miércoles, 21 de mayo de 2025

Jubilados disponibles

 

¡No te quites el anillo que te vas a constipar!

—Pues no le veo la gracia.

—Ponte en situación, mujer. Era la época del destape. Nadiuska está en la cama desnuda, Fernando Esteso entra en la habitación y, como no se lo espera, los ojos le hacen chiribitas, se frota las manos y suelta la frase de marras.

—Me lo has contado cien veces. Y después ella le dice «spasiva», a lo que Esteso responde: «¡Pues si llegas a ser activa!». Es un humor burdo, carca y ha envejecido fatal.

—Oye, que ahora los progres a lo carca han pasado a llamarlo vintage y con esa denominación pasa el tamiz de lo políticamente correcto.

—No digas chorradas. Esas pelis no pasan ningún tamiz por muy holgados que tenga los agujeros. Te repito, no me hacían ninguna gracia entonces, así que menos ahora. Me sorprende que a ti sí, aunque siempre hayas sido más simple que un puzle de dos piezas.

—¿No puedes rebatir sin faltar? Cada uno tiene sus gustos.

—Pero hay gustos absurdos.

—Serán mejor esas películas tediosas, con subtítulos, que me hacías ver en los Renoir, de autor. De vividor, más bien. Planas, lentas, en las que nunca pasa nada. Me tragué dos, pero rápido me sacudí las moscas. Te dejé sola con tu gurú, Angélica. Te engatusa de tal manera que todo lo que te sugiere pasas a adorarlo con fervor, aunque sea un esperpento.

—Tengamos la fiesta en paz. Vamos a cambiar de tema que este me enciende y no quiero empezar mal la mañana. Baja a por el pan y vamos a desayunar.

—Sí, que hoy podemos hacerlo a una hora decente.

—No empieces.

—¿Este asunto tampoco lo quieres tocar? No es tan banal, es más peliagudo.

Sagrario se irrita y se impacienta.

—¿Bajas de una puñetera vez o bajo yo?

—Vale, vale. Ya voy. 

Bernabé y Sagrario son una pareja de jubilados que tienen que madrugar tanto como cuando acudían al trabajo, porque se han comprometido a echar una mano a su hija Carmen en el cuidado de los nietos. Se lo pidió por favor. A Bernabé no le hizo ninguna gracia, pero, ante la explosión de júbilo de su mujer, no se atrevió a exteriorizarlo en ese momento. Una pequeña disensión, sí, aunque fue aplacada sin ambages. 

—Bueno, lo tendremos que hablar a solas ¿No te parece, Sagrario? Tenemos nuestros compromisos…

—Tonterías.

 —…Nuestras amistades en el Centro de la tercera edad. Actividades que nos sirven para no anquilosarnos.

— Qué mejor actividad que cuidar de tu familia.

—Si fuesen días puntuales, no digo que no.

— Para eso estamos. Parece mentira, Bernabé.

—Bueno, Papá, no había caído. Podemos buscar, a ver si encontramos a alguna niñera que los lleve al cole por la mañana y se esté, a la salida, un rato con ellos en el parque, les dé la merienda y espere hasta que lleguemos de nuestros trabajos.

—Serían los primeros abuelos que no estuviesen deseando disfrutar de sus nietos. Si a todos les encantan —opinó, Manolo, el yerno—. Además, los martes estoy en casa, teletrabajo. Ese día libráis. Y los fines de semana, claro está.

Bernabé no contestó, en espera de matizarlo con Sagrario cuando llegasen a casa, pero no mostró ningún entusiasmo. Carmen se dio cuenta de que los habían puesto en un compromiso, que no tenían derecho a pedírselo. Manolo la había convencido. Llegaban justos a fin de mes y se ahorrarían un dinero curioso, aparte de que los abuelos estarían deseando. Se dio cuenta tarde de que esta última afirmación era gratuita.

Rafa, de cinco años y Mireia, de seis, están para comérselos. El pequeño estaba terminando el ciclo infantil, Carmen había empezado a trabajar a jornada completa y les pidieron que les ayudasen.

Cuando llegaron a casa Bernabé soltó su perorata. Había estado aguantando el tirón en casa de su hija y durante el trayecto en el coche, tampoco quiso alterarse, porque en su persona se cumplía el tópico de que los hombres no pueden hacer dos cosas al mismo tiempo. No quería discutir ni alterarse mientras conducía. Se lo guardó para la intimidad del hogar.

—Joder, Sagrario. Nosotros ya hemos criado a nuestra hija y ahora nos tocaba disfrutar de la jubilación. Lo tenemos hablado.

—¿Y estar con tus nietos no es un disfrute? Son tan ricos… y casi no los vemos.

—Pues te vas a hartar como no llames ahora mismo para aclarar este entuerto en el que me has metido sin comerlo ni beberlo.

—¿Lo dices en serio? Berna, no tienes corazón. Me decepcionas.

—No empieces con tus pamemas. Sabes que todas las mañanas voy a jugar a la petanca. Hemos formado un grupo majo y lo pasamos bien charlando de nuestras cosas. Y lo peor es que tampoco podré ir a jugar la partida después de comer ¿Por qué tengo que renunciar a mis aficiones? Quiero una vida tranquila, me lo he ganado. Además, no estamos para pelear con críos. Lo de los nietos es un compromiso.

—Siempre te pones en lo peor. ¿Y la compensación de ayudar a tu hija? De sacarle de un apuro. ¿Y de ver crecer a Rafa y Mireia?, de disfrutar de sus gracias, de su inocencia y enseñarles cosas de la vida ¿No te reconforta?

—Eso ya lo hacemos, en mayor o menor medida, sin necesidad de atarnos a jornada completa. Lo que me extraña es tu docilidad y que no hayas dicho nada de tu grupo de teatro, del que hablas maravillas. Nunca puedes faltar. Te preparas un montón, llegas antes de la hora. ¿Qué le vas a decir a la directora? Angélica va a alucinar. Es la primera vez que abandonarías un proyecto o propuesta que haya salido de su mente. La sigues como un corderito.

—Lo va a comprender perfectamente.

—La última obra que montasteis, Menopaúsicas Anónimas, estuvo genial, me reí un montón, bordaste tu papel.

— Entonces para ti, la familia ¿carece de importancia?

—¡Por mi familia mato! Me recuerdas a la película del Padrino, Sagrario. Cuantas veces has nombrado a la familia en el día de hoy. Los quiero mucho, a Carmen y a mis nietos. Al chichibaile de mi yerno, bastante menos. Sé de sobra que ha sido el que ha parido la ocurrencia. Mi Carmen nos respeta.

—Hagámoslo por ella.

—Tu verás, Sagrario. Eso implicaría renunciar a los viajes del IMSERSO y alterar, todavía más, nuestra vida cotidiana. Pero, como siempre, te saldrás con la tuya. No seas boba. En este caso, no lo celebres como un triunfo. Manolo te la ha metido doblá.

—¿Cómo puedes ser tan basto?

—Sabes a lo que me refiero, pero te viene bien desviar la atención. Una vez dado el sí, recular es jodido.  A la vuelta de dos semanitas me cuentas, cariño.

A partir de ahí comenzaron los madrugones «¿Cómo iban a levantar a los niños tan temprano?». Hija y yerno, seguían estirando la goma. Era mejor que los abuelos fuesen a casa de sus nietos. Carmen y Manolo saldrían con destino a sus respectivos trabajos y Bernabé y Sagrario esperarían a una hora prudencial para despertarles y que les diese tiempo a vestirse y a desayunar. Después de repeinarlos y regarlos con agua de colonia, llegarían justo a la hora de entrada del colegio, a las nueve de la mañana.

—A Manolo voy a soltarle cuatro cosas cuando me lo eche a la cara. Es un fresco.

—¿Qué dices? Yo estoy orgullosa y feliz de atender a mis nietos. Lo paso bien contándoles cuentos y sucedidos. Eres un cascarrabias.

—Lo pintas muy bien, pero cuando cogen una rabieta, dos veces diarias de media, me mandas a mí a apagar el fuego. Tú, poli bueno. Ahora, ese rácano de yerno que nos ha tocado en suerte, quiere que vayamos a por los niños también a mediodía y que les hagamos la comida. Eso que se ahorra. Por ahí no paso. Vamos a hacer más viajes que el baúl de la Piquer.

—Es por su bien, Berna. Comen más tranquilos en su casa y reposan la comida. Ya tendrán tiempo de jugar y brincar en el parque cuando salgan de la escuela.

—Claro, muy comprensiva te veo. También tenemos que aguantar un rato los tostones de los padres, «¿Apiretal o Dalsy?, esa es la cuestión». Hasta que aparece tu hija porque al otro le vemos poco.

—Llega tarde. Por su cargo tiene reuniones y compromisos todo el día.

—Si a ti, te parece que esto es vida, perfecto, aunque a las nueve de la noche das unos cabezazos en el sofá y unos bostezos a los que me he ido acostumbrando, pero esos rugidos no son de este mundo.

—Vale ya, Berna, no me pinches más, que siempre acabas enfadándome.

—Porque las verdades escuecen.

—A ti si que te va a escocer el culo como me quite la zapatilla.

—En otro tiempo, pero ahora mientras doblas la bisagra, ya estoy en el Retiro. Perdóname la broma, Sagrario. Es que me jode la obligación que nos hemos echado encima. No te das cuenta de que es una responsabilidad enorme. En fin, no quiero ser el malo de la película.

Una tarde que los nietos están en el parque jugando con sus compañeros se escapa un balón y Rafa sale corriendo detrás de él. Bernabé se da cuenta de que va rodando directamente hacia la calle que bordea la zona de juegos, que es bastante transitada. Lo llama a gritos para que se detenga, pero el niño sigue ciego tras la pelota.  El abuelo intenta correr, pero solo consigue andar deprisa, como los atletas de marcha atlética, el cuerpo hace tiempo que no es capaz de iniciar un trote. Sigue su marcha, lo más rápido que puede. Al mismo tiempo rodea la boca con las manos, haciendo embudo y vocea, para advertir a su nieto del peligro. Del grupo de madres brota un murmullo, se han dado cuenta de la situación de riesgo que se está produciendo. Un padre abandona el corro a galope tendido, avanza a todo lo que le dan las piernas, va ganando velocidad, esquivando los setos y bancos que se interponen en su trayecto, pero no llega a tiempo.

Rafa sigue sin perder de vista a la pelota y no se percata de que se acerca un automóvil por la izquierda. Es eléctrico, no hace apenas ruido. Era la última posibilidad de que el niño reaccionase. El balón se cuela en los bajos, debajo del morro y el niño se topa con el neumático derecho, sale volando y cae, de cabeza, sobre la acera opuesta.  Los abuelos ven la escena completa, no hay árbol o mobiliario urbano que estorbe la visión en la trayectoria que han seguido el balón y el niño. Los transeúntes que pasan por allí, en ese momento, rodean al crío. Mientras, una de las madres ha llamado al 112 y una ambulancia del SAMUR aparece a los diez minutos. A Bernabé y a Sagrario se les hacen eternos, aunque ella, está tan tocada, que no comprende lo que ha pasado. Ve la realidad en penumbra, difuminada, aunque nota un vacío en el vientre que le da mal fario.

Bernabé pregunta al chófer de la ambulancia. Este le comenta que, al conductor del coche, presa de un ataque de ansiedad, se lo han llevado los policías municipales a una calle contigua mientras llega un psicólogo. «En cuanto al chico no le puedo informar, pues lo único que sé es que está dentro. Lo están explorando». En ese momento se oye un murmullo en el walkie que tiene sujeto al cinturón. «Perdone, me dicen que salimos para el 12 de Octubre. Vayan ustedes para allá. Entren por la puerta de Urgencias y digan que son familiares del chico».

 

Continuará …/…

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