró desenvoltura. Su padre era el herrero del pueblo.
Nunca olvidó su
compromiso. Reanudó la correspondencia tras todos estos avatares. Le llegó el
mazazo a la vuelta del correo. Supo que Elvira se había casado y había dado a
luz un hijo. A pesar de ello decidió retornar en cuanto reunió el dinero
suficiente para el viaje. Un sentimiento
íntimo lo empujaba. Añoraba todas las vivencias experimentadas en su infancia y
juventud.
Habían transcurrido
doce años desde que se despidieron y al llegar a su lugar de origen se sintió
como un extraño. No culpaba a Elvira, las circunstancias se habían confabulado
contra ellos. No debía haber ido. Todo se había trastocado. Se le hacía muy
duro verla todos los días. Podría establecer una tibia amistad, pero eso sería
aún peor. Decidió volver a Francia de nuevo. Sus padres habían fallecido, nada
lo ataba ya. Antes de partir quiso verse a solas con la mujer que había acaparado
sus sueños, empresa complicada en la España de aquellos días.
Se valió de Tasio, amigo de la infancia de ambos. Le
dijo a Elvira que acudiera a su casa. Tenía que comentarle un asunto de vital importancia.
A ella le extrañó tanto misterio. Cuando franqueó la puerta, la oscuridad era
absoluta, las contraventanas estaban cerradas. Volteó la palomilla, se iluminó
la estancia y ¡allí estaba su girasol! Un volcán interior invadió su cuerpo. No
pensó en que podían haberla visto entrar. Una fuerza irrefrenable la impulsaba
hacia Alonso. Sin mediar palabra empezó a recorrerlo a besos, a mordisquearle
las orejas, apretándolo hacia sí. Este, sorprendido, tardó en corresponder. «He
soñado tantas veces con este momento», murmuró ella entre sollozos. Se dejaron
caer poco a poco mientras se iban desvistiendo el uno al otro. Se tumbaron
desnudos sin importarles el basto enlosado de barro. Años de deseo largamente prorrogado
provocaron la ausencia de preliminares.
Después, vinieron las confesiones.
Acabada la guerra lo dieron oficialmente por muerto. Ella mantuvo la esperanza,
soportando un sonsonete constante por parte de amigos y familiares. Años más
tarde entró en relaciones con Samuel, hombre honrado, trabajador, buenazo y
terco, muy terco. La sometió a tal
asedio, salpimentado con atenciones constantes, que al final sucumbió. Meses
después de la boda llegó su primera carta. Estaba embarazada de Matías. El
corazón le dio un vuelco. Nunca podrían retomar su antigua relación. Tocaba
resignarse.
La tarde transcurrió en
un suspiro. Oyeron la voz de Tasio
desde la puerta trasera apremiando a Elvira. «Prepárate. Yo te aviso cuando
puedas salir». Se vistieron con nerviosismo, se cogieron las manos y volvieron
a fijar la mirada, amielada, tal como aquella lejana tarde del campo de
girasoles. Sabían que era una despedida para siempre.
Entrañable Salva.
ResponderEliminarGracias Jose!
EliminarPreciosa historia de amor
ResponderEliminarMuchas gracias!
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