jueves, 5 de junio de 2025

Jubilados disponibles (II) «Carmen»

 

Manolo y Bernabé se están mirando sin verse, sentados, uno enfrente del otro, en la sala de espera. Sagrario empapa el pañuelo y pide a su marido el suyo para seguir enjugando lágrimas. No han logrado hacerse al papel, a los Kleenex. Se está sonando las narices en este momento. Carmen, con gesto mecánico, observa la pantalla del móvil. Se acumulan los wasaps, pero no tiene ánimo para contestarlos. Tampoco las llamadas, de momento. Ha silenciado el teléfono. No saben nada todavía. No son conscientes de lo agobiantes que llegan a ser sus muestras de interés en estos momentos.

¡Familiares de Rafael Navarro! ¡Acudan a admisión!

Los cuatro cuerpos abotargados, adquieren rigidez. Se incorporan. Bernabé hace un conato de acudir a la llamada, pero Manolo le pasa por delante y lo aparta bruscamente con el brazo.

            —Abuelo, ¿dónde va? Espere aquí. Vamos los padres. Carmen, apúrate.

—Sigan la línea amarilla y entren en la primera consulta que se encuentren a la derecha, nada más doblar la esquina. La número 4.

La puerta está abierta. Hay dos sanitarios dentro. Uno sentado detrás de la mesa, que debe de ser el doctor, no levanta la vista. Está revisando unos papeles. El que está de pie los saluda con media sonrisa y los invita a sentarse. Los rodea y se sitúa frente a ellos. Se sienta junto a su colega y les hace un gesto, con la palma de la mano, intentándoles transmitir tranquilidad. Toca a su compañero en el hombro. Este voltea los informes, posa la mano derecha sobre ellos, los mira a los ojos y comienza a hablar.

—Buenas noches. Somos el doctor Sugrañes, neurólogo —señala a su compañero— y Lupiáñez, traumatólogo. Jefes del equipo que está atendiendo a su hijo. Antes de ir a los detalles, les doy el diagnóstico. Pueden estar razonablemente tranquilos. Las próximas cuarenta y ocho horas son cruciales, pero pensamos que Rafael tiene muchas posibilidades de recuperación.

Los informan de que ha sufrido un traumatismo craneoencefálico severo y se le ha formado un coágulo en el cerebro, muy localizado. El derrame está descartado después de la exploración y de las pruebas complementarias, que han consistido en una ecografía y una resonancia magnética. En esas edades lo más habitual es que se reabsorba en un tiempo razonable. Les hablan de un mes, dos a lo sumo y de que no le dejará secuelas.

Suspiran aliviados.

—¿Cuándo nos lo podremos llevar a casa? —Pregunta Manolo.

—No lo sabemos, pero lo importante es asegurarnos de que todo está bien y de que no va a haber recaída antes de que abandone el hospital.

Les explican que va a permanecer ingresado varios días en observación, para comprobar la evolución. Le administrarán analgésicos y antiinflamatorios por vía intravenosa. En una semana, dos a más tardar, si todo sigue el curso previsto, se le dará el alta y continuará la recuperación en su domicilio.

Carmen no comprende la pregunta de su marido. Se debe, sin duda, a las horas de angustia que han soportado. Qué más da si le dan el alta unos días antes o unos días después. La noticia de que su hijo va a salvar la vida y de que no arrastrará secuelas ha supuesto una liberación. La descripción del estado en que había quedado Rafa por algunas de las madres que estaban presentes durante el accidente, con las que han podido hablar, no les hacían presagiar nada bueno. El mutismo y el abatimiento de sus padres le habían puesto el alma en un hilo.

Mireia está en casa de una amiga. Su padre es el que salió corriendo en el parque y no pudo llegar a tiempo. Se le nota afectada. A pesar de su corta edad, de que están alternando juegos todo el rato y de que su amiga es bastante activa y dicharachera, Mireia está preocupada por Rafa. Están juntos casi todo el día y nota su ausencia. Le viene la imagen de la caída, los chillidos de los adultos, el revuelto, el ir y venir de los vecinos, la aparición de la ambulancia a gran velocidad con la sirena encendida y… rompe a llorar.

Manolo, veladamente, echa la culpa de lo sucedido a sus suegros. No han estado pendientes. No lo dice, pero ciertas insinuaciones cabrean a Carmen. Quiere aclararlo, pero él no suelta prenda.

—¿Quieres decir que han sido ellos lo culpables de lo que le ha pasado a Rafa?

—Yo no he dicho eso, pero después de este susto convendrás conmigo en que no pueden seguir haciéndose cargo de los niños.

—Ha sido un accidente. Podía haber pasado cuando estábamos nosotros a su cuidado.

—Ni te quito la razón ni te la doy.

—No sé por qué te pones tan enigmático. Dime lo que piensas y punto, aunque lo he deducido estos días.

   Ahora resulta que tienes poderes.

— El poder de la observación. Tu actitud, tu desdén cuando hablas de mis padres. No les has ido a reconfortar en ningún momento. Ni una palabra de aliento.

— Me resultan violentas las muestras de afecto. A los chicos nos cuestan más. Ya sabes.

—No empieces con los tópicos porque me mosquean esas generalizaciones de brocha gorda. Ni chicos ni chicas. Estás resentido y me parece injusto.

—Sabía que, tarde o temprano, ibas a montar la escenita. He sido amable con ellos.

—Algún formalismo cuando te has visto obligado para salir del paso, sin ninguna convicción. Eso se nota a la legua. No quiero ni pensar si a Rafa le hubiese pasado algo grave.

   Carmen, vamos a dejarlo. Tengo una reunión y ya voy tarde.

   Casualmente…

   Vale ya de suposiciones. Esta noche continuamos si es lo que quieres.

 

Carmen solicita una semana de permiso en el trabajo cuando le dan el alta en el hospital. En lo que sí que está de acuerdo con Manolo es en que hay que liberar a sus padres de la tarea de cuidar de Rafa y Mireia. Están mayores y los reflejos les fallan. Fue imbécil por ceder a la postura egoísta de su marido y ahora le pesa, porque después del episodio del parque van a pensar que se lo echan en cara. Manolo se empeñó y ahora parece como si hubiese sido al revés. Es muy hábil y ladino.

Bernabé y Sagrario van recuperándose, poco a poco, y alejando ese sentimiento de culpa que les ha tenido bastantes días acogotados, sin ganas de nada.  Carmen se lo ha explicado de la mejor manera que ha sido capaz. Para ellos ha supuesto un alivio. Los refuerza con besos y abrazos, pero sin pasarse. Nunca ha sido muy expansiva en los cariños y ellos lo percibirían como una indulgencia tras un grave error. Los niños son más espontáneos y naturales. Quieren a sus abuelos, se lo pasan bien cuando están con ellos. Son curiosos, les preguntan por qués a todas horas y aprenden mucho de su experiencia vital. Un rato con Rafa y Mireia jugando al cinquillo o a las damas les levanta el ánimo. Es un remedio mucho más agradable e inocuo que un ansiolítico. 

 Cuando pasa la semana, Carmen le dice a Manolo que Rafa todavía no está para volver al cole, que ahora le toca a él.

—¿Qué?

—Que pidas una semana de permiso para cuidar a Rafa y llevar al colegio a Mireia. Puede estar sola media hora que es lo que tardas.

—Eso es un apaño. Hay que pensar a largo plazo. Una vez descartados tus padres lo mejor es que pidas la cuenta.

—¿Perdona?

Al ver la rojez que había adquirido en pocos segundos el rostro de Carmen, Manolo intenta rectificar sobre la marcha.

—A lo mejor sería suficiente con que vuelvas a la media jornada.

—No. Otra vez no. Ya me he sacrificado bastante por esta familia.

—Con mi sueldo nos podremos apañar y con el tuyo no. Realismo mágico.

—Realismo puñetas. Has podido ascender en la empresa porque has tenido continuidad y yo me he propuesto tenerla. Mis compañeras y mi jefa están contentas con mi labor, me están proponiendo proyectos ilusionantes y no voy a volver a la media jornada. Es más, voy a trabajar más horas, aunque sea en casa.

—¿Y qué hacemos con los niños?

—Propón tú algo como novedad. Bueno, siendo honestos, ya planteaste lo de mis padres y no ha salido bien. Así que se me ocurre…¡Una reducción de jornada para el caballero!

—Si me la conceden, cosa que dudo, sería mi tumba laboral.

Carmen es ilustradora. Después de su última reincorporación han formado un equipo potente. La jefa no oculta su satisfacción con las ideas que propone y desarrolla, así como la profesionalidad que está demostrando. Aprovechó el cuidado de los niños para hacer un curso on line, de ilustración e impresión digital. Los últimos avances en software y herramientas de última generación en su ámbito. Bastante caro, pero le ha venido fenomenal para reciclarse e intentar ponerse al nivel de sus compañeros tras la ausencia. Los clientes están satisfechos y los encargos aumentan de forma considerable. Es un mundo en constante evolución. Le resulta edificante y, con respecto a la nómina, también lo está notando. No es un dinero para complementar el sueldo de Manolo. Si sigue así pueden llegar a igualarse en el salario en un tiempo prudencial. Ahora está haciendo formación, vía web, a cargo de la empresa. No está dispuesta a perder todo eso.

—¿Y trabajar desde casa? Esa jefa tan comprensiva y empoderada, que está tan contenta con tu «labor» no creo que se fuera a negar.

—¿A qué viene ese retintín? No, Manolo. Algún día suelto, si pasase algo imprevisto, puedo faltar o teletrabajar, pero está gestionando un equipo, necesitamos mantener un feedback constante, con ella y entre nosotras…

—Eso de usar anglicismos para darse importancia está de capa caída.

—…debates, contrastes, tormentas de ideas, que son mucho más intensas cuando   se trabaja codo con codo.

—Eso pinta muy bien, Carmen, pero te repito que no puedo reducir el horario a la mitad. Media hora, una a lo sumo.

Tienen una agarrada. Carmen nota en Manolo unos tintes machistas que hasta ahora no le habían parecido tan ostensibles. Al final llegan a un acuerdo. Se sacrificarán todos, infantes y adultos. Apuntan a los niños a «los primeros del cole», para desayunar y hacer alguna actividad antes de comenzar el horario lectivo. Los llevará Manolo todas las mañanas. Carmen se encargará de recogerlos por las tardes, tras «el ratito más», una actividad extraescolar de hora y media. Los apuntan a inglés y música.  El viernes los recogen en horario habitual, a las cuatro. Ese día Carmen tiene jornada continua.

 

Los abuelos van de visita de vez en cuando. Manolo y Bernabé siempre han mantenido las distancias, pero se respetaban e incluso hacían alguna bromilla sobre la cuestión.  Desde el incidente, Manolo no los mira con buenos ojos, no relaja su rictus serio y ellos se sienten cohibidos. Carmen ha tenido que esforzarse para convencerlo y dejar a los niños a dormir algún viernes o sábado con sus padres, como hacían antes si habían quedado para ir al teatro o a cenar fuera.

Los padres de Manolo viven en el pueblo y van algún fin de semana a verlos, pero no muy a menudo. A él tampoco le gusta el ambiente pueblerino, está desconectado de todas sus amistades y las preguntas «perniciosas» de los vecinos le exasperan. Considera que el mundo rural no les puede aportar nada a los niños. Únicamente ideas y costumbres obsoletas.

Cada vez están más tirantes por distintos asuntos y el diferente enfoque que pretende darles cada uno. Carmen precisa desahogarse con alguien, contarle sus miedos y sus dudas. Su madre no le sirve en esos menesteres porque en cuanto le diga que tienen problemas de pareja, se va a poner a hacer pucheros y a decirle que separarse es lo último, que ahora no aguantan desavenencias y, a continuación, le soltará todo el catecismo. ¡Qué pereza!

Necesita alguien más accesible, de su generación y que le dé la confianza suficiente. Se le ocurre quedar con Lucía, otrora su mejor amiga, pero el nacimiento de los críos y los vaivenes de la vida les han ido separando. No es que hayan discutido, se han ido alejando sin apenas percibirlo y espaciando cada vez más sus encuentros. Quedar en pareja fue un error, aunque era lo más lógico una vez consolidadas sus relaciones. En política y en fútbol los maridos están en las antípodas y les tocaba mediar para que cesasen las descalificaciones y la bronca no pasase a mayores. Cómo si no hubiese más cosas en la vida. Son primarios. Su experiencia con varones lo ha corroborado en un alto porcentaje. Ha caído en el tópico, lo que más detesta. Respira hondo.


 
Duda si llamarla o ponerle un wasap. Mejor lo primero, es más inmediato, aunque haya quedado anticuado. Está angustiada y cree que oír su voz será como un bálsamo.

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