jueves, 27 de junio de 2024

Capítulo 10 - Abyecto

 

Casi no pegó ojo en toda la noche. En previsión se había tomado una pastilla de diazepam de las que quedaban en el cajón de las medicinas y que tan bien surtido dejó Antonio. En los últimos tiempos se medicaba bastante. Eso la hizo caer un par de horas cuando ya amanecía.

            Salió a comprar. Tenía la nevera bajo mínimos, no le quedaba fruta ni verdura. Por unas cosas o por otras lo había ido posponiendo durante la semana y hoy no quedaba otra solución. Además, contraria a su costumbre, hoy no comería en la cafetería del hospital. Quería ir directamente al tajo. No le apetecía encontrarse con algunos de los compañeros en el almuerzo como casi siempre. Así que, también la tocaría cocinar. Algo sencillo, no era ducha en el arte culinario y hoy no era ocasión de lucirse. Subsistir con cualquier cosa. Cocería algo de pasta, la mezclaría con carne picada y salsa boloñesa. Y una ensalada de tomate y atún ¿Para qué más?

            Por el camino pensó otra cosa. Los nervios se la habían agarrado al estómago. Haría la compra para tener víveres en casa, pero la comida de medio día la despacharía con la ensalada y gracias. Había perdido el apetito y conforme se acercaba la hora de entrada mas azorada se ponía. Las manos y los pies eran témpanos y la cabeza una noria. El tiempo pasa y no puede demorar más su partida. Coge el autobús y sigue con el estado de nervios y los malos pensamientos. «¿Por qué seré así? No he hecho nada malo», intenta autoconvencerse durante el trayecto, mientras que mira sin ver, hacía el exterior, a través del cristal.

Llega con un poco de retraso, sobre las tres menos cuarto, y se dirige directamente al vestuario femenino. Saluda al pasar a los compañeros que encuentra a su paso con un rictus serio. Parece que el personal está menos locuaz que otras tardes, puede ser producto de su imaginación, esa que no le rige con claridad en los dos últimos días. Entra dentro y no hay nadie, cosa lógica por la demora. Se dirige a su taquilla y empieza a desnudarse para ponerse la ropa laboral. Cuando casi ha terminado oye un ruido que la hace ponerse alerta. Pensaba que estaba sola, pero oye girar el pomo de una puerta. Mira al fondo. Es la de los aseos. Alguna compañera debía estar dentro. Se abre la puerta de par en par y aparece frente a ella Sabas con mirada desafiante y sonrisa sardónica.

— ¿Qué haces aquí?

—¿Tú que crees, Renata? Hacerte un recordatorio de la conversación con la que me despachaste anteayer de tu casa. No son maneras, compañera.

—Claro, son mejor tus modales. Tu comportamiento y tus tocamientos. Tus abusos.

—Para el carro, engreída. Que rápido habláis de abusos y de violaciones. Me abriste las puertas de tu casa de madrugada. Macho y hembra, mayores de edad. No creo que fuese para echar una partida de ajedrez.

—¿Cómo puedes ser tan cínico? Tu estado era lamentable ¿Sabes cómo me dejaste la casa? Te acogí para que durmieses la mona y cuando la dormiste querías un desahogo, pero hay que contar con la otra persona para eso.

—¡Gilipolleces! ¿Solo sí es sí? A eso se le ha llamado siempre ser una calienta pollas y ahora resulta que estáis empoderadas y nos mandáis a hacer puñetas y os quedáis tan panchas, después de provocarnos y engatusarnos. Pero te dije que te iba a pesar y lo mantengo.

—Sabas, no te provoqué, te repito que quería hablar y cenar contigo sin más. Somos amigos. Te pido perdón si me expresé mal o me malinterpretaste.

—No somos amigos ¡Éramos amigos! Y, o poco puedo, o tus tardes laborales se van a convertir en un infierno. La cagaste y conmigo no hay bromas, flor de pitiminí. Para bajarte los humos te podría dar dos hostias de entrada, pero los tiempos han cambiado y seguro que te pones a chillar como una histérica y se formaría aquí un guirigay. Es lo que buscáis. Tengo tiempo de sobra. Un poco de paciencia y encontraré lugares más discretos y momentos más oportunos.

—¡No puedo creer lo que estoy oyendo!

—Yo no he oído nada. En los vestuarios no hay cámaras ni, en este momento, testigos. Me voy a trabajar. —Se dirigió a la puerta del pasillo, la abrió, se asomó discretamente, miró hacia ambos lados y la cerró a sus espaldas.

Renata se sentó en un banco, temblaba como un flan. Se puso a sollozar. En ese momento entró Paulina.

—¿Qué te pasa?

—Nada.

—A mi no me tienes que engañar. Te voy a ayudar. No me creo las patrañas que nos contó ayer Sabas. Estuvo un buen rato poniéndote a caldo.

—¿Qué os contó ese miserable?

—Que te habías insinuado durante la cena, habíais subido a tu piso y de buenas a primeras le echaste de tu casa a voces y a empellones. Pero si que debió ser buena la discusión, pues erais unos compañeros casi inseparables y ahora lo llamas miserable.

—Me voy a trabajar Paulina, no tengo ganas de dar más pábulo a este episodio. Además, puede entrar Pablo, el supervisor, y cantarme las cuarenta. Encima de que llego tarde me quedo de cháchara.

—¿En el vestuario femenino? No sería capaz.

—Puede mandar a buscarme. No quiero líos. Ya hablaremos durante el paseo de la merienda.

—¿Volvemos a los paseos? Avisaré a Natalia. Creo que hoy la han puesto con Sabas a recoger ropa por las plantas.

Natalia se excusó. Cuando llegó la hora dijo que ya había quedado a merendar con Benigno, su pareja y, por ende, con Sabas, pues eran uña y carne. Primer jarro de agua fría. Paulina sí que la acompañó. A ella le contó todo lo que había pasado sin omitir ningún detalle. Quizá se equivocó al forzar una segunda cita, pero en ningún momento ella le dijo nada que pudiese hacer pensar en enrollarse ni en acabar en la cama. Sabas tenía una trompa monumental y el despertar que tuvo fue soez, baboso y magreante. Siguió diciendo barbaridades y zafiedades, agarrándose el pene por encima del calzoncillo. Salido no, lo siguiente.

—Tuve que echarle porque me dio miedo. No tengo porque tolerar esas actitudes. Estaba descontrolado.

—Hiciste bien. Yo te creo. Lo que nos dijo ayer no tiene nada que ver, pero pienso que conociéndoos a los dos nadie puede dar un duro por su versión. Aunque te advierto que está metiendo mucha mierda por toda la sección. Ya sabes que es un personaje muy popular.

—Y enlace sindical.

—Eso no significa que no puedas denunciar. Díselo a los de otro sindicato.

—No creo que sacasen la cara por mí. Se tiran los trastos durante la campaña de las elecciones sindicales, pero después son íntimos y van juntos a todas las negociaciones. Son estómagos agradecidos y se ríen de los trabajadores.

—Seguro que encontramos a alguien honrado. Pablo, por ejemplo, no suele casarse con nadie. No seas tan negativa.

—Negativa, no, realista. Hasta las tías como Natalia prefieren irse con ellos antes que conmigo. Qué decepción.

—Ella está en una posición delicada con Benigno de por medio.

—¿No era una mujer tan liberal, que no necesitaba a los hombres para nada? Hasta les cantaba las cuarenta entre bromas y veras, pero cuando ha llegado una situación verdaderamente delicada ha hecho fu, como el gato. No, Paulina, no voy a denunciar. De momento no tengo nada. A ti, y ya eso me parece un triunfo. Gracias.

Las jornadas siguientes se convirtieron en un suplicio. Hubo gente que le retiró el saludo sin que ella recordase haber tenido ningún conflicto. Estaba claro que la máquina del fango de Sabas y sus secuaces había causado efecto. Natalia la evitaba. Siempre se habían contado todo, no entendía su postura por mucho que Paulina la exculpara. Podía sacar la cara por ella perfectamente, pero prefirió no posicionarse, ponerse de perfil y eso fue peor. Si ella no se mojaba pocos más lo harían.  Para hablar, para respirar en los ratos muertos, le quedó Paulina, que permaneció fiel. Muchos la tachaban por detrás de simplona, de rubia tonta, pero demostró nobleza y amistad verdadera.

Sólo con los ánimos que le insuflaba Paulina no hubiese podido soportar la presión. Tenía una nueva baza. Otra amiga que había surgido casi de la nada y con la que se wasapeaba a diario para contarle como había ido el día. Vanesa, sorpresas que da la vida. Las casualidades existen. Ella le hablaba de sus problemas familiares y domésticos, pero pasaron a segundo plano según avanzaban los días y Renata le ponía al corriente de su situación. Sabas, taimado, astuto y embustero, estaba consiguiendo poco a poco que la gente mirase con recelo a Renata por una infamia. O estaban con él o contra él. Ella, que nunca había generado problemas con nadie en los diez años que llevaba empleada en la lavandería del hospital, al contrario que él, que era conocido por sus frecuentes reyertas que habían acarreado un puñado de faltas disciplinarias, las cuales quedaban impunes. Borradas, después, con la connivencia existente entre los sindicatos y la gerencia del hospital.

Sabas era el puto amo. Contaba chistes, jaleaba a las mujeres, alardeaba de lenguaje sexista y de piropos de mal gusto. Y si divisaba lo que consideraba un buen culo le daba un azote con ganas y se reía la gracia «¡Dios, eso es granito, se me ha quedado la mano en carne viva! Groserías que parecían superadas. Todo le era permitido, nadie se le enfrentaba ni le ponía coto. En las fiestecillas de navidad o por motivo de jubilaciones y despedidas de compañeros, cuando no preparaba algún disfraz, cantaba una chirigota o declamaba algún ripio que hacía las delicias del personal. Incluso, en ocasiones, reunía a dos o tres conocidos y parodiaba alguna escena de hospital, como operaciones quirúrgicas utilizando el material sanitario e instrumental de plástico que compraba en algún bazar chino.


A ella, ahora, le parecía absurdo la amistad que mantuvo con semejante cavernícola, quizá porque le cautivó el lado lúdico y festivo y siempre quitó hierro, inconscientemente, a la cara sombría, de bravatas y ordinarieces.  

Pablo no es tonto, sabe que ha pasado algo entre ellos e intenta sonsacar a Renata, pero esta echa balones fuera.

—Renata, tengo que saber lo que ha ocurrido para tomar medidas.

—Es un asunto extralaboral.

—Si no me lo cuentas no puedo imponer correctivos ni elevar el caso a mis superiores.

—Hemos discutido. Te repito que no pertenece a vuestro ámbito, por lo que no podréis hacer nada.

—Depende. Como te dije cuando me llamaste para pedirme el día de libranza y que no te pusiera con él en el turno, Sabas no trabaja mal, pero enrarece el ambiente, enfrenta al personal y, hace tiempo, que tengo ganas de pillarle en falta. Denúncialo, te apoyaré.

 —No hay testigos.

—Con la Ley nueva no hace falta.

—Sí, porque no es pareja ni expareja. Además, no soy de las que se inventa una movida, no creo que sea para meter a una persona en la cárcel.

—Depende. Si has estado repasando la Ley y pensando ciertas cosas es que te ha violentado. Paulina, me dijo que te vio echa polvo en los vestuarios ¿pasó algo allí con Sabas? Él no puede entrar.

—No, nada que se pueda demostrar. No le vio nadie y es mi palabra contra la suya. Contra uno de los pesos pesados del Comité de empresa.

—Torres más altas han caído. En fin, Renata, en tus manos lo dejo. Creo que algo se podía mover a pesar de los atenuantes que ves por todos lados, pero no te puedo forzar. Eso sí, medítalo y si cambias de opinión me lo dices y, si Sabas te molesta o te amenaza no lo dudes, por favor. Sabes dónde estoy.

—Gracias, Pablo.

No podía seguir así. Cada vez que iba al trabajo pasaba una enfermedad, en cuanto bajaba del autobús ya tenía las manos heladas y un mal cuerpo que en cuanto entraba en el vestuario se iba directamente a hacer de vientre. La gente cada vez la ignoraba más, la obsequiaba con miradas torvas y así no podía continuar. ¿Denunciar o no denunciar? Ese era su dilema. Pero había dejado pasar un tiempo precioso, el revuelo inicial se había sosegado y ahora le parecía fuera de lugar. Pensarían que quería aprovecharse. Además, que hasta que se resolviese el asunto podían pasar meses y el ambiente, ya de por sí cargado, se convertiría en infernal.

Está tan hastiada que en su siguiente cita con Vanesa le comenta una idea que está germinando en su cabeza para ver cual es su opinión. Quiere pedir el finiquito, poner tierra de por medio y buscar otro trabajo, de lo que sea.

—Renata, ¿tanto te afecta? No pensaba que estuvieses tan sobrecogida, tan superada por el ambiente laboral.

—Tú lo has dicho. Es insufrible. Las horas se me hacen eternas. El reloj no avanza. Me he vuelto invisible para los compañeros. Todos me ignoran. La única que me alienta y reconforta es Paulina, pero no siempre nos toca juntas y a ella también le han hecho el vacío por mi culpa. La tengo que liberar de esta losa.

—Por tu culpa, no. Eso no te lo admito. Por culpa del embaucador y chantajista de Sabas y por el rebaño de borregos que, no solo no le planta cara, sino que se une a su causa indigna. Qué pandilla. Pero no es un caso aislado, conozco más, aunque este es tan flagrante que clama al cielo.

—No me apetece nada seguir en estas condiciones.

—Pues denuncia. Perder un puesto de trabajo hoy en día, a nuestras edades, me parece una locura. Resulta muy difícil reengancharse al mercado laboral.

—Denunciar no va a solucionar nada y el ambiente se volverá más hostil, si cabe. Por otro lado, estoy acojonada con la advertencia que me hizo Sabas aquel día en el vestuario. Más bien parecía un ultimátum y cuando vea un momento propicio me temo lo peor. No puedo continuar soportando esta angustia, Vanesa. Mi vida en unos meses ha dado un giro radical a peor. He perdido a Antonio y la mitad de mis escasas pertenencias. Ahora me despido del trabajo. ¿Qué será lo próximo?  

—Mi consejo es que aguantes un poco más, a ver si las aguas vuelven a su cauce. Un trabajo fijo y bajo techo no se puede desdeñar de un día para otro, aunque te paguen un despido aceptable. Que no te tengas que arrepentir. Si quieres hablo yo con Pablo o con Sabas incluso. Tu carácter hace que intentes vadear los problemas, pero creo que en la situación que estás no puedes quedarte en la calle.

—Lo tengo todo pensado. La hipoteca no es muy elevada, te recuerdo que el piso ya estaba pagado. Ahora tengo que recuperar la otra mitad tras el acuerdo con Antonio. Con el finiquito que me den puedo tirar unos cuantos meses y asumir todos los gastos. Malo ha de ser que no encuentre nada cuando estoy dispuesta a casi todo. Además, tengo que corregirte en lo del trabajo fijo. Soy interina y aunque lleve diez años nadie me garantiza que saquen una oposición, otro ocupe mi lugar y me despachen sin más.

—Eso no lo pueden hacer de un día para otro. De todas formas, mi consejo sigue siendo el mismo, pero tomes la decisión que tomes te ayudaré, intentaré insuflarte ánimos y estar a tu lado todo el tiempo que me sea posible.

—Lo que me da más miedo aún que el impresentable de Sabas es decírselo a mis padres ¿Cómo y cuándo? Lo puedo demorar unos días, pero al final se acaban enterando y me afean con razón que no les haya informado, como me pasó con la separación de Antonio. Me cuesta mucho, lo voy alargando, dándole vueltas y siempre lo digo tarde, mal y en el peor momento.

—Si quieres te acompaño, con una desconocida delante se sujetarán un poco.

—No hace falta, no te preocupes, pero las cosas por orden. Lo primero que voy a hacer es comentárselo a Julián, mi abogado, el que ha llevado la separación y lleva todos mis papeleos y asuntos legales. Que me diga como quedaría la situación y que se ponga en contacto con la gerencia del hospital. Quiero acabar cuanto antes. Con esta desazón no puedo vivir de continuo.

—La decisión ya estaba tomada. No entiendo porque me pides consejo, Renata.

—Tienes razón. No he obrado con nobleza. Perdóname. Necesitaba que alguien reforzase mi postura para que no pareciese una necedad, pero, a pesar de que nuestros puntos de vista no coincidan, tiro para delante. La aversión cada día que pasa es más grande y va a llegar un momento que voy a caer enferma de ansiedad. No quiero acabar depresiva, prefiero no alcanzar esos extremos.

La despedida de Paulina fue bastante emotiva, ninguna de las dos pudo sujetar las lágrimas. La del resto de los compañeros casi inexistente. Lo de Natalia le pareció abyecto y sorprendente. Una mujer como ella, a la que creía independiente y que no se callaba ante nada. Con la que tenía una amistad consolidada o, al menos, eso creía y la dejó tirada como una colilla.

Tocaba cargar las pilas y ponerse en valor para volver a trabajar cuanto antes. Para eso, como estaba bastante oxidada y no quería dar palos de ciego, también pediría ayuda a Julián.

Continuará …/…

No hay comentarios:

Publicar un comentario