Manolo y Bernabé se están mirando sin
verse, sentados, uno enfrente del otro, en la sala de espera. Sagrario empapa
el pañuelo y pide a su marido el suyo para seguir enjugando lágrimas. No han
logrado hacerse al papel, a los Kleenex. Se está sonando las narices en
este momento. Carmen, con gesto mecánico, observa la pantalla del móvil. Se
acumulan los wasaps, pero no tiene ánimo para contestarlos. Tampoco las
llamadas, de momento. Ha silenciado el teléfono. No saben nada todavía. No son
conscientes de lo agobiantes que llegan a ser sus muestras de interés en estos
momentos.
¡Familiares de Rafael Navarro! ¡Acudan a
admisión!
Los cuatro cuerpos abotargados,
adquieren rigidez. Se incorporan. Bernabé hace un conato de acudir a la
llamada, pero Manolo le pasa por delante y lo aparta bruscamente con el brazo.
—Abuelo,
¿dónde va? Espere aquí. Vamos los padres. Carmen, apúrate.
—Sigan la línea amarilla y
entren en la primera consulta que se encuentren a la derecha, nada más doblar
la esquina. La número 4.
La puerta está abierta. Hay
dos sanitarios dentro. Uno sentado detrás de la mesa, que debe de ser el doctor,
no levanta la vista. Está revisando unos papeles. El que está de pie los saluda
con media sonrisa y los invita a sentarse. Los rodea y se sitúa frente a ellos.
Se sienta junto a su colega y les hace un gesto, con la palma de la mano, intentándoles
transmitir tranquilidad. Toca a su compañero en el hombro. Este voltea los
informes, posa la mano derecha sobre ellos, los mira a los ojos y comienza a
hablar.
—Buenas noches. Somos el
doctor Sugrañes, neurólogo —señala a su compañero— y Lupiáñez, traumatólogo.
Jefes del equipo que está atendiendo a su hijo. Antes de ir a los detalles, les
doy el diagnóstico. Pueden estar razonablemente tranquilos. Las próximas
cuarenta y ocho horas son cruciales, pero pensamos que Rafael tiene muchas
posibilidades de recuperación.
Los informan de que ha
sufrido un traumatismo craneoencefálico severo y se le ha formado un coágulo en
el cerebro, muy localizado. El derrame está descartado después de la
exploración y de las pruebas complementarias, que han consistido en una ecografía
y una resonancia magnética. En esas edades lo más habitual es que se reabsorba
en un tiempo razonable. Les hablan de un mes, dos a lo sumo y de que no le
dejará secuelas.
Suspiran aliviados.
—¿Cuándo nos lo podremos
llevar a casa? —Pregunta Manolo.
—No lo sabemos, pero lo
importante es asegurarnos de que todo está bien y de que no va a haber recaída
antes de que abandone el hospital.
Les explican que va a
permanecer ingresado varios días en observación, para comprobar la evolución.
Le administrarán analgésicos y antiinflamatorios por vía intravenosa. En una
semana, dos a más tardar, si todo sigue el curso previsto, se le dará el alta y
continuará la recuperación en su domicilio.
Carmen no comprende la
pregunta de su marido. Se debe, sin duda, a las horas de angustia que han
soportado. Qué más da si le dan el alta unos días antes o unos días después. La
noticia de que su hijo va a salvar la vida y de que no arrastrará secuelas ha
supuesto una liberación. La descripción del estado en que había quedado Rafa
por algunas de las madres que estaban presentes durante el accidente, con las
que han podido hablar, no les hacían presagiar nada bueno. El mutismo y el abatimiento
de sus padres le habían puesto el alma en un hilo.
Mireia está en casa de una amiga. Su padre es el que salió corriendo en el parque y no pudo llegar a tiempo. Se le nota afectada. A pesar de su corta edad, de que están alternando juegos todo el rato y de que su amiga es bastante activa y dicharachera, Mireia está preocupada por Rafa. Están juntos casi todo el día y nota su ausencia. Le viene la imagen de la caída, los chillidos de los adultos, el revuelto, el ir y venir de los vecinos, la aparición de la ambulancia a gran velocidad con la sirena encendida y… rompe a llorar.
Manolo, veladamente, echa la culpa de lo sucedido a sus suegros. No han estado pendientes. No lo dice, pero ciertas insinuaciones cabrean a Carmen. Quiere aclararlo, pero él no suelta prenda.
—¿Quieres decir que han sido
ellos lo culpables de lo que le ha pasado a Rafa?
—Yo no he dicho eso, pero
después de este susto convendrás conmigo en que no pueden seguir haciéndose
cargo de los niños.
—Ha sido un accidente. Podía
haber pasado cuando estábamos nosotros a su cuidado.
—Ni te quito la razón ni te
la doy.
—No sé por qué te pones tan
enigmático. Dime lo que piensas y punto, aunque lo he deducido estos días.
—
Ahora
resulta que tienes poderes.
— El poder de la observación.
Tu actitud, tu desdén cuando hablas de mis padres. No les has ido a reconfortar
en ningún momento. Ni una palabra de aliento.
— Me resultan violentas las
muestras de afecto. A los chicos nos cuestan más. Ya sabes.
—No empieces con los tópicos
porque me mosquean esas generalizaciones de brocha gorda. Ni chicos ni chicas.
Estás resentido y me parece injusto.
—Sabía que, tarde o
temprano, ibas a montar la escenita. He sido amable con ellos.
—Algún formalismo cuando te
has visto obligado para salir del paso, sin ninguna convicción. Eso se nota a
la legua. No quiero ni pensar si a Rafa le hubiese pasado algo grave.
—
Carmen,
vamos a dejarlo. Tengo una reunión y ya voy tarde.
—
Casualmente…
—
Vale
ya de suposiciones. Esta noche continuamos si es lo que quieres.
Carmen solicita una semana
de permiso en el trabajo cuando le dan el alta en el hospital. En lo que sí que
está de acuerdo con Manolo es en que hay que liberar a sus padres de la tarea
de cuidar de Rafa y Mireia. Están mayores y los reflejos les fallan. Fue
imbécil por ceder a la postura egoísta de su marido y ahora le pesa, porque
después del episodio del parque van a pensar que se lo echan en cara. Manolo se
empeñó y ahora parece como si hubiese sido al revés. Es muy hábil y ladino.
—¿Qué?
—Que pidas una semana de
permiso para cuidar a Rafa y llevar al colegio a Mireia. Puede estar sola media
hora que es lo que tardas.
—Eso es un apaño. Hay que
pensar a largo plazo. Una vez descartados tus padres lo mejor es que pidas la
cuenta.
—¿Perdona?
Al ver la rojez que había adquirido
en pocos segundos el rostro de Carmen, Manolo intenta rectificar sobre la
marcha.
—A lo mejor sería suficiente
con que vuelvas a la media jornada.
—No. Otra vez no. Ya me he
sacrificado bastante por esta familia.
—Con mi sueldo nos podremos
apañar y con el tuyo no. Realismo mágico.
—Realismo puñetas. Has
podido ascender en la empresa porque has tenido continuidad y yo me he
propuesto tenerla. Mis compañeras y mi jefa están contentas con mi labor, me
están proponiendo proyectos ilusionantes y no voy a volver a la media jornada.
Es más, voy a trabajar más horas, aunque sea en casa.
—¿Y qué hacemos con los
niños?
—Propón tú algo como novedad.
Bueno, siendo honestos, ya planteaste lo de mis padres y no ha salido bien. Así
que se me ocurre…¡Una reducción de jornada para el caballero!
—Si me la conceden, cosa que
dudo, sería mi tumba laboral.
Carmen es ilustradora. Después
de su última reincorporación han formado un equipo potente. La jefa no oculta
su satisfacción con las ideas que propone y desarrolla, así como la
profesionalidad que está demostrando. Aprovechó el cuidado de los niños para
hacer un curso on line, de ilustración e impresión digital. Los últimos
avances en software y herramientas de última generación en su ámbito. Bastante
caro, pero le ha venido fenomenal para reciclarse e intentar ponerse al nivel
de sus compañeros tras la ausencia. Los clientes están satisfechos y los
encargos aumentan de forma considerable. Es un mundo en constante evolución. Le
resulta edificante y, con respecto a la nómina, también lo está notando. No es
un dinero para complementar el sueldo de Manolo. Si sigue así pueden llegar a
igualarse en el salario en un tiempo prudencial. Ahora está haciendo formación,
vía web, a cargo de la empresa. No está dispuesta a perder todo eso.
—¿Y trabajar desde casa? Esa
jefa tan comprensiva y empoderada, que está tan contenta con tu «labor» no creo
que se fuera a negar.
—¿A qué viene ese retintín? No,
Manolo. Algún día suelto, si pasase algo imprevisto, puedo faltar o
teletrabajar, pero está gestionando un equipo, necesitamos mantener un feedback
constante, con ella y entre nosotras…
—Eso de usar anglicismos
para darse importancia está de capa caída.
—…debates, contrastes,
tormentas de ideas, que son mucho más intensas cuando se trabaja codo con codo.
—Eso pinta muy bien, Carmen,
pero te repito que no puedo reducir el horario a la mitad. Media hora, una a lo
sumo.
Los abuelos van de visita de
vez en cuando. Manolo y Bernabé siempre han mantenido las distancias, pero se
respetaban e incluso hacían alguna bromilla sobre la cuestión. Desde el incidente, Manolo no los mira con
buenos ojos, no relaja su rictus serio y ellos se sienten cohibidos. Carmen ha
tenido que esforzarse para convencerlo y dejar a los niños a dormir algún
viernes o sábado con sus padres, como hacían antes si habían quedado para ir al
teatro o a cenar fuera.
Los padres de Manolo viven
en el pueblo y van algún fin de semana a verlos, pero no muy a menudo. A él
tampoco le gusta el ambiente pueblerino, está desconectado de todas sus amistades
y las preguntas «perniciosas» de los vecinos le exasperan. Considera que el
mundo rural no les puede aportar nada a los niños. Únicamente ideas y
costumbres obsoletas.
Cada vez están más tirantes
por distintos asuntos y el diferente enfoque que pretende darles cada uno.
Carmen precisa desahogarse con alguien, contarle sus miedos y sus dudas. Su
madre no le sirve en esos menesteres porque en cuanto le diga que tienen
problemas de pareja, se va a poner a hacer pucheros y a decirle que separarse
es lo último, que ahora no aguantan desavenencias y, a continuación, le soltará
todo el catecismo. ¡Qué pereza!
Duda si llamarla o ponerle un wasap. Mejor lo
primero, es más inmediato, aunque haya quedado anticuado. Está angustiada y cree
que oír su voz será como un bálsamo.
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