Tendida sobre la playa,
María se quita el sujetador, cava con la espalda la arena tibia, se acomoda y
siente un pinchazo. Lo que le saca de su ensimismamiento no es tan punzante
como le parece a primera impresión, es más bien romo, pues le permite frotarse
contra él sin que sienta dolor, sí una inoportuna molestia conforme va
apretando conscientemente su cuerpo contra la arena.
Se gira despacio para acabar con la incomodidad y satisfacer
su curiosidad al mismo tiempo. Es una llave. No como las de ahora —pequeñas,
planas y dentadas—, sino como las de antaño —oxidada por la sal, el agua y el
tiempo—. Semejante a la de la casa de su abuela, «el llavín» como ella lo
llamaba. Siempre le chocó el empleo del diminutivo a pesar de su gran tamaño. Este
hallazgo inesperado le evoca aquellos veranos desinhibidos de la infancia
adolescencia en que escapaba por un mes de la vigilancia paterna e iba a su
aire. «En el mundo rural no existen la maldad ni los vicios de la gran urbe» —aseguraban
sus progenitores.
Los
abuelos eran más condescendientes. Si no liabas una catástrofe irremediable, ni
dabas que decir a los lugareños con lo que ellos consideraban extravagancias o
ligerezas, te dejaban en paz. Por eso cuando cometías un pecado tenías que poner cuidado de estar al socaire de miradas
indiscretas. Sonreía al recordar lo prohibido en aquella época. Las primeras
caladas a los bisontes que le
arrancaban carraspeo, ahogo e irritación ocular. Nunca le vio la gracia al
fumeteo, pero si quería pasar por mayor y que la aceptaran en la pandilla es lo
que tocaba. Le resultaban más gratificantes y apetecibles aquellos chapuzones
en las pozas del arroyo casi agonizante en verano. Los chavales iban a pescar a
mano las carpas que quedaban aisladas. A ella le daba un poco de repelús, lo que
unido a su falta de pericia hacía que se le resbalasen de las manos ¿Quién le
habría decir que unas décadas más tarde iba a sentir una desesperación similar
a la de aquellas boqueantes carpas? Quedaba
admirada con la destreza de los muchachos. Negros como tizones, curtidos por la
intemperie, con el torso desnudo, las piernas firmes y brillantes. El que
tuvieran siempre las rodillas adornadas con desconchones, no era óbice para que
su contemplación le produjera una agitación interior no experimentada hasta
entonces.
No sabría rebatir el dicho de que «cualquier tiempo pasado
fue mejor». Es cierto que nos lo parece, visto desde la distancia, pero también
había leído en el manual de autoayuda que en nuestra memoria permanecen con más
arraigo las vivencias positivas.
Ahora está sola bajo el cielo moteado de pequeñas nubes, el
sol cae a plomo caldeando el llavín que atesora. Esta sensación táctil difumina
en su mente el recuerdo de los veranos de su infancia. Se lo cambia de mano y
da un salto en el tiempo. Su memoria se posa ahora en otra llave que supuso un
cambio ilusionante en su vida. Era joven y aún creía en el amor. Daniel le
había convencido «Podremos asumirlo, una hipoteca a veinte años. Las
mensualidades no resultan descabelladas. Está un poco lejos del centro, pero es
nuevo, ventilado y tiene casi cincuenta metros». No sabía entonces que la vida
es casi siempre devastadora. Procedió con sus padres como Daniel había
procedido con ella. Les convenció, les embaucó, les decepcionó. Esa pena la lleva
siempre muy dentro. Se estremece sólo con pensar en ese imbécil que a las
primeras de cambio abandonó el nido sin previo aviso y le hizo abrir los ojos
de golpe.
En este instante los tiene entrecerrados, reviviendo su
viaje al pasado. Percibe de repente una ráfaga de aire ¿Cómo puede ser? Intenta
centrarse, un liviano soplo en el oído le produce una sensación placentera, le eriza
la piel, le provoca cosquillas debajo del ombligo.
—Tonto,
que susto me has dado. No te sentí llegar.
—El
sigilo es la principal estrategia de los depredadores. Esperamos pacientemente
a que la presa baje la guardia para caer sobre ella sin remisión— dice Luis,
engolando la voz a la manera de Félix Rodríguez de la Fuente.
—
¿Cómo puedes ser tan ganso?
—
¿Ganso? Te repito que soy un felino, que nunca descanso. Cuando pongo los ojos
en una pieza el universo en su conjunto pasa a segundo plano hasta que sucumbe
entre mis garras, aunque las hay muy astutas, que ponen las orejas tiesas en
cuanto me atisban y emprenden veloz carrera.
—Luis
déjalo. Ya tenemos una edad.
—Por
eso echo mano de Félix, incluso podría hacerlo de Cousteau ahora que estamos a la orilla del mar. Relativizar de vez
en cuando este mundo perturbado e intentar divertirse, incluso jugar, no está
reñido con la edad, amiga mía.
—
¿Te merece la pena tanto esfuerzo, tanta perseverancia para conseguir un trofeo
de caza menor? —desembucha María con aspereza.
—No
sigas por esos derroteros gacela Thompson.
¿Por qué te fustigas una y otra vez? No te voy a compadecer si eso es lo que
esperas de mí. Eres excepcional. Me jode mucho que no te valores, que pienses que
tu tren ya pasó. Eres tú solita la que tienes que convencerte y volver a la vida.
Le
ha conocido apenas cuatro días atrás. Necesitaba desconectar y contrató un
paquete de una semana en la playa, lo máximo que permiten sus exiguas arcas.
Desde el primer día tomó un interés inusitado hacia ella, la estaba sometiendo
a un asedio casi empalagoso. Una voz interior que surge de lo más recóndito de
su ser le pregunta de repente: «¿Por qué te haces este paripé? ¿Por qué sientes
la necesidad de auto justificarte?» La verdad es que se ha removido en ella un
sentimiento íntimo que pensaba extinguido. Luis no es un adonis: Barriga
incipiente, ni alto ni bajo, cara redonda, colorada, ojos achinados. Todo ese
conjunto le da un aspecto bonachón que se ha confirmado con el trato y las confidencias
de estas jornadas. Su recelo está motivado por algo más profundo, más enraizado
en su personalidad, en las muescas que han horadado la línea de su vida. Un
auténtico desconocido de repente en su camino ¡Qué locura! ¿Cómo va a funcionar
esa relación? Por contra la experiencia vivida constata que un noviazgo
tradicional, con fases establecidas, con novio formal, con el visto bueno de sus
padres le ha ido peor que mal.
Otra
frase del manual le viene al vuelo: «Alguien especial no tiene por qué seguir
un canon o unas pautas determinadas, no tiene que ser perfecto. Una persona es
especial cuando para ti es especial, cuando te hace sentir importante» ¿Se debe
dar una oportunidad a estas alturas de la película? Él lo tiene claro ¿Cómo puede
estar tan seguro?
—
¿Qué andas rumiando por dentro, princesa? ¿Cómo puedes disiparte de esa manera
teniendo delante al Sex Symbol de La
Manga? —Al oírle esbozo una sonrisa casi imperceptible— ¡Qué sorpresa, la mujer
de hielo sonríe! Esto supone un avance sensible.
—No
tienes remedio —le dice simulando hastío.
—Tú
sí. Lo tienes delante.
—Ya
veo que no necesitas abuela ¿Sabes que el autobombo me exaspera?
—No
te confundas María. Estás malinterpretando mi conducta y lo peor es que creo
que lo haces adrede —dice con semblante serio—. Pienso —no lo consideres
prepotencia—, que yo despierto en ti algo de interés, que te gusto, vamos. Tu
hermetismo lejos de desanimarme me alienta. Estoy seguro de que mereces mucho
la pena. No me gustan las grandes frases ni los diálogos grandilocuentes así
que para concluir te voy a pedir un favor.
—
¿Qué quieres de mí?
—Que
me des lo que aprietas en la mano con tanto afán.
—
¿El qué? ¿La llave?
—Sí,
la llave de tu corazón.
Mientras
pronuncia estas palabras en un susurro, subrepticiamente pega sus labios
carnosos a los de ella. No se puede resistir, se desactivan de golpe todas sus
cautelas y se la entrega.
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