lunes, 14 de octubre de 2019

11 S


   Los críos atan una barbaridad— dijo John.
   ¿Ahora me vienes con esas? Te recuerdo que por tu insistencia vinieron a este mundo Paul y Mariah —Se desahogó Melissa.
            — ¿Cómo iba a imaginar yo lo que te llegan a acaparar estos monstruos cuellicortos? ¿La cantidad de tiempo que hay que invertir en ellos? La vida en pareja no es que se resienta, es que desaparece.
            —No os quejéis tanto, chicos. Vosotros os lo habéis buscado. Si hubierais hecho caso a mis sabios consejos vuestro presente no sería tan azul oscuro casi negro. Siempre lo he tenido claro. No quería que mi vida se llenara de ruido y tiranía. La patochada de dejar a alguien en este mundo, que te recuerde y reivindique, conmigo no cuela. No lo añoro ni me he convertido en un viejo solitario y cascarrabias a pesar de vuestros sombríos augurios —desembuchó de un tirón, Roderick.
            —No sé cómo podéis pensar de ese modo —declaró Andrew—. Ni por un lado ni por el otro. Alice y yo, intentamos tener descendencia como sabéis, incluso nos sometimos a tratamientos de fertilidad, varios intentos de fecundación in vitro incluidos. Pasamos una época obsesionados y taciturnos, hasta la asunción de que nuestro tren había pasado. Entonces creímos que se acababa el mundo.
            —Hoy nos alegramos —matizó Alice—. La vida en pareja puede ser fructífera y completa sin vástagos. Ya sabéis que laboralmente andamos a salto de mata, por lo que de dinero siempre estamos a la cuarta pregunta. Imaginadnos sacando adelante a un pequeñín con las necesidades artificialmente adquiridas por esta sociedad snob.

Cinco amigos de facultad quedan para pasar la mañana en Central Park. Cada vez les cuesta más juntarse. Cuando instauraron esta costumbre, allá por el año noventa y dos, recién graduados por la Universidad de Columbia, quedaban todos los viernes en su barrio, Manhattan. Durante los cursos de carrera trabaron amistad con muchos compañeros, pero la verdad es que después de filtros y tamizados —para compartir apuntes primero y confidencias después— este grupo se hizo inseparable. En el transcurso de la década se fueron espaciando las quedadas, pasando a ser mensuales, trimestrales y así paulatinamente hasta convertirse en bianuales con el cambio de siglo. Lo importante es seguir manteniendo el contacto. Desde la aparición de los móviles se podían localizar al instante, pero no era lo mismo. 
            11 de septiembre de 2001. Por fin habían sincronizado agendas. Este año era la primera y única vez que se reunirían casi con toda seguridad. John y Melissa tienen que aparcar a los niños, por eso han quedado por la mañana mientras ellos permanecen en el cole. El plan es dar un gran paseo en el que las novedades surjan salpicadas. Después —ya en reposo, durante el conciliábulo— debatirán y harán matizaciones acerca de ellas. 
            Roderick se ha empeñado en llevar la bici. Ahora que vive en Queens prefiere este medio de locomoción. Es saludable y evita atascos. Resulta engorroso que, mientras el resto hacen la caminata, él aparezca y desaparezca dando pedaladas cada diez minutos. Al final se detienen en el paseo principal, junto al lago. Allí John, Melissa y Roderick se sientan en un murete de espaldas al World Trade Center. Alicia —sentada en una silla— y Andrew —en cuclillas— se colocan frente a ellos.
            El tema de conversación versa sobre niños sí, niños no. ¿Compensan los desvelos que ocasionan y el tiempo empleado en su cuidado? Transversalmente se cuelan las preocupaciones laborales. Escasez de trabajo, contratos precarios y pérdida paulatina de derechos. Hay una cosa en la que están todos de acuerdo. En el primer mundo, a pesar de las quejas esgrimidas, se vive fenomenal. Lejos de hambrunas, guerras y atentados que sacuden otras partes del planeta. Este gran país les protege y, a pesar de las preocupaciones cotidianas, nadie les puede hacer daño.

11S-Thomas Hoepker


            Alice divisa una columna de humo que tiñe de gris el cielo Neoyorquino. Sigue conversando, no lo da demasiada importancia. Diez minutos más tarde la mancha ha crecido mucho, se ha vuelto más densa y oscura. Lo comenta con sus tertulianos. El trío que está de espaldas al lago se vuelve al tiempo que el ruido ambiente se llena de sirenas. Ambulancias, coches de policía y bomberos. Lo que en principio tomó por incidente se está convirtiendo en un suceso bastante grave. Los cinco juntos de pie contemplan horrorizados como una de las torres gemelas se desploma. Una gran nube de polvo denso se eleva en su lugar. Salen de estampida, el tumulto los separa. John y Melissa con el rostro desencajado y el corazón al galope llegan hasta unas vallas colocadas por la policía para acordonar la zona.
            —Mis hijos están en el School of the Blessed Sacrament. Quiero saber lo que ha sido de ellos. Tiene que dejarme continuar, agente —se desgañita Melissa.
—Lo siento mucho, señora. De aquí no puede pasar nadie. Correría serio peligro. Son las órdenes.
Hace ademán de claudicar, pero aprovecha un descuido para saltar la valla. John la secunda. Un policía les persigue. Conforme se van acercando a la zona siniestrada el aire se hace irrespirable y la visión difusa. Sollozos, carreras, gritos. La gente choca entre sí, saliendo trompicada. Un gran caos les rodea. Ruido de helicópteros sobrevolando y de innumerables sirenas rematan el cuadro. La atmósfera se carga cada vez más hasta que la oscuridad lo llena todo.

A las doce de la noche los cinco amigos están en el hospital —el colegio de Paul y Mariah no ha sufrido daños—. Andrew, Alice y Roderick han acudido a visitar a John y Melissa. Nada grave. Les han tenido que poner oxigeno porque han inspirado partículas dañinas que llevaba el aire en suspensión. Mañana temprano los darán el alta.
—Nosotros departiendo amigablemente y a nuestro lado se estaba fraguando la tercera guerra mundial. La humanidad entrará en pánico, las bolsas se desplomarán, la opinión pública clamará venganza. Los gobiernos pondrán en funcionamiento toda su maquinaria para descubrir y detener a los autores intelectuales —expuso Alice.
—Todo eso son previsiones y futuribles que no sabemos si se confirmarán. Aquí lo único cierto y constatable es que, debido al barullo y el desconcierto imperante, un servidor se ha quedado sin bicicleta —dijo Roderick.
— ¿Perdoona? ¿Cómo puedes ser tan miserable? —Vociferó Alice— ¿Supongo que estarás de broma? Aunque tu egoísmo innato y tu racanería te preceden. Pero aun así me parecería de muy mal gusto ¿Tú sabes los muertos que van ya?
—Yo a ti no te he faltado, casi guapa.
—Bueno, tengamos la fiesta en paz —terció Andrew—. La jornada ha resultado agotadora. Estamos en shock. Vamos a recogernos que mañana va a ser un día durísimo para todos. 
—Y pasado, y al otro. No va a resultar fácil que los efectos de esta debacle cicatricen. Tendrán que pasar lustros para que se atenúe el odio y se mitigue el dolor producido por esta sinrazón —sentenció John.

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