martes, 13 de agosto de 2019

EL LLAVÍN


Tendida sobre la playa, María se quita el sujetador, cava con la espalda la arena tibia, se acomoda y siente un pinchazo. Lo que le saca de su ensimismamiento no es tan punzante como le parece a primera impresión, es más bien romo, pues le permite frotarse contra él sin que sienta dolor, sí una inoportuna molestia conforme va apretando conscientemente su cuerpo contra la arena.
         Se gira despacio para acabar con la incomodidad y satisfacer su curiosidad al mismo tiempo. Es una llave. No como las de ahora —pequeñas, planas y dentadas—, sino como las de antaño —oxidada por la sal, el agua y el tiempo—. Semejante a la de la casa de su abuela, «el llavín» como ella lo llamaba. Siempre le chocó el empleo del diminutivo a pesar de su gran tamaño. Este hallazgo inesperado le evoca aquellos veranos desinhibidos de la infancia adolescencia en que escapaba por un mes de la vigilancia paterna e iba a su aire. «En el mundo rural no existen la maldad ni los vicios de la gran urbe» —aseguraban sus progenitores.
Los abuelos eran más condescendientes. Si no liabas una catástrofe irremediable, ni dabas que decir a los lugareños con lo que ellos consideraban extravagancias o ligerezas, te dejaban en paz. Por eso cuando cometías un pecado tenías que poner cuidado de estar al socaire de miradas indiscretas. Sonreía al recordar lo prohibido en aquella época. Las primeras caladas a los bisontes que le arrancaban carraspeo, ahogo e irritación ocular. Nunca le vio la gracia al fumeteo, pero si quería pasar por mayor y que la aceptaran en la pandilla es lo que tocaba. Le resultaban más gratificantes y apetecibles aquellos chapuzones en las pozas del arroyo casi agonizante en verano. Los chavales iban a pescar a mano las carpas que quedaban aisladas. A ella le daba un poco de repelús, lo que unido a su falta de pericia hacía que se le resbalasen de las manos ¿Quién le habría decir que unas décadas más tarde iba a sentir una desesperación similar a la de aquellas boqueantes carpas? Quedaba admirada con la destreza de los muchachos. Negros como tizones, curtidos por la intemperie, con el torso desnudo, las piernas firmes y brillantes. El que tuvieran siempre las rodillas adornadas con desconchones, no era óbice para que su contemplación le produjera una agitación interior no experimentada hasta entonces.
         No sabría rebatir el dicho de que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Es cierto que nos lo parece, visto desde la distancia, pero también había leído en el manual de autoayuda que en nuestra memoria permanecen con más arraigo las vivencias positivas.

         Ahora está sola bajo el cielo moteado de pequeñas nubes, el sol cae a plomo caldeando el llavín que atesora. Esta sensación táctil difumina en su mente el recuerdo de los veranos de su infancia. Se lo cambia de mano y da un salto en el tiempo. Su memoria se posa ahora en otra llave que supuso un cambio ilusionante en su vida. Era joven y aún creía en el amor. Daniel le había convencido «Podremos asumirlo, una hipoteca a veinte años. Las mensualidades no resultan descabelladas. Está un poco lejos del centro, pero es nuevo, ventilado y tiene casi cincuenta metros». No sabía entonces que la vida es casi siempre devastadora. Procedió con sus padres como Daniel había procedido con ella. Les convenció, les embaucó, les decepcionó. Esa pena la lleva siempre muy dentro. Se estremece sólo con pensar en ese imbécil que a las primeras de cambio abandonó el nido sin previo aviso y le hizo abrir los ojos de golpe.  
         En este instante los tiene entrecerrados, reviviendo su viaje al pasado. Percibe de repente una ráfaga de aire ¿Cómo puede ser? Intenta centrarse, un liviano soplo en el oído le produce una sensación placentera, le eriza la piel, le provoca cosquillas debajo del ombligo.
—Tonto, que susto me has dado. No te sentí llegar.
—El sigilo es la principal estrategia de los depredadores. Esperamos pacientemente a que la presa baje la guardia para caer sobre ella sin remisión— dice Luis, engolando la voz a la manera de Félix Rodríguez de la Fuente.
— ¿Cómo puedes ser tan ganso?
— ¿Ganso? Te repito que soy un felino, que nunca descanso. Cuando pongo los ojos en una pieza el universo en su conjunto pasa a segundo plano hasta que sucumbe entre mis garras, aunque las hay muy astutas, que ponen las orejas tiesas en cuanto me atisban y emprenden veloz carrera.
—Luis déjalo. Ya tenemos una edad.
—Por eso echo mano de Félix, incluso podría hacerlo de Cousteau ahora que estamos a la orilla del mar. Relativizar de vez en cuando este mundo perturbado e intentar divertirse, incluso jugar, no está reñido con la edad, amiga mía.
— ¿Te merece la pena tanto esfuerzo, tanta perseverancia para conseguir un trofeo de caza menor? —desembucha María con aspereza.
—No sigas por esos derroteros gacela Thompson. ¿Por qué te fustigas una y otra vez? No te voy a compadecer si eso es lo que esperas de mí. Eres excepcional. Me jode mucho que no te valores, que pienses que tu tren ya pasó. Eres tú solita la que tienes que convencerte y volver a la vida.

Le ha conocido apenas cuatro días atrás. Necesitaba desconectar y contrató un paquete de una semana en la playa, lo máximo que permiten sus exiguas arcas. Desde el primer día tomó un interés inusitado hacia ella, la estaba sometiendo a un asedio casi empalagoso. Una voz interior que surge de lo más recóndito de su ser le pregunta de repente: «¿Por qué te haces este paripé? ¿Por qué sientes la necesidad de auto justificarte?» La verdad es que se ha removido en ella un sentimiento íntimo que pensaba extinguido. Luis no es un adonis: Barriga incipiente, ni alto ni bajo, cara redonda, colorada, ojos achinados. Todo ese conjunto le da un aspecto bonachón que se ha confirmado con el trato y las confidencias de estas jornadas. Su recelo está motivado por algo más profundo, más enraizado en su personalidad, en las muescas que han horadado la línea de su vida. Un auténtico desconocido de repente en su camino ¡Qué locura! ¿Cómo va a funcionar esa relación? Por contra la experiencia vivida constata que un noviazgo tradicional, con fases establecidas, con novio formal, con el visto bueno de sus padres le ha ido peor que mal.
Otra frase del manual le viene al vuelo: «Alguien especial no tiene por qué seguir un canon o unas pautas determinadas, no tiene que ser perfecto. Una persona es especial cuando para ti es especial, cuando te hace sentir importante» ¿Se debe dar una oportunidad a estas alturas de la película? Él lo tiene claro ¿Cómo puede estar tan seguro?
— ¿Qué andas rumiando por dentro, princesa? ¿Cómo puedes disiparte de esa manera teniendo delante al Sex Symbol de La Manga? —Al oírle esbozo una sonrisa casi imperceptible— ¡Qué sorpresa, la mujer de hielo sonríe! Esto supone un avance sensible.
—No tienes remedio —le dice simulando hastío.
—Tú sí. Lo tienes delante.
—Ya veo que no necesitas abuela ¿Sabes que el autobombo me exaspera?
—No te confundas María. Estás malinterpretando mi conducta y lo peor es que creo que lo haces adrede —dice con semblante serio—. Pienso —no lo consideres prepotencia—, que yo despierto en ti algo de interés, que te gusto, vamos. Tu hermetismo lejos de desanimarme me alienta. Estoy seguro de que mereces mucho la pena. No me gustan las grandes frases ni los diálogos grandilocuentes así que para concluir te voy a pedir un favor.
— ¿Qué quieres de mí?
—Que me des lo que aprietas en la mano con tanto afán.
— ¿El qué? ¿La llave?
—Sí, la llave de tu corazón.
Mientras pronuncia estas palabras en un susurro, subrepticiamente pega sus labios carnosos a los de ella. No se puede resistir, se desactivan de golpe todas sus cautelas y se la entrega.