sábado, 10 de octubre de 2020

MIS VIAJES A ARENAS: VIDAS SENCILLAS, RECUERDOS INOLVIDABLES

 

Durante las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado conseguí, tras mucho insistir, que mi abuela, excepcional narradora, escribiera alguna de las costumbres de Almorox, las gentes, los medios de vida, sucedidos o alguno de sus viajes. Escribió unos cuantos y los pasé a limpio para que perduraran ¿Quién me iba a decir a mí entonces que en uno de sus viajes realizado hace un siglo iba a encontrar las imágenes de algunos de los lugares que aparecen en el relato?

Se trata de unos viajes que hizo a Arenas de San Pedro en los años 1916, 1918 y 1928. En ellos refleja estampas de la vida cotidiana. Inserto trozos de ellos en el libro, en el capítulo del tren. Las fotos que ilustran el texto son tres, todas las he conseguido a través de Juan José García Moreno, natural de La Parra y es que las nuevas tecnologías obran milagros y ponen en contacto a gente variopinta, que en principio no tienen ningún nexo en común y al final nos informamos y suministramos unos a otros.
• Autobús de la Línea Arenas-Ávila en 1910 (Del que habla mi abuela es Arenas-Almorox, pero coinciden los años y el modelo debía ser similar).
• Hotel La Dominica
• Salón de baile (posteriormente Cine) La Barraca.


Estuve en Arenas de San Pedro cuando tenía ocho años y el motivo fue, que mi tío Gerardo (hermano de mi madre) tenía allí la novia y quiso que yo la conociera. Él trabajaba en una empresa, conducía un coche de línea (marca Hispano Suiza), la compañía se llamaba “La Madrileña”, su recorrido diario era éste: salía de Almorox a Cenicientos, Sotillo de la Adrada, Piedralaves, Casa Vieja, Mijares, Gavilanes, Pedro Bernardo, Lanzahíta, Ramacastañas y Arenas de San Pedro.

1910-Línea Ávila-Arenas de San Pedro
Arenas de San Pedro 1910. Autobús de la línea Ávila-Arenas

        En Almorox teníamos ferrocarril; un tren tenía su llegada a las doce de la mañana y enlazaba con el autobús y los viajeros que venían con destino a estos pueblos se iban en él. Llegaba el coche a Arenas a las cuatro de la tarde y al día siguiente salía para Almorox a las once de la mañana, enlazando con un tren que salía a las cuatro de la tarde para Madrid.

        Yo estudiaba entonces solfeo y mi padre no me dejaba ir porque no quería que perdiera clases. Estaba en la segunda parte de música del “método de Eslava”. Ya empezaba a tocar algunos ejercicios y piezas sencillas al piano. Mi tío me buscó un profesor y realicé el viaje. Este señor se llamaba Ángel y era el maestro de la banda de música del pueblo. Los ejercicios de piano los hacía en casa de una amiga de la novia de mi tío, se llamaba Julita, tenía piano y sabía tocarlo. Por la tarde nos marchábamos allí. Ellas cosían su ajuar y yo hacía mis prácticas al piano.

        Cuando mi tío terminaba su trabajo, nos recogía y los tres regresábamos a casa. Vivía su novia con su madre viuda y un hermano pequeño, Samuel. Una familia que no olvidaré nunca porque se portaron muy bien conmigo. Vicenta, la que después fue mi tía, tenía tres hermanas casadas y sobrinos pequeños como yo. Con ellos jugaba, salíamos a pasear y disfrutábamos mucho; ¡qué campiña más bonita!, había pinos, castaños y arroyos por todo el campo. Una de sus hermanas tenía un molino junto al río que pasaba por la parte baja del pueblo y allí íbamos a ver moler el trigo.

Vi también un palacio muy bonito situado en la parte alta del pueblo, en una de las salas tenía instalado un colegio de enseñanza y allí iba Samuel todos los días a dar clase. Hay una ermita próxima al pueblo, dedicada a la virgen de Lourdes, todos los sábados dando un paseo, mi tía y yo llegábamos hasta ella a confesar, yo jugaba luego con las niñas que solía haber por allí.

Hotel Dominica
Este viaje lo realicé en 1916, estuve un mes y después en 1918 se casaron y fui a la boda con mi familia. ¡Qué novia tan guapa y tan buena moza!, el novio era un poco más bajo que ella, pero el poquito de estatura que le faltaba lo suplía con la gracia y salero que tenía. La comida la celebramos en el hotel “Dominica” que está en la calle Corredera, la calle principal de pueblo. Hicieron un buen matrimonio, se casaron muy enamorados, se llevaron bien y tuvieron dos hijos: Gerardo y Carlos, mis queridos primos.

Como la felicidad en este mundo nunca es completa, a los diez años de casados murió mi tío, siendo ya administrador de la empresa y viviendo muy bien; así que con esta desgracia todo se trastornó. Después de todo esto, mi tía vivió a temporadas entre Almorox y Arenas llevando con ella a sus hijos.

En la época de hacer las labores en el campo y recoger los frutos estaba en Almorox y el resto del año en Arenas. Por fin y sintiéndolo mucho, vendió las fincas y se quedó a vivir en Arenas. Ella se iba haciendo mayor y la cansaban los viajes, aunque no dejó de venir por aquí de vez en cuando y nos ha seguido queriendo como siempre, pues todo lo que se relacionaba con su “Gera” lo adoraba.

En el año 1928 invitada por una de sus sobrinas, Avelina que es de mis años, fui a la fiesta de San Pedro de Alcántara, patrón del pueblo. Tuve buenas amigas y lo pasé muy bien. Comíamos todos los días a las doce, para poder ir a la novena que era a las tres de la tarde en el convento de San Pedro que está a tres kilómetros del pueblo; íbamos andando por hacer un sacrificio, al final de la novena besábamos la reliquia de San Pedro, mientras cantábamos el himno al Santo. Su letra era así: “A San Pedro de Alcántara, nuestro padre y protector, tributemos alabanza y nos cantemos de amor, esta tierra fue su cuna, donde sus carnes dobló y con seréfico anhelo entregó su alma a Dios…”etc.

La fiesta es el 19 de octubre, la misa este día la oímos en la parroquia y por la tarde asistimos a la procesión al convento, la cual hacen alrededor de un patio que hay a la entrada, que ellos llaman el “campillo”. Los frailes dan a todos los que van a ella una corona que hacen con zarza milagrosa que crece sin espinas en la huerta del convento y San Pedro usaba para disciplinarse. Dios hizo que se le cayeran las espinas y desde entonces crece sin ellas a pesar de ser zarza. La campiña que rodea el convento es preciosa; todo es sierra cubierta de pinos, castaños y arbustos y por entre ellos corren arroyitos de agua cristalina que baja de la nieve que se derrite en la sierra y entre todo esto las familias de los pueblos próximos que vana a la fiesta, se sientan en corro alrededor de un mantel, y tomando el sol se comen su comida que llevan en cestas, ya preparadas acompañada con sus tragos de vino que llevan en las botas. Es una estampa preciosa, digna de verse, algo que cuando se ve te queda grabado.

Por la noche ya en el pueblo, al son de la gaita y el tambor, bailábamos en la plaza. Era un baile muy bonito, muy movido, ellos bailaban muy bien, es típico en la comarca, yo lo entendía peor, procuraba imitarles, pero he sido poco bailarina, luego como en todas las fiestas, se termina con fuegos artificiales y corridas de toros, a las que no asistí, pues es una fiesta que no me gusta.

El padre de Avelina, que era socio del casino, nos llevó un día al baile de sociedad que allí se celebraba. El salón era grande, bonito, muy adornado y tocaba una orquesta compuesta por piano, bandurrias y violines.

Salón de baile (Cine) La Barraca

Otros días íbamos a otro salón que llamaban “La Barraca”, su dueño era el “tío mochila”.  Allí bailábamos al son de una gramola eléctrica; una de las piezas que tocaba se titulaba “madre, cómprame un negro”, en este sitio también veíamos películas.

Una de las amigas, Isabel, tenía un castañar cerca del pueblo y allá fuimos a hacer el “calbote” que consiste en asar castañas, hicimos un hoyo en el suelo, prendieron fuego con unas ramas de castaño, echaron las castañas sobre él y las movíamos con palos, cuando estaban asadas echaron la tierra que sacaron para hacer el agujero, y al rato nos sentamos alrededor de la lumbre mientras nos las comíamos.

El año siguiente también fui a la fiesta y sucedió lo mismo, lo pasé muy bien. El estar en su casa era una delicia, no tengo palabras para expresar lo bien que se portaron conmigo mis primos, aunque vivimos lejos no me olvidan. Uno está en Arenas y otro en Madrid y cuando pueden vienen a verme.

Yo ya no me atrevo a salir de viaje porque, aunque estoy muy bien de salud, gracias a Dios, tengo ya ochenta y un años, doce más que Gerardo y quince más que Carlos.

Almorox, 4 de marzo de 1990

Sagrario Pedraza

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