viernes, 8 de noviembre de 2024

Capítulo 13 - Las cosas claras

 

—Sabía lo que iba a pasar.

—Y yo también, después de la otra noche. Quería la confirmación y he de decir que me subes al séptimo cielo. Aunque, permíteme decírtelo, te he notado a veces un poco disperso.  Me ha costado ponerte a tono. ¿Preocupaciones del trabajo? Déjate llevar y disfruta del momento.

—Si disfruto Vanesa ¿Cómo no, ante tu fogosidad? Esto equivale a doble sesión de gimnasio. Menudo fondo tienes —rió con algo de impostura —. Pero no, lo que has percibido no eran preocupaciones del trabajo, era intranquilidad por lo que te tengo que comentar.

—Cariño ¿Qué te pasa? A mi me puedes contar lo que quieras. Te ayudaré y te aliviaré si está en mi mano —Y lanzó una mirada, en ese momento, hacia el pene de Julián, que yacía flácido y encogido entre sus piernas. Sonrió, pero no arrancó a reír, que era su intención, porque comprobó, por el semblante serio, que él no había cogido su gracia o, simplemente, no se la vio.

Julián la recibió en su casa, le abrió la puerta, Tenía puesta una camiseta y un pantalón de chándal, también unas zapatillas que le recordaban a las que usaba su padre, de paño, a cuadros y con suela de goma. Pensaba que ya no se fabricaban, pero ahora vuelve a cobrar fuerza lo antiguo rebautizado con el nombre de vintage.  

Ella estaba eufórica, pero se contuvo porque notó que Julián mantenía las distancias y mostraba una sonrisa forzada. Le apetecía comerle entero, tumbarlo con un «aquí te pillo, aquí te mato», como la otra vez. Pero Julián llevaba otro ritmo más pausado. Tendría que obrar con tiento para intentar que se desinhibiese poco a poco. Le ofreció café y ella aceptó. No era café precisamente lo que le apetecía, aunque su ingesta la serviría para ganar tiempo y tantearle.

—Espérame aquí. Voy a encender la cafetera y traigo, mientras se hace, las tazas y demás.

—¿Qué dices? Voy contigo a la cocina y me dices donde tienes cada cosa. Las traeré yo. No voy a quedarme aquí, como un pasmarote, mientras lo preparas. He venido para verte.

—Tampoco iba a tardar tanto, se hace en un plis plas, pero como quieras.

            La cocina era alargada, no excesivamente grande y, en los sitios de paso, cuando se tenían que cruzar, Vanesa aprovechaba para pegarse a Julián sin recato. Estuvo tentada de echarle la mano al paquete, tanta era su necesidad, pero se contuvo. No le percibía receptivo y eso podía estropear el encuentro. Tenía que avanzar paulatinamente y no sabía si iba a ser capaz.

            Se sentaron en el sofá, en el mismo sofá en el que empezó todo, la noche de marras. A Julián se le notaba dubitativo. Movía la cucharilla lentamente haciendo círculos y con la mirada dispersa, a pesar de que ella lo buscaba. Tras unos formalismos sobre la temperatura de la leche o la cantidad de azucarillos que echarían para endulzar el café, Vanesa decidió pasar a la acción. No de la manera burda de la primera vez. Le puso la mano sobre la rodilla. Julián dio un ligero respingo y se mantuvo en silencio, un poco tenso. Ella siguió deslizando la mano hacia arriba, sin apretar, suave, sintiendo la dureza del cuádriceps bajo la tela, hasta que llegó a las inmediaciones de la ingle.

            —¿Qué haces?

            —Acariciarte. ¡Qué pregunta!

            —Vanesa, de eso quería hablar cont…—No acabó la frase porque ella, con una rapidez inusitada, posó sus labios sobre los de Julián, hizo ventosa y comenzó a introducir la lengua y a moverla como un áspid.

            —Joder, tía, así no puedo hilar una frase. Déjame respirar. Me estoy agobiando. —Se despegó unos centímetros, tras un esfuerzo ímprobo y jadeó hastiado.

            —Luego hablaremos largo y tendido. Me explicas lo que creas conveniente. Ahora vamos a la cama.

            —Porque tú lo digas. No me obligues a echarte de mi casa.

            Julianín, hay cosas que no se pueden ocultar. Te apetece tanto como a mí. Se marca tu morcillona. Ha crecido como si la hubiesen inflado con una bomba de aire y debe estar más dura que el pedernal —puso la mano encima del bulto y comenzó a friccionar arriba y abajo aumentando la cadencia.

            A Julián se le nubló la vista y emitió unos suspiros que iban aumentando de volumen al tiempo que se le agitaba la respiración: «Dios, Dios, Diooos».

—Qué místico te pones —dijo ella con retranca.

De repente, Julián, abrió los ojos de par en par y se puso en pie de un brinco. Vanesa, que estaba sentada en el sofá, le observó entre extrañada y un poco temerosa por si se acababa la fiesta. Él, le cogió de ambas manos, tiró con fuerza hacia sí y la puso de pie.

            —Eres testaruda. Muy terca. Me has puesto a cien y te voy a dar tu merecido.

La rodeó, se puso detrás, la abrazó con fuerza por la cintura, se apretó contra las nalgas y le susurró al oído «llévame donde tú sabes. Te seguiré como un corderito». Se encaminaron hacia la habitación enlazados. Por el camino se iban metiendo mano, sobando y buscándose las zonas erógenas por debajo de las prendas.

Encima del catre yacían, exhaustos tras la batalla, después de acariciarse, frotarse, entrelazarse, dar tumbos y hacer giros inverosímiles; de suspirar, gemir y gritar. Tras esa epopeya, vinieron los jadeos y el intento de que la respiración volviese al estado de reposo.

Julián fue al baño a beber un poco de agua, pues tenía el paladar reseco, la legua rasposa, como una trilla y no era capaz de articular palabra. Ahora suponía que, por fin, Vanesa, una vez calmadas sus ansias de follar, le permitiría explicarse y dejar las cosas diáfanas, para que no hubiese lugar a equívocos.

            —Es la última vez, Vanesa.

            —¿A qué te refieres?

            —No te hagas de nuevas. No quiero que estos encuentros se repitan.

            —¿Encuentros? Bonito eufemismo después de echar un par de polvos. Parecía que te gustaba revolcarte conmigo. ¿Era fingido?

            —Sabes que no, que me encanta. Me dejas agotado, eres fogosa y maravillosa, pero nunca me ha gustado liarme con mujeres casadas.   

            —Por eso no te preocupes. Luis está en la inopia y aunque se enterase no creo que formase ningún espectáculo. Para él, mejor. No voy a molestarle, ni a forzarle más. Siempre tengo que perseguirle, nunca le apetece y cuando, al fin, claudica es como el champán, que en cuanto meneas un poco la botella, sale la espuma sin remisión y antes de empezar la fiesta se acaba la pólvora. Cae como un leño, duerme como un bendito. Me quedo mirando al techo impotente y no me queda otra que recurrir al Satisfyer que me regaló Antonio.

            —Pero Antonio y tú…

            —¿Qué va? Era y es un buen amigo, pero nunca quiso traspasar la barrera. Estaba enamorado de Renata y tenía más que suficiente con ella. Así me lo dijo. Se sentía halagado por mi interés. Unas navidades, que me había puesto más cariñosa de lo habitual, se presentó con el regalo, para que me quedase claro. Con lo cortado que parecía tuvo confianza para eso. Pero no, el Satisfyer no es comparable a un hombre de carne y hueso. Lo uso cuando no me queda otra, siento humedades, la libido disparada y tengo que desahogarme de alguna manera, porque si no voy a reventar.

            —Me dejas estupefacto. ¿Por qué no os separáis?

            —Lo he barajado, no creas, pero, con la noticia que has disparado de sopetón, me has dejado chafada. Además, no todo en la vida de pareja es el sexo. Hay muchos detalles que hacen que el proyecto de vida en común merezca la pena. Además, Luis es muy niñero. No quisiera separarle de sus hijos ahora que aún no han cumplido los cinco años. Por otro lado, que todo hay que decirlo, los dos sueldos juntos menguan la hipoteca a buen ritmo. Se iría todo al traste.

            —Eres calculadora. Me sorprende que seas tan materialista.

            —El matrimonio es un contrato, pero no seas injusto conmigo, me gustaría que permanezcamos unidos, por lo menos hasta que los chicos alcancen la pubertad. Te repito que Luis es un buen tipo y, aunque en la cama se un estafermo, me llena en otras facetas de la vida. Se hace cargo de los niños tanto o más que yo. Y los cuatro formamos un buen equipo.

            —Pues más a mi favor. Estos encuentros, bueno, estos revolcones, que a ti que te gusta hablar en plata, me dan mucha vida. Eres ardiente y me vuelves loco. No sólo es el sexo, me encuentro a gusto charlando contigo. Pero soy un espíritu libre y las mujeres casadas o emparejadas siempre suelen traerme disgustos. El buey suelto, bien se lame. Aparte de que me da una pereza enorme lo de los críos a estas alturas.

            —¿Qué críos? No saques las cosas de quicio. Podemos quedar sin más, como hasta ahora, si es verdad que te gusta estar conmigo, las charlas, las confidencias y los revolcones. Incluso lo puedo hablar con Luis, seguro que, si se lo vendo convenientemente, transigiría.

            —Quita, quita. Pues sólo faltaba. A los cornudos les carga el diablo por muy pastueños que parezcan. He dicho que no quiero volver a quedar contigo. Entiéndeme, para tomar algo, con Renata como hasta ahora, no me importaría. Lo pasamos bien, nos reímos mucho, pero hacer el amor contigo, recibirte en mi casa a solas, nunca más.

            —Pues tú te lo pierdes, Julián. Si reconoces que te gusta que follemos, no te entiendo.

            —Hazte cargo. Con una mujer comprometida, perdono el bollo por el coscorrón.

            —Tu mismo. Pero antes de largarme, permíteme hacerte las dos últimas puntualizaciones. Lo de hacer el amor es una cursilada de las tuyas y el papel de los cornudos ha variado mucho en los últimos tiempos. Te sorprendería saber que hay cornudos consentidos hasta debajo de las piedras.

            Renata estaba enfadada. En su soledad, rumiaba su pérdida de confianza con Vanesa, su volubilidad. A lo mejor era mas clásica de lo que creía, pero le parecía fatal el doble juego de su, hasta ahora, amiga. No era sólo porque estuviese casada, era porque para ella la confianza debe ser mutua, la fidelidad, un pilar infranqueable. Si no, se separa una y ya está. Al rato pensaba otra cosa. No sabía porque se hacía mala sangre, ya que a ella nadie le había dado vela en ese entierro. Si le pedía consejo, como hizo en la charla del Bar Baridad, se lo daría en dirección univoca. Su postura era diáfana, pero de ahí no podía pasar.

            Imperceptiblemente, espació sus citas con Vanesa y sus mensajes de Wasap. Ella, fiel a su tradición, nunca era la primera en iniciar una conversación. Y eso también cargaba a Renata. Se moría de ganas de saber las novedades en la relación surgida tras la velada en La Casa del Pulpo, pero supo contenerse. Se había producido una pérdida de confianza palpable entre ambas, sino ya estarían llamándose o citándose para cotorrear sobre los derroteros que habían tomado Julián y Vanesa, después de la noche loquísima. Salseo, lo llaman ahora.

            Surgió la oportunidad y no la desaprovechó. Le da pudor reconocerlo. Queda con Julián para enseñarle el contrato de camarera que la ha presentado Montse, para que él de su visto bueno. A ella le ha parecido bien, pero hay ciertos detalles en los que se pierde. Los vecinos de la Casa del Pulpo no la van a engañar, sería lo último. Hablan un buen rato sobre las condiciones, las cláusulas y la letra pequeña. Queda en llevárselo a casa, leerlo con más calma y cotejar las dudas que le surjan con la legislación vigente y los manuales de derecho laboral. Tiene una librería que ocupa toda una pared del salón, un mueble que va del techo al suelo, con estanterías, baldas y sujetalibros funcionales.

La verdad es que hasta hace un lustro la usaba bastante, pero ahora la legislación está viva, cambiando constantemente y tiene la gran ventaja de navegar por internet y consultar las páginas web de librerías jurídicas de prestigio, la gran mayoría de los libros que tiene de derecho han quedado obsoletos. Es un gran lector, casi la mitad de la librería la ocupan algunos ensayos y bastantes novelas. Estas últimas de todo género y condición, la mayoría intemporales. Algunas no han envejecido bien, aunque eso a él le da igual, huye del presentismo y tiene altura de miras. Las relee, a veces se sonríe y otras se dice que todo fluye y todo cambia. La visión del mundo de nuestros padres y abuelos no tiene absolutamente nada que ver con la nuestra y la de nuestros vástagos.

Le pregunta, a pesar de su discreción, por su affaire con Vanesa. Tiene la suficiente confianza y amistad de años con Julián para hacerlo. Se sincera con Renata. Le reconoce que es fogosa en la cama y que lo pasa fetén con ella. No sólo en cuanto al sexo. Es una tía chisposa, pero no quiere seguir teniendo esos escarceos. Le da miedo encoñarse. Prefiere no enrollarse con mujeres casadas, suelen traer complicaciones. Él es libre. Tampoco querría que abandonase a Luis y viniese a vivir con él. No quiere atarse, críos y demás le dan mucha pereza.  Tampoco es que Vanesa lo hubiere planteado, desea jugar con dos barajas. Le pide a Renata que medie para seguir manteniendo únicamente la amistad, porque sabe que es complicado cuando una persona sale herida de una relación.

Renata se calla. Prefiere no revelarle a Julián que en los últimos días no ha mantenido una sola conversación con Vanesa. No sabría decir porque le priva de esa información, no hay ningún motivo de peso, ¿o quizá sí? La verdadera razón es que no quiere que piense que se han peleado por sus huesos, que los celos hayan aflorado. Un poco de resquemor sí que tiene. Se siente como el perro del hortelano, que ni come ni deja, pero se autoconvence al mismo tiempo de que el mosqueo que le sale de dentro es porque Renata no está obrando bien. Prefiere pensar eso a que todavía quedan brasas de la relación que mantuvo hace tantísimos años con Julián.

 

Vanesa y Renata vuelven a retomar el contacto, que no la amistad, unos días después. El afecto tardará más tiempo en volver, sobre todo porque Renata considera que ha pasado lo de siempre, pero no solo con Vanesa, con mucha más gente. Llaman o intentan recuperar los encuentros y las confidencias cuando se les ha acabado la chuche, la golosina que habían encontrado en otro lado y que les hizo despegarse y desentenderse. Si ella no llama o wasapea puede esperar sentada. La gente es muy interesada. Vanesa, cuando volvió a la rutina laboral y familiar no tenía a nadie con quien desahogarse, contarle sus cuitas. Entonces acudió al encuentro de Renata. Esta no quiere hacer sangre y decide escucharla y quedar con ella porque siempre recuerda que se portó fenomenal y fue su tabla de salvamento cuando estaba a punto de ahogarse.

Encuentra a Vanesa bastante plof después de que Julián le dejase las cosas claras. Está hecha un lío tras probar el sexo con mayúsculas después de mucho tiempo. Casi no recordaba que el cuerpo podía sentir tanto placer. De momento, decide seguir con la vida familiar, a pesar de que la conyugal es fría. Los dos sueldos que juntan a final de mes y la corta edad de los niños son los motivos egoístas que inciden en que no quiera dar el paso sin que tener otra opción a mano. Renata la mira perpleja ante esas afirmaciones, que le suelta de buenas a primeras. Otra cosa no, pero de falta de sinceridad no se le puede acusar. Demasiada franqueza para su gusto. No le agrada ni mucho ni poco su actitud taimada. La quiere decir que le parece deleznable su comportamiento y su materialismo, pero, después de un conato de bronca, prefiere no cargar las tintas. Ya tendrá tiempo de cantarle las cuarenta. Hoy es el primer día de confidencias después de semanas.

            —¿Tengo yo la culpa de ponerme así de borrica? Es algo fisiológico.

          

  —Tienes que hablar con tu marido, Vanesa. Sabes que no apruebo tus devaneos. Pero si te abalanzas sobre cualquier varón que se cruce en tu camino te lo tendrás que hacer mirar.

            —Tampoco es así. Pero cuando uno me gusta es superior a mis fuerzas, me resulta difícil sujetarme. En fin, ahora pasaré una temporada sumida en el fango. Después de la espantada de Julián lo estoy pasando fatal. Sin ganas de nada. Gracias por atender mi llamada. He sido muy egoísta.

            —No te preocupes.

De la gente de la lavandería y sus novedades se entera a través de Paulina. Quedan todos los meses y mantienen conversaciones vía wasap una vez a la semana si no surgen noticias relevantes que no puedan aguardar dentro de su boca. Al principio, como salió tan asqueada, no quiere que le cuente nada del trabajo, pero se dio cuenta de que era inevitable. Además, le apetecía. No es que fuese una cotilla consumada, pero es normal la curiosidad hacia las personas que han sido amigas tuyas y con las que has convivido muchas horas durante años.

 

Le comenta que no es ella sola la que la añora. Según han pasado las semanas los compañeros se ha dado cuenta, no todos, pero sí la mayoría, de que su pasividad fue deplorable. El otro día, Natalia le preguntó que si sabía algo de ella, que si había encontrado trabajo. Tiene remordimientos de conciencia. Le cuenta que Adrián ha crecido a pasos agigantados, pero es un chantajista. Natalia y su ex están siempre a la gresca por culpa del crío. Discutiendo quien le consiente más, quien le regala más. Y en los estudios, que acaba de empezar la ESO, le han quedado varias asignaturas. Todo el día está enganchado al móvil y a los videojuegos. Ella lo intenta castigar, pero su padre no lo ve tan grave, por lo que están frecuentemente a la greña, echándose cosas en cara.

 

En cuanto a Sabas, siguió como si nada hubiese pasado, tirando tejos a todo lo que se meneaba, con sus pendencias y bravatas de vez en cuando. La gente y los mismos compañeros de sindicato se están hartando de su comportamiento. Es cuestión de tiempo que empiecen a darle de lado. Con respecto a sabas quiere darle una primicia.

 

—Te la puedes ahorrar, sabes que no me gusta ni que lo mientes.

 

—Lleva unos días que se presenta achispado y ni Benigno puede con él. Creo que va a acabar mal.

—¿Y que crees? ¿Qué me da alguna pena lo que me dices? Me largué por su acoso y sus infamias, temía hasta por mi vida. ¿Tu sabes la mirada que me lanzó? Ni una broca penetra con esa fuerza.

—Hoy, bajo los efectos del alcohol, me ha llamado y en un aparte me ha confesado que le pesa el comportamiento que tuvo contigo. Creo que es sincero. Dicen que los borrachos y los niños nunca mienten.

—Se cocía antes y parece que ahora ha aumentado la cadencia. No comprendo cómo me dejé engatusar viéndolo en perspectiva. Por mucha mano que tenga no se como no lo echan de una vez.

—Puede que lo hayan hecho ya. A la salida me he cruzado con él en el pasillo e iba diciendo fuera de sí: «todas putas, todas putas, ¡Todas las mujeres son unas putas y unas chivatas!». Daba miedo. Iba derecho al despacho de Pablo. Ha debido convocarle. Con las ganas que le tiene, esas bestialidades han cavado su tumba, seguro.


—Qué personaje —remachó Renata, con más tristeza que asco.

martes, 8 de octubre de 2024

Capítulo 12 - De aquellos polvos...

 

—¡Qué fuerte tía! Todavía no me lo creo.

—Pero, ¿cómo surgió la cosa? ¿Te sugirió algo Julián?

—Pues es que no me acuerdo bien. Yo le dije dónde vivía, a la salida del mesón, recuerdo que todavía estabas tú. Luego fuimos para el metro y cuando llego el convoy al andén nos metimos en un vagón. Estaba un poco alegre después de la ingesta de albariño y tenía ganas de marcha, pero como eres una corta rollos me había resignado a irme para casa.

—Corta rollos no, Vanesa. Era tarde y cada vez dabas más miedo. En el servicio dijiste unas burradas que me sacaron los colores. Además, tenía toda la pinta de que ibas a perder el control si seguías bebiendo y tendríamos que sacarte a la calle como un saco de patatas, pedir un taxi y acompañarte hasta tu piso.

—Pues al final te tengo que estar agradecida porque no veas el fin de fiesta que tuvimos.  Estaba tan caliente que en cuanto me chistó no me pude sujetar —soltó una carcajada y Sigfrido se acercó receloso.

—Buenas tardes, damas, veo que tenéis una charla muy animada. Lástima que tenga el local prácticamente lleno, sino me uniría. Por eso no os había visto hasta ahora, pero esa risa me es familiar.

—Tráenos dos Coca colas, la mía con un hielo sólo, por favor —dijo Renata, que estaba impaciente por enterarse de toda la película.

—A me gusta fría de la nevera, sin hielos, que luego os volvéis locos echando cubitos y las enaguazáis. Bebes más agua que refresco.

—Pero bueno chicas, con menos cariño también se apaña uno ¿es que no me vais a dar dos besos? Si no lo veo no lo creo.

—Hombre —terció Vanesa—. Dos y hasta tres. Pensábamos que no te podías entretener. Algunos clientes te empiezan a hacer señas.

—Antes es Dios que todos los santos —dijo Sigfrido, mientras guiñaba un ojo—. Saldrá Javiera de la barra un momento a atenderlos. Es lo que hace cuando hay apreturas.

—¡Madre mía! —Exclamó Renata. Disculpa que me tome tantas confianzas. ¿En este local hacéis casting de nombres para seleccionar al personal? porque vaya rarezas.

—Es pura casualidad, pero si estos te parecen raros ahora he contratado a un haitiano que está desde la apertura hasta las cinco de la tarde, que se llama Constante.

—Venga ya, eso es mote y se lo habrás puesto tú.

—Qué no, que es nombre. He visto su documentación. No hace honor a él porque es más bien gandul, aunque le voy cogiendo cariño. Pero no me cambiéis el tercio, que tengo faena y no me voy a ir sin mis besos, par de siesas. A las Coca colas invito yo.

—Si es así, te como a besos, Sigfridín, guapetón.

—Ay Vanesa, como me estresas. Si no fuera por tu estado civil te iba a dar tu merecido, por zalamera.

—Ya está bien, que estoy seca y además estas conversaciones me hacen sentir incómoda.

—Si es broma, mujer, pues por poca cosa te violentas en los tiempos que corren. Me faltan tus besos. Hasta que no me los des no pienso ir a por las consumiciones.

Renata le da un par de besos y las dos le observan alejarse hacia la barra. Entonces prosigue la conversación interrumpida. Vanesa le explica como transcurrió la velada. Dentro del vagón del metro, de los ojos de Julián saltaban chispas o eso le pareció a ella. De repente, se puso galante, le comentó que eran muchas estaciones hasta el Pinar de Chamartín y que en su casa había una habitación de sobra, que no tenía necesidad de ir hasta tan lejos, además la notaba un poco achispada y algún aprovechado la podía levantar el bolso o, lo que es peor, la falda.

—¿Así te lo soltó?

—Parecido. No recuerdo exactamente las palabras que empleó. El caso es que me propuso que durmiese en su casa y yo acepté sin poner excusas baratas. Te recuerdo que el alcohol suelta la lengua, pero también desinhibe bastante y no necesito mucho para desmelenarme.

—¡Qué descarada! Y ya en su casa ¿Qué pasó?

—Nada grave. En cuanto cerró la puerta a mis espaldas le hice la trece catorce.

—¿Y eso que es?

—Una jugarreta ¿tú, Renata, de dónde sales?

Y comenzó la descripción de los hechos, brevemente interrumpida por Javiera que vino a traerles las bebidas. Sigfrido se había quedado en la barra cambiando el barril de cerveza, pues se había terminado.

Prosiguió Vanesa la perorata. Cuando Julián pasó por delante de ella dando explicaciones y señalaba hacia donde se encontraba la habitación libre, le puso la zancadilla, lo que le hizo trastabillarse y caer de bruces encima del sofá. Se dio la vuelta con cara de asombro y su sorpresa aumentó cuando ella se dejó caer encima de él y empezó a morrearle con avidez. Se resistió unos instantes, pero pronto se relajó y se dejó a hacer, mudó su pasividad y pasó a la acción. Su respiración era agitada. Comenzaron a friccionar las lenguas. Ella tenía las bragas como un campo de arroz tras notar el bulto recio que se apretaba contra ellas y que aumentaba de tamaño en segundos. Entonces se levantó, le quitó el cinturón y le pegó dos hebillazos en el pecho, a lo vivo. No sabía porque leches había hecho esa barbaridad, debía ser por la influencia de Cincuenta sombras de Grey, que había leído hacía poco.  

Julián, que tenía los ojos entrecerrados y se estaba mordiendo el labio inferior de gustirrinín, comenzó a gruñir como un cochino y, ante la perspectiva de que se acabase la fiesta, decidió bajarle la cremallera de la bragueta y hacerle una felación. Eso le fue calmando, aunque tardó un rato de pasar de los gañidos a los suspiros y, por último, a los gemidos de placer. Le podía parecer burdo, pero ella necesitaba sexo y después de encerrarse con Julián en su casa, de atreverse a dar ese paso y de la calentura que arrastraba desde que se tomó las dos primeras copas de vino, supuso una huida hacia delante. Nunca había hecho eso a las primeras de cambio, pero consiguió apaciguarle y comprobó que las ganas de sexo eran recíprocas. Ella estaba salida, pero él no le iba a la zaga.

A continuación, tras recuperar el aliento, se incorporó, le lanzó una mirada libidinosa y la indicó que lo siguiera. Según avanzaba, se iba quitando prendas y las tiraba contra el techo, mientras se reía. Ella le siguió el rollo e hizo lo mismo. Iban cayendo a sus pies, las dejaban atrás, en el suelo, como el rastro de migas de pan de Pulgarcito. Por fin, llegó hasta una puerta, que abrió de par en par, y la invitó a franquearla. Como había supuesto, era su alcoba. Ella deshizo la cama con cuidado, pero él hizo una bola con la colcha y la sábana y la arrojó a un rincón. Después se lanzó en plancha sobre el lecho y se puso boca arriba. Estaban totalmente desnudos. Moviendo ostensiblemente las palmas de las manos hacia sí, le pidió que lo acompañase. En esta ocasión fue Julián el que tomó la iniciativa. Ella, no pudo evitar desviar la mirada hacia el pene, enhiesto como una estaca.

—Bueno, no sigas dando detalles que ya me hago yo a la idea.

—Qué noche, Renata, que mal rato le hicimos pasar a esa cama. No sé cómo tengo cuerpo. Imagínate, irme a trabajar directamente por la mañana. Estoy hecha unos zorros. Y ahora a volver a casa, a la cruda realidad.

Renata no estaba enfadada, pero si un poco picada. No tenía derecho, aunque ese sentimiento era el que le afloraba. Julián siempre había sido un buen amigo y fue ella la que le dejó, poco después de la adolescencia, pero Vanesa era una desahogada. Tenía una familia y estaba casada.

—¿Se lo vas a decir a Luis?

—De momento, no. Te dije que tenía un poco de prisa. Por cierto, aunque no tienes comunicación con mi marido, que sepas que para él he pasado la noche en tu piso. La versión, que es perfectamente creíble, es que se alargó la cena y no estaba en las mejores condiciones de volver a casa. ¿Te quedas?

—¿Qué dices? ¿Aquí sola? Aprovecho y voy a visitar a mis padres que siempre lo agradecen, sobre todo él. Hace tiempo que no voy. Mi madre nada más que para chismorreos y para preguntarme por novios con retintín. Ella no pierde la esperanza de que Antonio yo volvamos a arreglarnos. Aunque sólo sea por eso, Sabina se alegra de verme, pero tardamos y menos en lanzarnos dardos y a mi padre, como siempre, le toca templar gaitas.

Vanesa llamó por la noche a Renata. Era bastante tarde. Acababa de llegar a casa después de la visita a sus padres, Víctor y Sabina. Cuando vio su nombre en la pantalla del móvil estuvo por no cogérselo. «Esta tía querrá seguir regodeándose en su aventura o, lo que es peor, contarme algún drama familiar ocurrido en su vuelta al hogar». Después de varios tonos de llamada descolgó.

—No tengo perdón, Renata. Se me olvidó que para ti también era un día importante. ¡Qué cabeza! ¿Qué pasó en tu cita con Montse? ¿Habéis llegado a un acuerdo?

—La verdad es que tenía ganas de salseo, de que me contases tu aventura con Julián, así que no te fustigues. Montse y yo hemos hablado largo y tendido. A esas horas hay pocos parroquianos. Creo que seré capaz. Me ha dado unas pautas. Lo que más me va a costar es mantener el equilibrio con la bandeja. Las comandas es cosa de apuntar e ir mejorando mi memoria a base de técnicas y práctica.  En cuanto al sueldo, si paso el periodo de prueba será similar al que tenía en la lavandería del hospital. Eso sí, tendré que echar alguna hora más. Mi horario será por la tarde hasta la hora de cierre, que suele ser a las doce, pero los fines de semana se alarga.

—El horario queda un poco en el aire y lo de estar de pie tantas horas no sé que tal lo vas a llevar. Supongo que te acostumbrarás, como todo.

—Tú lo has dicho. Me haré a ello y lo de tener la casa al lado del trabajo es un chollo en una ciudad como Madrid. En cuando al horario, en las terrazas veraniegas suele prolongarse. Para ellos también es novedad así que lo iremos viendo. Le he comentado que las propinas suelen ser para los camareros y ella, sin mostrar atisbo de racanería, me ha respondido que en mi turno serían para mí. No niego que me ha sorprendido esa generosidad, sin siquiera regatear algo o repartirlo con ella que también va a estar en las mesas de dentro.

—Criatura, a veces tu ingenuidad exaspera. Ella se ha apuntado un tanto con esa concesión y en realidad, a estas alturas, las propinas han disminuido exponencialmente. Casi todo el mundo paga con tarjeta o con el móvil.

—Bueno, bueno, veremos. A mí si me atienden bien y quedo satisfecha, después de pedir el datáfono dejo unas monedas.

—Pero sois los menos, la mayoría no caemos, nos hacemos los olvidadizos con el achaque de que se paga justo y no hay vueltas en esta modalidad de pago. En fin, ya me irás contando si ese punto de la negociación mereció la pena.

La relación entre ambas se resintió. Renata se consideraba una persona cabal y la actitud de Vanesa la había descuadrado bastante. Antes de ese episodio se daban novedades casi todos los días a través de wasap. Se espaciaron esas comunicaciones y pasaron de ser diarias a un par de veces a la semana. También es verdad, consideraba Renata, que le estaba pasando con Vanesa como con otras amistades anteriores. Vanesa interactuaba, contestaba a sus wasaps, pero si ella no era la primera que rompía el hielo no recibía mensajes. Le parecía además que estos cada más eran más cortos, como de obligado cumplimiento, en los que decía vaguedades y no se metía en honduras.

Se fue ablandando poco a poco, recapacitó y fue consciente que su amistad había resultado fundamental en los tiempos convulsos con Sabas y el resto de los compañeros de trabajo. Quedó de nuevo con ella y fue muy sincera. La actitud de Vanesa, su volubilidad la parecía fatal y le afeaba su conducta. Aunque a ella, parecía no afectarle, era fachada como comprobó tiempo después.

—Vanesa, creo que tendrías que hablar seriamente con Luis y plantearles las cosas como son.

—Renata, todavía no sé como son exactamente. Después de aquella noche no he vuelto a verme con Julián, aunque no será por falta de ganas, pero las pocas veces que he tenido un hueco libre en el que poder escaquearme de las cargas familiares a él no le venía bien. Y no creo que me esté dando largas porque te juro que quedó satisfecho, exhausto sería mejor la palabra.

—Bueno, bueno, no me gusta nada la gente que se alaba a sí misma. Además, no es eso lo que te estoy planteando. ¿Vas a seguir con Luis o vas a dejarle y vas a probar suerte con Julián?

—Lo dices como si fuesen opciones excluyentes.

—¿Cómo puedes ser tan fresca? ¿Tienes la conciencia tranquila?

—Absolutamente. Estoy falta de sexo y Julián me lo puede proporcionar, pero no quiero renunciar a la vida familiar, al menos hasta que los gemelos se hagan mayores o, por lo menos, pasen la edad del pavo. Una separación podía afectarles psicológicamente y es ahora cuando se están formando tanto en estudios como en valores.

—¿Hablas de valores? ¿Pues no serás los que estás demostrando con este doble juego? Si ya no le quieres lo suyo es decírselo y separar vuestros caminos.

—No todo es tan diáfano. Tú así lo hiciste, pero no tenías hijos.

—Ni cuernos que yo sepa. El motivo de nuestra ruptura fue otro, nos seguíamos queriendo, pero Antonio me propuso un cambio de vida radical, un chantaje encubierto que, después de sopesar, no pude aceptar.

—Que tampoco soy tan taimada y astuta como haces ver. Ni tan calculadora. Además de momento Julián y yo hemos follado una noche loca y no voy a tirar todo por la borda por ese calentón. Iré viendo.

—Tu misma, pero que sepas que no me gusta ni mucho ni poco el que no quieras aclarar las cosas.

—Para aclararlas me tienes que ayudar a discernir algunas dudas. Quiero saberlo todo de Julián y tú me lo vas a contar, te lo pido por favor y por la amistad que nos une.—. Puso las palmas de las manos encontradas en actitud de ruego y una media sonrisa acompañando al ademán.

Renata le aclaró que sabía poco de su vida sentimental. Había tenido varias parejas desde que lo dejaron ellos, había tantos años, pero ninguna estable. No le duraban mucho las relaciones. De todas formas, tampoco estaba al corriente de los detalles de su vida sentimental o amorosa. Su relación de amistad no se resintió después de que ella le dejase y de ahí que fuese Julián, después de tanto tiempo, el que continuase llevándole sus papeles y gestiones y contestando a cualquier duda laboral o tributaria que le surgiese.

Vanesa decide quedar con Julián para aclarar su situación, lo que tiene pensado él con respecto a su relación. Si la conversación sigue los derroteros que ella tiene pensados acabará en revolcón y después de abierto el melón, que siempre es lo que cuesta más, cree que a Julián le gustará reencontrarse, de vez en cuando, tanto o más que a ella. Se relame sólo de pensarlo.


Continuará …/…

miércoles, 17 de julio de 2024

Capítulo 11 - La Casa del Pulpo

 

Quedó con Julián en La Casa del Pulpo. Un lugar que conocía desde que se mudó al barrió de Usera y en el que la relación calidad precio era excelente. Productos gallegos, con el pulpo a la gallega como plato estrella. Con Sabas la cosa salió de aquella manera, pero no siempre tenía que ocurrir lo mismo. Quería agradecer a su abogado y exnovio de muchos años atrás, con el que mantenía una relación de amistad además de la profesional, las gestiones realizadas cuando pidió la cuenta en la sección de Recursos Humanos del hospital. A partir de ese momento, él se encargó de todo. Su situación no era precisamente boyante, ateniéndose a lo que estaba por llegar, pero se sentía en deuda con él.

Para curarse en salud, citó también a su nueva amiga y confidente Vanesa, pero esta acudiría un poco más tarde. Tenía que esperar a que llegase Luis para que se hiciese cargo de Felipe y Raquel, los gemelos. Así que pensaron en pedir las bebidas y algo de picoteo mientras la esperaban.

En cuanto Montse, la regenta del local divisó a Renata acudió presta a saludarla y a acomodar a ambos comensales.  

—Pero bueno Renata. Tres con este. Estás que te sales. ¿Otro amigo? —dijo con tonillo.

—No sé porque sigo viniendo aquí. La última vez casi me marcho por no aguantar tus groserías, pero en esta ocasión te has pasado de castaño oscuro. Julián, vámonos a otro sitio. Se lo diré a Vanesa —estalló Renata, mientras hacía el ademán de abrir el bolso para coger el teléfono móvil.

Julián se quedó cortado en medio de la sala y comenzó a darse la vuelta para buscar la puerta de salida.

—No es para tanto, Renata. Con lo que tenemos aquí disfrutado y no me vas a aguantar una bromilla. Eres una de mis mejores clientas. ¿Te acuerdas cuando Antonio se bajaba la guitarra? Que veladas tan bonitas.

—Ya estás como siempre. Ahora me dirás que hablabas en broma y lo solucionas con una botella de Ribeiro. Pues yo hablo en serio cuando digo que tienes una lengua muy larga e intentas dar donde más duele. Así que perdono el bollo por el coscorrón.

—Venga Renata, me has hablado montones de veces de La Casa del Pulpo y de sus especialidades. Y de Montse y su carácter peculiar también —soltó una carcajada contenida—. Haced las paces y no me tendré que quedar con la miel en los labios. Seguro que ella está dispuesta a disculparse.

—Claro, si esta es como los políticos, primero suelta la coz y después se exculpará con la manida frase de: «Si en algo te he ofendido, que no veo en qué, te pido perdón».

—No soy tan soberbia. Prefiero tirar de las disculpas que dio el emérito en su día: «Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir». Ya en serio, Renata, quédate, te aprecio mucho y lo sabes.

—Pues no lo parece, fisgona. Y deja ya tranquilo a Antonio. Hace meses que nos separamos y parece que lo gozas trayéndole siempre a colación.

—Prometido. Y esta vez una botella de Albariño y media ración de pulpo a Feira, corren a cargo de la casa.

—Bien sabe Dios que transijo por Julián, porque tú no lo mereces.

—Vamos, mujer —terció Julián—. Dejémoslo ya e intentemos disfrutar de la velada, de la comida y de la bebida. Tiene todo una pintaza… —miró de soslayo a las viandas de las mesas cercanas.

Se sentaron por fin y en el momento en que les sirvieron las taziñas de vino apareció Vanesa. Renata los presentó y enhebraron los tres una animada charla. Renata se sentía un poco culpable todavía de la decisión que había tomado, le salía un hilo de voz. Aunque después del primer vino se puso más locuaz e intentó justificarse. Pero eso era agua pasada y ya no había marcha atrás así que «comentarlo sí, pero tampoco iban a estar toda la noche dándole vueltas», opinó Julián.

Sus dos amigos coincidieron en la reacción ante la primicia. Primero mostraron extrañeza, aunque cuando comprobaron que la decisión era firme y sus razones respetables, ya que el miedo es libre, fueron sus apoyos fundamentales para desvincularse del trabajo. Paulina supuso también un báculo fundamental, además desde dentro. Sin ella, alentándola en las últimas jornadas, hubiese caído, probablemente, en una sima de ansiedades. Sabas era una persona muy tóxica y todos los que le rodeaban estaban impregnados, en mayor o menor medida, de esa toxicidad. Tenía que huir para descansar y tranquilizarse. Dicen que huir es de cobardes, pero ella había oído otro dicho y lo acuño para su causa y más con lo cargado que se había puesto el ambiente: «soldado que huye vale para otra guerra».

—Pues ya está Renata, con los papeles que te pedí que firmaras ha sido suficiente. Tuve que apretar un poco las tuercas al jefe de Personal, pero tampoco mucho, porque has cumplido con creces tus cometidos durante estos años. Te guardan cariño y han accedido a darte el despido más favorable. Mañana o pasado, a más tardar, te harán la transferencia.

—Es reconfortante oír eso. Paulina, Pablo y los jefes son los únicos que me han demostrado su amistad, han reconocido mi valía y han intentado ayudarme. El resto me ha decepcionado profundamente.

—Ahora todo eso ha quedado atrás y tienes que centrarte en buscar trabajo cuanto antes —dijo Vanesa—. ¿Sabes que no va a ser fácil?

—Lo sé y espero que me ayudéis, sobre todo Julián que por sus actividades debe conocer a autónomos y pequeños empresarios que podrían contratarme. Ya os he dicho que estoy dispuesta a cualquier trabajo.

—Eso suena muy burdo. Permíteme la broma, aunque sé a lo que te refieres. Lo intentaré, Renata, pero no va a ser fácil según está el mercado de trabajo. Y eso que tienes una edad aprovechable. Me refiero a que si fueses cincuentona te podías olvidar. Con el dinero que te van a pagar tienes para ocho o diez meses de tranquilidad. Después, si no has encontrado nada, vendrán los problemas. Pero pensemos en positivo.

—Tengo un último comodín bajo manga que me incomodaría usar. Pedir dinero a mi padre. Seguro que se ablanda con su niña, pero tampoco los quiero poner en un brete. Son pensionistas y, aunque tienen dinero ahorrado y un apartamento en la playa, les espera la vejez. Veremos si necesitan cuidadores u optan por residencia. En fin, de uno u otro modo todo lo relacionando con los mayores es caro sin contar con que pueden caer enfermos. A esas edades, de un día para otro, puede haber sorpresas.

—Me acabas de dar una idea —dijo Vanesa—. ¿Por qué no te conviertes en su cuidadora y en vez de pagar a un extraño todo quedaría en casa? Ellos estarían más tranquilos bajo tu supervisión y atenciones.

—Absolutamente descartado. Primero, porque el trabajo lo tengo que buscar cuanto antes y ellos todavía se manejan perfectamente. Son mayores, pero no tanto. Además, cuando llegue ese día, prefiero que lo haga un profesional. Yo, después de una tarde con mi madre, salgo tarumba, así que mañana, tarde y noche, aguantando el tirón no lo veo. Tendríamos una agarrada después de otra.

—Ya verás como entre todos encontramos algo en poco tiempo. No te pongas en lo peor —la animó Julián.

—Gracias a los dos.

A continuación, Renata, que se sentía un poco incómoda tanto rato hablando de sus circunstancias pregunta a Julián por Antonio, su ex. Se interesa por cómo le va en Silván su nuevo negocio, en la ganadería ecológica que quiere montar. Quiere saber si ha contado con él para todo el asunto de papeles y autorizaciones que va a necesitar para ponerlo en marcha. Julián le dice que no sabe mucho de él. Para ese tipo de negocios rurales no tiene la suficiente capacidad y tardaría mucho en ponerse al día. No le merece la pena para un solo caso así que delegó en un compañero de facultad que estableció su asesoría en la zona, porque era natural de Astorga y se dedicaba a gestiones agrícolas y ganaderas fundamentalmente (Ayudas, subvenciones, solicitudes, plazos, concesiones…). Se lo presentó y no había vuelto a saber de él. De eso hacía más de seis meses.

Vanesa tiene información más reciente. Se wasapea a menudo con Antonio. Está un poco contrariado porque pensaba que todo iba a ir más rápido, pero ya le ha dicho ella que «principio requieren las cosas». Compró el semental Aberdeen y ocho vacas de las dos razas que tenía su padre, moruchas y sayaguesas, pero estas certificadas y con carta de genealogía. Zamora no se ganó en una hora y las gestaciones del ganado no se pueden acelerar. Son nueve meses, igual que las de los humanos. Últimamente estaba más ilusionado porque se habían quedado preñadas todas y esperaba el primer ternero en poco más de dos meses. Los demás nacerían escalonadamente en menos de un mes desde el primer alumbramiento. Mientras, sigue atendiendo al ganado que tiene su padre, aunque ya ha sacrificado a dos vacas, las más viejas, pues quiere hacer una renovación total. Ella le había aconsejado que, poco a poco, que todo suponía un desembolso muy grande, pero él no tenía paciencia y decía que iba a exprimir a la Consejería de ganadería, que se iba a acoger a todas las ayudas de las que tuviese conocimiento.

—Pues sí que tienes trato, sí. Veo que hasta entiendes de razas y del negocio ganadero —se sorprendió Renata.

—Ya te he dicho que me wasapeo todas las semanas con él y es lo que se me queda. Lo repite tantas veces y muestra tanto entusiasmo. Me da cosa de que no salga como lo ha previsto. En fin, querías saber de Antonio y te he contado lo que conozco de sus andanzas.

—Y yo te lo agradezco, de verdad. También quiero que le vaya bien. Aunque a mí me haya jodido un poco la vida, le guardo mucho cariño.

—No le eches la culpa también de tus episodios con Sabas ni de tu despido.

—Parece que una cosa llevó a la otra. Pero tienes razón, las vicisitudes han venido así, tengo que asumirlo.

En ese momento Montse que les estaba sirviendo las raciones y, fiel a su naturaleza, no había perdido detalle de la conversación, le dijo a Renata que si de verdad quería trabajar en cualquier cosa ella le podría ofrecer una ocupación. Renata se mostró sorprendida y le contestó que si se trataba de materia de cocina la descartaba de inmediato, a pesar de lo necesitaba que estaba, porque, aparte de que sus conocimientos culinarios eran escuetos, siempre había sentido cierta aversión a esos cocineros que deambulan por tantos programas televisivos y que venden el arte de los fogones como sencillo y entretenido. No se veía capaz de aprender las especialidades de un día para otro.

Montse le aclara que no hablaba de cocina. Su hermana y su cuñado se sobraban y se bastaban. Su marido también para atender la barra y ella las mesas del comedor. Llevaban muchos años haciéndolo y no necesitaban a nadie en el local.

—¿Entonces? Montse, no estoy para guasas. ¿Me ofreces un trabajo y después me dices que estáis cubiertos? Luego quieres que no me enfade contigo. ¿O es algo del barrio que ha llegado a tus oídos?

Parte de retranca había en la afirmación de Montse, pero lo aclara rápidamente al comprobar que Renata se ofusca. El local está cubierto, no necesita más personal, pero han habilitado el patio como terraza y la van a abrir el mes siguiente. Están dando los últimos retoques. La idea es tenerlo abierto todo el verano y, si va bien, ampliarlo, hacer una puerta y sacar unas mesas a la Avenida de Andalucía, que es colindante por la parte trasera. Ya han hecho la consulta a la Junta Municipal y les había dicho su gestor que se lo permitirían. El Ayuntamiento, ya se sabía, con tal de recaudar, lo que hiciese falta. Pondrían toldos y agua pulverizada. La gente, después de la pandemia, estaba desatada y, aunque estuviese bañada en sudor y se levantase con la culera empapada, quería exteriores.

—¿Me lo estás diciendo en serio?

—Esta vez sí, con las cosas de comer no se juega. Pero te tendrás que poner las pilas y en un mes aprender a manejar la bandeja, coger las comandas y atender a los clientes como Dios manda, con buenas caras y sin aspavientos.

—¿Y lo dices tú con la lengua que gastas? Bueno, no sé, lo de la bandeja me da un poco de miedo. Puedo formar algún estropicio.

—Yo te enseño. Hay tiempo suficiente. Además, ahora ponemos como un tapete de goma, que amortigua para que no resbale la cristalería y la vajilla. Un truco que facilita bastante el equilibrio que hay que mantener. Luego, si la cosa va bien, dejaremos en invierno la terraza del patio. Ya sabes, para los fumadores. Pondremos unas estufas y, aunque estén un poco arrecidos, con tal de echar humo son capaces de aguantar las inclemencias más adversas.

—Pues desde ya te digo que sí. No estoy para desdeñar nada. El sueldo y las condiciones ¿Cuáles serían?

—Sería un contrato en prácticas el primer mes. Sin abusos, te conocemos de muchos años. Si cumples te haríamos uno en condiciones. De todas formas, pásate mañana y lo hablamos tranquilamente.

—A la hora que me digas. Ahora tengo todo el tiempo del mundo.

—A las doce, por ejemplo.

Montse se aleja para recoger la mesa contigua y proseguir su trabajo y Renata comenta a sus compañeros que, por poco que la paguen, le parecerá bien. No hace una semana que se ha quedado en la calle y ya tiene nueva ocupación. No la importará echar horas. Ahora necesita pasar tiempo fuera del hogar, se le cae la casa encima. Será duro pasar tantas horas de pie, pero a todo se acostumbrará una.

Vanesa le hace una seña y se dirigen las dos juntas a los aseos. Están ya un poco alegres por los efluvios de ese vino blanco fresquito denominación de origen «Rías Baixas», aunque la inmensa mayoría de la gente lo siga llamando «Alvariño», a pesar de que haya mudado de nombre hace unos años.

Vanesa, nada más franquear la puerta del baño y, sin venir muy a cuento, le suelta a Renata que Julián está como un queso. Los ojos le brillan y una risa nerviosa se le escapa por la boca. Pregunta que, si no quiere nada con él, ahora que lleva meses soltera de nuevo. Ella le contesta que no, que son buenos amigos y no quiere estropear su amistad forzando la situación. Vanesa se ríe y dice que tiene las bragas mojadas y no precisamente porque se le haya escapado el pis. Es atractivo, tiene agradable porte y conversación sensata y no le va mal en su negocio. Parece todo un profesional por cómo había llevado el caso del despido. No le faltaba un perejil.

—No se dónde quieres ir a parar, Vanesa. Te repito que lo quiero como amigo, que lo nuestro acabó hace mucho. Pero veo que tus feromonas siguen esparciéndose a pleno rendimiento. ¿Como era la dicotomía que estableciste con respecto a los hombres? Ah, sí, follables e infollables.

—Chica, también lo digo por ti. Es un buen partido. No se como no le tiras los trastos. Hace meses que no te pegas un buen revolcón, por lo que me has dicho.

—Ni bueno ni malo, lo tenemos hablado. Vanesa, sé que aquí dentro no nos puede oír nadie, pero escucharte hablar con esa naturalidad de temas íntimos me sube los colores y los calores de golpe. Tú si que follas de vez en cuando, con Luis, pero veo que nuestros cuerpos y apetencias varían de medio a medio.

—Si a esperar la muerte del gorrión una vez a la semana lo llamas follar, sí, follo. Cae a plomo el pajarito. Pero, en fin, si tu cuerpo no se pone cachondo, tampoco vas a forzar.

—Me tienes loca con el desparpajo y ese despliegue de lenguaje soez. Yo también estoy alegrilla con el vino, se me suelta la lengua, pero nunca creo que llegue a esos extremos.

—¿Qué no? Que venga un príncipe azul de esos que te pillan con la guardia baja y te sueltan un flechazo directo al corazón. Verás como se te caen las bragas a los tobillos de golpe y le pides que te folle sin preámbulos ni ceremonias.

—No te conozco, tía. Te estás poniendo muy borrica y, por qué no decirlo, ebria. Lo mejor será volver a la mesa. Tal como os dije hoy invitaba yo. Os debo mucho a los dos. Voy a cobrar el finiquito en breve. Después cada mochuelo que se vaya a su olivo e iremos hablando.

Julián se quedo extrañado por la prisa con que quería rematar Renata la velada. Dijo que él quería pedir postre, que le habían hablado de que la tarta de Santiago de este lugar era verdaderamente espectacular y le quedaba hueco en el estómago para degustarla. Que, si era por el dinero, que no se preocupase que él pagaba los postres. Renata accedió, pero le dijo que se diese prisa. Julián no entendía el motivo de tanta premura. Al fin y al cabo, ella vivía al lado y podía ir andando hasta su casa. Para rematar la velada, Montse les acercó una frasca de medio litro con cuatro vasos de barro, tamaño chupito.

—Ahí tenéis, alquitrán. Invita la casa.

—Montse te pones espléndida el día que tenemos más prisa. Para lo que eres tú, más agarrada que un chotis, me estás dejando pasmada.

—Pues si yo, según tú, tengo la lengua larga, la tuya es una tralla. Con menos cariño también se apaña una. ¿Quieres que me lleve el orujo de café?

—Ni se te ocurra —le pidió Vanesa—. Tendremos que brindar por esta bonita amistad que ha germinado hoy.

—Jolines, parece que tiene razón Renata —dijo Julián—. Esa lengua se tropieza demasiado, vocalizas regular. Haremos un brindis, pero sólo mojarnos los labios y después romperemos filas. Si no, no llegaremos ni a la boca del metro.

Así lo hicieron a los cinco minutos. Renata fue hacia su casa andando y los otros dos hacia la boca del metro de Usera que está en la calle Mirasierra, la más cercana. Él tenía que ir hasta Mendez Álvaro, vivía al lado del Parque de Tierno Galván. Ella tenía que ir hasta el Pinar de Chamartín, así que le tocaba hacer transbordo en Pacífico y quince estaciones más hasta el final de la línea uno. Renata los observo alejarse por la calle que dirigía al metro. Curiosamente mantenían la verticalidad y no se trompicaban mucho. A lo mejor había cometido un error con Vanesa y no tenía tanta cogorza. Puede que no la hubiese calado lo suficiente y fuera zafia por naturaleza. Los vio avanzar en animada charla, alguna risa se les escapaba y llegaba amortiguada hasta sus oídos.  

Vanesa la wasapea al día siguiente: «He dormido en la casa de Julián, todo un caballero. No consintió que hiciese un trayecto tan largo. Estaba un poco achispada y me lo notó.  “a ver si la daban un disgusto a esas horas”», le dijo. «necesito contártelo. No sé cuándo, pero lo necesito. Hoy no me puedo quedar. Dos días seguidos diciendo a Luis que me cubra es complicado y más porque anda con la mosca detrás de la oreja».

 «¿Pero ha pasado algo entre vosotros?»

«Ha pasado todo, pareces lela».

Renata sintió una punzada muy dentro, pero tampoco podía cabrearse, pues le había dicho que no estaba enamorada de Julián, que sólo era amistad, pero le dolió, ni ella misma lo esperaba. Vanesa estaba casada. «Puedo ir esta tarde a la salida de tu trabajo al Bar baridad, igual que la otra vez. Un rato si podrás hablar»

«Pues si es allí, tan cerca del curro, puedo echar una parrafada o dos. Lo que pasa es que Sigfrido es un cotilla, vamos a otro»

«A Sigfrido lo tendremos a raya, no le dejaremos que se acerque por allí, solamente cuando tenga que poner las consumiciones y en ese momento estaremos más calladas que en misa».

«No le conoces tú bien, mejor cambiamos».

 «Vanesa, ese bar me trae muy buenos recuerdos, fue donde nos conocimos, pasamos una tarde memorable y me reconfortaste ante la papeleta que me esperaría en el trabajo al día siguiente».

«Vale, pero que sepas que nos la puede jugar, al final se entera de todo. En fin, allí te espero, a las siete y media y te pondré al día.»

 

Continuará …/…