—El
Código tipifica todas las infracciones y las penas que acarrea cada una de
ellas.
—Conozco perfectamente El Código,
Magister. Como todos los moradores de Ciudad Azabache.
— ¿Entonces?
—He pedido recepción ante Su Excelencia
para que interceda en el caso que sacude a nuestra comunidad.
—El Consejo de Ecuánimes los juzgará
mañana previa vista oral. Allí podrán plantear sus alegaciones. La resolución
será inamovible.
—El Magister tiene facultad para
indultar a reos en ocasiones especiales.
—¿Qué pasa Kunc? ¿Porque sean Dignatos,
hijos de Dignos, los quebrantadores de nuestras leyes tengo que hacer uso de
esa prerrogativa?
—No es por eso.
—No se me escapa que tu hijo se
encuentra entre esa caterva. Eso ha sido lo que te ha empujado a presentarte
ante mí.
—Nunca hasta hoy he pedido nada y he
entregado todo ¡Clemencia Señor! No puedo seguir viviendo si él muere.
—Kunc, mi leal Kunc. Los Ruines, pendencieros
crónicos, tienen gran poder de convocatoria. Los jornaleros de la primicia,
indolentes sin escrúpulos, están buscando un pretexto para lincharme. Me examinan
con lupa. Estoy atado de pies y manos. No puedo ser parcial. Ahora menos que
nunca.
—No digo absolver sino permutar. Influir
para que la pena impuesta no sea la capital.
—Los Predecesores nos transmitieron, de
generación en generación, que la ciudad de la eterna noche no fue siempre
tenebrosa. Hace muchísimas lunas hubo tal despilfarro de energía artificial
que, en un momento dado, sólo podían pagarla y disfrutarla las clases pudientes.
—Excelencia, desde mi más temprana
consciencia he oído de fondo la historia negra de la urbe.
—A Los Ruines y Menestrales les era
imprescindible para desarrollar sus oficios. Ello desencadenó graves disturbios,
alentados por los Belicosos. La salvaje represión de Los Castrenses hizo el
resto para que el baño de sangre fuera atroz.
— ¿Por qué me recuerda esos hechos,
Señor?
—Por la sencilla razón de que no quiero
que nuestra civilización sufra una devastación semejante. La energía es un
asunto muy sensible, está tasada y pautada. Salirse de esa armonía, carece de
importancia en un principio, pero puede ser el germen que a la larga
desencadene una crisis de imprevisibles consecuencias.
—Ellos sólo prendieron lumbre. Se alejaron. Llegaron casi al límite de la Zona sombría.
—¿Con que fin? No lo necesitaban para
nada.
—Divertimento. Salir de la rutina.
—Capricho de púberes acomodados. Eso me
enerva aún más, si cabe.
—También Su Excelencia fue joven.
—Y, al igual que tú, supe reprimir
ciertos impulsos.
—La opinión pública ya les ha condenado.
—Hemos conseguido sobrevivir, después de
los infaustos lustros que siguieron a la catástrofe, fabricando grandes
generadores de energía galvánica, la única permitida. Repartida minuciosamente
de acuerdo con las necesidades de cada familia.
—No eran conscientes de la gravedad de
sus actos.
—Sí lo eran. Lo que no sabían es que la
última remesa de Canes biónicos está programada para detectar energía
calorífica a descomunales distancias, esa fue su perdición.
—La angustia me corroe las entrañas ¿Qué
puedo esperar de su magnanimidad?
—Alea jacta est.
No hay comentarios:
Publicar un comentario