—¡Qué fuerte tía! Todavía no me lo creo.
—Pero, ¿cómo surgió la cosa? ¿Te sugirió algo
Julián?
—Pues es que no me acuerdo bien. Yo le dije dónde
vivía, a la salida del mesón, recuerdo que todavía estabas tú. Luego fuimos
para el metro y cuando llego el convoy al andén nos metimos en un vagón. Estaba
un poco alegre después de la ingesta de albariño y tenía ganas de marcha, pero
como eres una corta rollos me había resignado a irme para casa.
—Corta rollos no, Vanesa. Era tarde y cada vez dabas
más miedo. En el servicio dijiste unas burradas que me sacaron los colores.
Además, tenía toda la pinta de que ibas a perder el control si seguías bebiendo
y tendríamos que sacarte a la calle como un saco de patatas, pedir un taxi y
acompañarte hasta tu piso.
—Pues al final te tengo que estar agradecida porque
no veas el fin de fiesta que tuvimos. Estaba
tan caliente que en cuanto me chistó no me pude sujetar —soltó una carcajada y
Sigfrido se acercó receloso.
—Buenas tardes, damas, veo que tenéis una charla muy
animada. Lástima que tenga el local prácticamente lleno, sino me uniría. Por
eso no os había visto hasta ahora, pero esa risa me es familiar.
—Tráenos dos Coca colas, la mía con un hielo sólo, por favor —dijo Renata, que estaba impaciente por enterarse de toda la película.
—A me gusta fría de la nevera, sin hielos, que luego
os volvéis locos echando cubitos y las enaguazáis. Bebes más agua que refresco.
—Pero bueno chicas, con menos cariño también se apaña
uno ¿es que no me vais a dar dos besos? Si no lo veo no lo creo.
—Hombre —terció Vanesa—. Dos y hasta tres. Pensábamos
que no te podías entretener. Algunos clientes te empiezan a hacer señas.
—Antes es Dios que todos los santos —dijo Sigfrido,
mientras guiñaba un ojo—. Saldrá Javiera de la barra un momento a atenderlos.
Es lo que hace cuando hay apreturas.
—¡Madre mía! —Exclamó Renata. Disculpa que me tome
tantas confianzas. ¿En este local hacéis casting de nombres para seleccionar al
personal? porque vaya rarezas.
—Es pura casualidad, pero si estos te parecen raros
ahora he contratado a un haitiano que está desde la apertura hasta las cinco de
la tarde, que se llama Constante.
—Venga ya, eso es mote y se lo habrás puesto tú.
—Qué no, que es nombre. He visto su documentación. No
hace honor a él porque es más bien gandul, aunque le voy cogiendo cariño. Pero
no me cambiéis el tercio, que tengo faena y no me voy a ir sin mis besos, par
de siesas. A las Coca colas invito yo.
—Si es así, te como a besos, Sigfridín, guapetón.
—Ay Vanesa, como me estresas. Si no fuera por tu
estado civil te iba a dar tu merecido, por zalamera.
—Ya está bien, que estoy seca y además estas
conversaciones me hacen sentir incómoda.
—Si es broma, mujer, pues por poca cosa te violentas en los tiempos que corren. Me faltan tus besos. Hasta que no me los des no pienso ir a por las consumiciones.
Renata le da un par de besos y las dos le observan
alejarse hacia la barra. Entonces prosigue la conversación interrumpida. Vanesa
le explica como transcurrió la velada. Dentro del vagón del metro, de los ojos
de Julián saltaban chispas o eso le pareció a ella. De repente, se puso
galante, le comentó que eran muchas estaciones hasta el Pinar de Chamartín y
que en su casa había una habitación de sobra, que no tenía necesidad de ir
hasta tan lejos, además la notaba un poco achispada y algún aprovechado la
podía levantar el bolso o, lo que es peor, la falda.
—¿Así te lo soltó?
—Parecido. No recuerdo exactamente las palabras que
empleó. El caso es que me propuso que durmiese en su casa y yo acepté sin poner
excusas baratas. Te recuerdo que el alcohol suelta la lengua, pero también
desinhibe bastante y no necesito mucho para desmelenarme.
—¡Qué descarada! Y ya en su casa ¿Qué pasó?
—Nada grave. En cuanto cerró la puerta a mis
espaldas le hice la trece catorce.
—¿Y eso que es?
—Una jugarreta ¿tú, Renata, de dónde sales?
Y comenzó la descripción de los hechos, brevemente
interrumpida por Javiera que vino a traerles las bebidas. Sigfrido se había quedado
en la barra cambiando el barril de cerveza, pues se había terminado.
Prosiguió Vanesa la perorata. Cuando Julián pasó por
delante de ella dando explicaciones y señalaba hacia donde se encontraba la
habitación libre, le puso la zancadilla, lo que le hizo trastabillarse y caer
de bruces encima del sofá. Se dio la vuelta con cara de asombro y su sorpresa
aumentó cuando ella se dejó caer encima de él y empezó a morrearle con avidez.
Se resistió unos instantes, pero pronto se relajó y se dejó a hacer, mudó su
pasividad y pasó a la acción. Su respiración era agitada. Comenzaron a friccionar
las lenguas. Ella tenía las bragas como un campo de arroz tras notar el bulto recio
que se apretaba contra ellas y que aumentaba de tamaño en segundos. Entonces se
levantó, le quitó el cinturón y le pegó dos hebillazos en el pecho, a lo
vivo. No sabía porque leches había hecho esa barbaridad, debía ser por la
influencia de Cincuenta sombras de Grey, que había leído hacía poco.
Julián, que tenía los ojos entrecerrados y se estaba mordiendo el labio inferior de gustirrinín, comenzó a gruñir como un cochino y, ante la perspectiva de que se acabase la fiesta, decidió bajarle la cremallera de la bragueta y hacerle una felación. Eso le fue calmando, aunque tardó un rato de pasar de los gañidos a los suspiros y, por último, a los gemidos de placer. Le podía parecer burdo, pero ella necesitaba sexo y después de encerrarse con Julián en su casa, de atreverse a dar ese paso y de la calentura que arrastraba desde que se tomó las dos primeras copas de vino, supuso una huida hacia delante. Nunca había hecho eso a las primeras de cambio, pero consiguió apaciguarle y comprobó que las ganas de sexo eran recíprocas. Ella estaba salida, pero él no le iba a la zaga.
A continuación, tras recuperar el aliento, se
incorporó, le lanzó una mirada libidinosa y la indicó que lo siguiera. Según avanzaba,
se iba quitando prendas y las tiraba contra el techo, mientras se reía. Ella le
siguió el rollo e hizo lo mismo. Iban cayendo a sus pies, las dejaban atrás, en
el suelo, como el rastro de migas de pan de Pulgarcito. Por fin, llegó hasta
una puerta, que abrió de par en par, y la invitó a franquearla. Como había supuesto,
era su alcoba. Ella deshizo la cama con cuidado, pero él hizo una bola con la
colcha y la sábana y la arrojó a un rincón. Después se lanzó en plancha sobre
el lecho y se puso boca arriba. Estaban totalmente desnudos. Moviendo
ostensiblemente las palmas de las manos hacia sí, le pidió que lo acompañase.
En esta ocasión fue Julián el que tomó la iniciativa. Ella, no pudo evitar
desviar la mirada hacia el pene, enhiesto como una estaca.
—Bueno, no sigas dando detalles que ya me hago yo a
la idea.
—Qué noche, Renata, que mal rato le hicimos pasar a
esa cama. No sé cómo tengo cuerpo. Imagínate, irme a trabajar directamente por
la mañana. Estoy hecha unos zorros. Y ahora a volver a casa, a la cruda
realidad.
Renata no estaba enfadada, pero si un poco picada.
No tenía derecho, aunque ese sentimiento era el que le afloraba. Julián siempre
había sido un buen amigo y fue ella la que le dejó, poco después de la
adolescencia, pero Vanesa era una desahogada. Tenía una familia y estaba casada.
—¿Se lo vas a decir a Luis?
—De momento, no. Te dije que tenía un poco de prisa.
Por cierto, aunque no tienes comunicación con mi marido, que sepas que para él
he pasado la noche en tu piso. La versión, que es perfectamente creíble, es que
se alargó la cena y no estaba en las mejores condiciones de volver a casa. ¿Te
quedas?
—¿Qué dices? ¿Aquí sola? Aprovecho y voy a visitar a
mis padres que siempre lo agradecen, sobre todo él. Hace tiempo que no voy. Mi
madre nada más que para chismorreos y para preguntarme por novios con retintín.
Ella no pierde la esperanza de que Antonio yo volvamos a arreglarnos. Aunque
sólo sea por eso, Sabina se alegra de verme, pero tardamos ná y menos en
lanzarnos dardos y a mi padre, como siempre, le toca templar gaitas.
Vanesa llamó por la noche a Renata. Era bastante
tarde. Acababa de llegar a casa después de la visita a sus padres, Víctor y
Sabina. Cuando vio su nombre en la pantalla del móvil estuvo por no cogérselo.
«Esta tía querrá seguir regodeándose en su aventura o, lo que es peor, contarme
algún drama familiar ocurrido en su vuelta al hogar». Después de varios tonos
de llamada descolgó.
—No tengo perdón, Renata. Se me olvidó que para ti
también era un día importante. ¡Qué cabeza! ¿Qué pasó en tu cita con Montse?
¿Habéis llegado a un acuerdo?
—La verdad es que tenía ganas de salseo, de que me contases tu aventura con Julián, así que no te fustigues. Montse y yo hemos hablado largo y tendido. A esas horas hay pocos parroquianos. Creo que seré capaz. Me ha dado unas pautas. Lo que más me va a costar es mantener el equilibrio con la bandeja. Las comandas es cosa de apuntar e ir mejorando mi memoria a base de técnicas y práctica. En cuanto al sueldo, si paso el periodo de prueba será similar al que tenía en la lavandería del hospital. Eso sí, tendré que echar alguna hora más. Mi horario será por la tarde hasta la hora de cierre, que suele ser a las doce, pero los fines de semana se alarga.
—El horario queda un poco en el aire y lo de estar
de pie tantas horas no sé que tal lo vas a llevar. Supongo que te acostumbrarás,
como todo.
—Tú lo has dicho. Me haré a ello y lo de tener la
casa al lado del trabajo es un chollo en una ciudad como Madrid. En cuando al
horario, en las terrazas veraniegas suele prolongarse. Para ellos también es
novedad así que lo iremos viendo. Le he comentado que las propinas suelen ser
para los camareros y ella, sin mostrar atisbo de racanería, me ha respondido que
en mi turno serían para mí. No niego que me ha sorprendido esa generosidad, sin
siquiera regatear algo o repartirlo con ella que también va a estar en las
mesas de dentro.
—Criatura, a veces tu ingenuidad exaspera. Ella se ha
apuntado un tanto con esa concesión y en realidad, a estas alturas, las
propinas han disminuido exponencialmente. Casi todo el mundo paga con tarjeta o
con el móvil.
—Bueno, bueno, veremos. A mí si me atienden bien y
quedo satisfecha, después de pedir el datáfono dejo unas monedas.
—Pero sois los menos, la mayoría no caemos, nos
hacemos los olvidadizos con el achaque de que se paga justo y no hay vueltas en
esta modalidad de pago. En fin, ya me irás contando si ese punto de la negociación
mereció la pena.
La relación entre ambas se resintió. Renata se
consideraba una persona cabal y la actitud de Vanesa la había descuadrado
bastante. Antes de ese episodio se daban novedades casi todos los días a través
de wasap. Se espaciaron esas comunicaciones y pasaron de ser diarias a un par
de veces a la semana. También es verdad, consideraba Renata, que le estaba pasando
con Vanesa como con otras amistades anteriores. Vanesa interactuaba, contestaba
a sus wasaps, pero si ella no era la primera que rompía el hielo no recibía
mensajes. Le parecía además que estos cada más eran más cortos, como de
obligado cumplimiento, en los que decía vaguedades y no se metía en honduras.
Se fue ablandando poco a poco, recapacitó y fue
consciente que su amistad había resultado fundamental en los tiempos convulsos con
Sabas y el resto de los compañeros de trabajo. Quedó de nuevo con ella y fue
muy sincera. La actitud de Vanesa, su volubilidad la parecía fatal y le afeaba su
conducta. Aunque a ella, parecía no afectarle, era fachada como comprobó tiempo
después.
—Vanesa, creo que tendrías que hablar seriamente con
Luis y plantearles las cosas como son.
—Renata, todavía no sé como son exactamente. Después
de aquella noche no he vuelto a verme con Julián, aunque no será por falta de
ganas, pero las pocas veces que he tenido un hueco libre en el que poder
escaquearme de las cargas familiares a él no le venía bien. Y no creo que me esté
dando largas porque te juro que quedó satisfecho, exhausto sería mejor la
palabra.
—Bueno, bueno, no me gusta nada la gente que se
alaba a sí misma. Además, no es eso lo que te estoy planteando. ¿Vas a seguir
con Luis o vas a dejarle y vas a probar suerte con Julián?
—Lo dices como si fuesen opciones excluyentes.
—¿Cómo puedes ser tan fresca? ¿Tienes la conciencia tranquila?
—Absolutamente. Estoy falta de sexo y Julián me lo puede proporcionar, pero no quiero renunciar a la vida familiar, al menos hasta que los gemelos se hagan mayores o, por lo menos, pasen la edad del pavo. Una separación podía afectarles psicológicamente y es ahora cuando se están formando tanto en estudios como en valores.
—¿Hablas de valores? ¿Pues no serás los que estás demostrando
con este doble juego? Si ya no le quieres lo suyo es decírselo y separar vuestros
caminos.
—No todo es tan diáfano. Tú así lo hiciste, pero no
tenías hijos.
—Ni cuernos que yo sepa. El motivo de nuestra
ruptura fue otro, nos seguíamos queriendo, pero Antonio me propuso un cambio de
vida radical, un chantaje encubierto que, después de sopesar, no pude aceptar.
—Que tampoco soy tan taimada y astuta como haces
ver. Ni tan calculadora. Además de momento Julián y yo hemos follado una noche
loca y no voy a tirar todo por la borda por ese calentón. Iré viendo.
—Tu misma, pero que sepas que no me gusta ni mucho
ni poco el que no quieras aclarar las cosas.
—Para aclararlas me tienes que ayudar a discernir
algunas dudas. Quiero saberlo todo de Julián y tú me lo vas a contar, te lo
pido por favor y por la amistad que nos une.—. Puso las palmas de las manos
encontradas en actitud de ruego y una media sonrisa acompañando al ademán.
Renata le aclaró que sabía poco de su vida
sentimental. Había tenido varias parejas desde que lo dejaron ellos, había
tantos años, pero ninguna estable. No le duraban mucho las relaciones. De todas
formas, tampoco estaba al corriente de los detalles de su vida sentimental o
amorosa. Su relación de amistad no se resintió después de que ella le dejase y
de ahí que fuese Julián, después de tanto tiempo, el que continuase llevándole
sus papeles y gestiones y contestando a cualquier duda laboral o tributaria que
le surgiese.
Continuará
…/…
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