¡No te quites el anillo que te vas a
constipar!
—Pues no le veo la gracia.
—Ponte en situación, mujer.
Era la época del destape. Nadiuska está en la cama desnuda, Fernando Esteso
entra en la habitación y, como no se lo espera, los ojos le hacen chiribitas,
se frota las manos y suelta la frase de marras.
—Me lo has contado cien
veces. Y después ella le dice «spasiva», a lo que Esteso responde:
«¡Pues si llegas a ser activa!». Es un humor burdo, carca y ha envejecido
fatal.
—Oye, que ahora los progres
a lo carca han pasado a llamarlo vintage y con esa denominación pasa el tamiz
de lo políticamente correcto.
—No digas chorradas. Esas
pelis no pasan ningún tamiz por muy holgados que tenga los agujeros. Te repito,
no me hacían ninguna gracia entonces, así que menos ahora. Me sorprende que a
ti sí, aunque siempre hayas sido más simple que un puzle de dos piezas.
—¿No puedes rebatir sin
faltar? Cada uno tiene sus gustos.
—Pero hay gustos absurdos.
—Serán mejor esas películas tediosas,
con subtítulos, que me hacías ver en los Renoir, de autor. De vividor, más
bien. Planas, lentas, en las que nunca pasa nada. Me tragué dos, pero rápido me
sacudí las moscas. Te dejé sola con tu gurú, Angélica. Te engatusa de tal
manera que todo lo que te sugiere pasas a adorarlo con fervor, aunque sea un
esperpento.
—Tengamos la fiesta en paz.
Vamos a cambiar de tema que este me enciende y no quiero empezar mal la mañana.
Baja a por el pan y vamos a desayunar.
—Sí, que hoy podemos hacerlo a una hora decente.
—No empieces.
—¿Este asunto tampoco lo
quieres tocar? No es tan banal, es más peliagudo.
Sagrario se irrita y se
impacienta.
—¿Bajas de una puñetera vez
o bajo yo?
—Vale, vale. Ya voy.
Bernabé y Sagrario son una
pareja de jubilados que tienen que madrugar tanto como cuando acudían al
trabajo, porque se han comprometido a echar una mano a su hija Carmen en el
cuidado de los nietos. Se lo pidió por favor. A Bernabé no le hizo ninguna
gracia, pero, ante la explosión de júbilo de su mujer, no se atrevió a
exteriorizarlo en ese momento. Una pequeña disensión, sí, aunque fue aplacada sin
ambages.
—Bueno, lo tendremos que
hablar a solas ¿No te parece, Sagrario? Tenemos nuestros compromisos…
—Tonterías.
—…Nuestras amistades en el Centro de la tercera
edad. Actividades que nos sirven para no anquilosarnos.
— Qué mejor actividad que
cuidar de tu familia.
—Si fuesen días puntuales,
no digo que no.
— Para eso estamos. Parece
mentira, Bernabé.
—Bueno, Papá, no había
caído. Podemos buscar, a ver si encontramos a alguna niñera que los lleve al
cole por la mañana y se esté, a la salida, un rato con ellos en el parque, les
dé la merienda y espere hasta que lleguemos de nuestros trabajos.
—Serían los primeros abuelos
que no estuviesen deseando disfrutar de sus nietos. Si a todos les encantan
—opinó, Manolo, el yerno—. Además, los martes estoy en casa, teletrabajo. Ese día libráis. Y los fines de semana, claro está.
Bernabé no contestó, en
espera de matizarlo con Sagrario cuando llegasen a casa, pero no mostró ningún
entusiasmo. Carmen se dio cuenta de que los habían puesto en un compromiso, que
no tenían derecho a pedírselo. Manolo la había convencido. Llegaban justos a
fin de mes y se ahorrarían un dinero curioso, aparte de que los abuelos
estarían deseando. Se dio cuenta tarde de que esta última afirmación era
gratuita.
Rafa, de cinco años y Mireia,
de seis, están para comérselos. El pequeño estaba terminando el ciclo infantil,
Carmen había empezado a trabajar a jornada completa y les pidieron que les ayudasen.
Cuando llegaron a casa
Bernabé soltó su perorata. Había estado aguantando el tirón en casa de su hija
y durante el trayecto en el coche, tampoco quiso alterarse, porque en su
persona se cumplía el tópico de que los hombres no pueden hacer dos cosas al
mismo tiempo. No quería discutir ni alterarse mientras conducía. Se lo guardó para
la intimidad del hogar.
—Joder, Sagrario. Nosotros ya hemos criado a nuestra hija y ahora nos tocaba disfrutar de la jubilación. Lo tenemos hablado.
—¿Y estar con tus nietos no
es un disfrute? Son tan ricos… y casi no los vemos.
—Pues te vas a hartar como
no llames ahora mismo para aclarar este entuerto en el que me has metido sin comerlo
ni beberlo.
—¿Lo dices en serio? Berna,
no tienes corazón. Me decepcionas.
—No empieces con tus
pamemas. Sabes que todas las mañanas voy a jugar a la petanca. Hemos formado un
grupo majo y lo pasamos bien charlando de nuestras cosas. Y lo peor es que
tampoco podré ir a jugar la partida después de comer ¿Por qué tengo que
renunciar a mis aficiones? Quiero una vida tranquila, me lo he ganado. Además,
no estamos para pelear con críos. Lo de los nietos es un compromiso.
—Siempre te pones en lo
peor. ¿Y la compensación de ayudar a tu hija? De sacarle de un apuro. ¿Y de ver
crecer a Rafa y Mireia?, de disfrutar de sus gracias, de su inocencia y enseñarles
cosas de la vida ¿No te reconforta?
—Eso ya lo hacemos, en mayor
o menor medida, sin necesidad de atarnos a jornada completa. Lo que me extraña
es tu docilidad y que no hayas dicho nada de tu grupo de teatro, del que hablas
maravillas. Nunca puedes faltar. Te preparas un montón, llegas antes de la
hora. ¿Qué le vas a decir a la directora? Angélica va a alucinar. Es la primera
vez que abandonarías un proyecto o propuesta que haya salido de su mente. La
sigues como un corderito.
—Lo va a comprender
perfectamente.
—La última obra que
montasteis, Menopaúsicas Anónimas, estuvo genial, me reí un montón,
bordaste tu papel.
— Entonces para ti, la
familia ¿carece de importancia?
—¡Por mi familia mato! Me
recuerdas a la película del Padrino, Sagrario. Cuantas veces has nombrado a la
familia en el día de hoy. Los quiero mucho, a Carmen y a mis nietos. Al chichibaile
de mi yerno, bastante menos. Sé de sobra que ha sido el que ha parido la
ocurrencia. Mi Carmen nos respeta.
—Hagámoslo por ella.
—Tu verás, Sagrario. Eso
implicaría renunciar a los viajes del IMSERSO y alterar, todavía más, nuestra
vida cotidiana. Pero, como siempre, te saldrás con la tuya. No seas boba. En
este caso, no lo celebres como un triunfo. Manolo te la ha metido doblá.
—¿Cómo puedes ser tan basto?
—Sabes a lo que me refiero,
pero te viene bien desviar la atención. Una vez dado el sí, recular es
jodido. A la vuelta de dos semanitas me cuentas,
cariño.
A partir de ahí comenzaron
los madrugones «¿Cómo iban a levantar a los niños tan temprano?». Hija y yerno,
seguían estirando la goma. Era mejor que los abuelos fuesen a casa de sus
nietos. Carmen y Manolo saldrían con destino a sus respectivos trabajos y Bernabé
y Sagrario esperarían a una hora prudencial para despertarles y que les diese
tiempo a vestirse y a desayunar. Después de repeinarlos y regarlos con agua de
colonia, llegarían justo a la hora de entrada del colegio, a las nueve de la
mañana.
—A Manolo voy a soltarle
cuatro cosas cuando me lo eche a la cara. Es un fresco.
—¿Qué dices? Yo estoy orgullosa
y feliz de atender a mis nietos. Lo paso bien contándoles cuentos y sucedidos. Eres
un cascarrabias.
—Lo pintas muy bien, pero
cuando cogen una rabieta, dos veces diarias de media, me mandas a mí a apagar
el fuego. Tú, poli bueno. Ahora, ese rácano de yerno que nos ha tocado en
suerte, quiere que vayamos a por los niños también a mediodía y que les hagamos
la comida. Eso que se ahorra. Por ahí no paso. Vamos a hacer más viajes que el
baúl de la Piquer.
—Es por su bien, Berna.
Comen más tranquilos en su casa y reposan la comida. Ya tendrán tiempo de jugar
y brincar en el parque cuando salgan de la escuela.
—Claro, muy comprensiva te veo. También tenemos que aguantar un rato los tostones de los padres, «¿Apiretal o Dalsy?, esa es la cuestión». Hasta que aparece tu hija porque al otro le vemos poco.
—Llega tarde. Por su cargo
tiene reuniones y compromisos todo el día.
—Si a ti, te parece que esto
es vida, perfecto, aunque a las nueve de la noche das unos cabezazos en el sofá
y unos bostezos a los que me he ido acostumbrando, pero esos rugidos no son de
este mundo.
—Vale ya, Berna, no me
pinches más, que siempre acabas enfadándome.
—Porque las verdades
escuecen.
—A ti si que te va a escocer
el culo como me quite la zapatilla.
—En otro tiempo, pero ahora
mientras doblas la bisagra, ya estoy en el Retiro. Perdóname la broma,
Sagrario. Es que me jode la obligación que nos hemos echado encima. No te das
cuenta de que es una responsabilidad enorme. En fin, no quiero ser el malo de
la película.
Una tarde que los nietos
están en el parque jugando con sus compañeros se escapa un balón y Rafa sale
corriendo detrás de él. Bernabé se da cuenta de que va rodando directamente hacia
la calle que bordea la zona de juegos, que es bastante transitada. Lo llama a
gritos para que se detenga, pero el niño sigue ciego tras la pelota. El abuelo intenta correr, pero solo consigue
andar deprisa, como los atletas de marcha atlética, el cuerpo hace tiempo que no
es capaz de iniciar un trote. Sigue su marcha, lo más rápido que puede. Al
mismo tiempo rodea la boca con las manos, haciendo embudo y vocea, para
advertir a su nieto del peligro. Del grupo de madres brota un murmullo, se han
dado cuenta de la situación de riesgo que se está produciendo. Un padre
abandona el corro a galope tendido, avanza a todo lo que le dan las piernas, va
ganando velocidad, esquivando los setos y bancos que se interponen en su
trayecto, pero no llega a tiempo.
Rafa sigue sin perder de
vista a la pelota y no se percata de que se acerca un automóvil por la izquierda.
Es eléctrico, no hace apenas ruido. Era la última posibilidad de que el niño
reaccionase. El balón se cuela en los bajos, debajo del morro y el niño se topa
con el neumático derecho, sale volando y cae, de cabeza, sobre la acera
opuesta. Los abuelos ven la escena
completa, no hay árbol o mobiliario urbano que estorbe la visión en la
trayectoria que han seguido el balón y el niño. Los transeúntes que pasan por
allí, en ese momento, rodean al crío. Mientras, una de las madres ha llamado al
112 y una ambulancia del SAMUR aparece a los diez minutos. A Bernabé y a
Sagrario se les hacen eternos, aunque ella, está tan tocada, que no comprende
lo que ha pasado. Ve la realidad en penumbra, difuminada, aunque nota un vacío
en el vientre que le da mal fario.
Bernabé pregunta al chófer de la ambulancia. Este le comenta que, al conductor del coche, presa de un ataque de ansiedad, se lo han llevado los policías municipales a una calle contigua mientras llega un psicólogo. «En cuanto al chico no le puedo informar, pues lo único que sé es que está dentro. Lo están explorando». En ese momento se oye un murmullo en el walkie que tiene sujeto al cinturón. «Perdone, me dicen que salimos para el 12 de Octubre. Vayan ustedes para allá. Entren por la puerta de Urgencias y digan que son familiares del chico».
Continuará …/…