Su mirada de roedor lo descolocó. Arrugó el hocico
sin disimulo. No era extrañeza o recelo lo que destilaba su rostro, era
aversión.
— ¿Qué miras piba?
¿Es que tengo monos en la cara?
—No. Lo que tienes es cara de mono.
«¡Eres una
hembra de bandera!», había piropeado a Jessica,
—una de sus “mejores” alumnas de spinning—.
«Vivo aquí al lado, podemos subir a tomar un pelotazo y después lo que se tercie», remachó.
Encima de la bici era todo un espectáculo. Sus glúteos prietos meciéndose sobre el sillín, sus muslos poderosos ceñidos por la malla —subiendo y bajando sin tregua a cada pedalada— le producían bizqueo involuntario, magma en su interior. Se ponía verraquito ante la contemplación de ese fenómeno de la naturaleza. Sus pechos, sus pechos cántaros de miel ¡Cómo reverbereyan! Se le cruzó en la mente la canción de Carlos Mejía Godoy y Los de Palacauina. Tenía interferencias continuas. Por fortuna, muchas ocurrían sólo en su mente, pero algunas se deslizaban por sus labios hacia el exterior. Sí esto sucedía: «Houston, tenemos un problema».
Siempre
la cagaba con el lenguaje. Bien utilizando expresiones arcaicas, eslóganes de
anuncios pretéritos, grupos y cantantes olvidados o, como en esta ocasión,
piropos rancios y flirteos anacrónicos. Era su forma de ser. Sus amigos le
habían sugerido utilizar léxico inclusivo, pero no le salía decir esas soplapolleces políticamente correctas. Así
que, a pesar de las apariencias, en cuanto abría la boca se le escapaba alguna
de estas machadas. Ellas notaban al instante que tras la fachada se escondía un
viejuno casposo y salido. Su fama lo
precedía, su leyenda negra se dilataba y cada vez le costaba más llevarse una tía
a la cama.
Se habían vuelto de lo más
fisnas. Soportaría estoicamente la brasa habitual, reforzada con manoteos
y pamemas. Capearía el temporal procurando salir lo menos vejado posible «¿Cómo
en siglo XXI puede haber todavía personas tan machistas, tan sexistas y tan retrógradas?»
Le estaba bien empleado por no poner las orejas tiesas ante la epidemia de
nuestro tiempo. Hoy día todas las mujeres son feministas radicales y tendría
que ocurrir algo más que un milagro para que se diera un revolcón con esta engreída
Barbie de extrarradio. «Que se vaya a
mamarla a Parla», sentenció.
Estaba hecho un toro —de la cabeza para arriba, como decía
el guasón de Melanio, su peluquero—. Conservado en formol a pesar de juntar ya
un manojo de decenios. Había sacado el título de monitor de spinning, aqua running y parapente. Tierra, mar y aire. En cualquier medio
puede surgir un magreo. Sumaba a lo anterior una hora diaria de pesas y medidas
en el gimnasio para trabajar músculos. Carecía de cuello, en su lugar emergía un
morrillo similar al de un choto charolés.
Tomaba bebidas isotónicas y barritas energéticas sin medida ni control, para
conseguir una tableta ronaldiana.
— ¿Tú no te das cuenta, Manolete, de que aparte de ser zafio
y rudo, te has quedado anclado en los ochenta?
— ¿Y tan malo es eso, Jeremías?
—Mas que malo si tu filosofía de vida —la cual, dicho sea de
paso, no entiendo— consiste en zumbarte a chicas tiernas por encima de todas
las cosas. Huyen de ti como de perro malo.
—Pon un ejemplo de lo que se me acusa.
—Te puedo poner miles. El otro día a Gabriela cuando salimos
de copas, vas y la sueltas: «¿Dónde te has mercao
ese niqui tronca? Mola cantidubi» o «A
ver si bajan las luces y bailamos unas agarrás»
Y haciéndola un giño añadiste, para acabarla de joder, «En las distancias
cortas es donde un hombre se la juega». Se quedó ojiplática. Nadie habla ya de esa manera, queda arcaico y
chabacano.
—A ver ahora si tengo que hacer un máster de lenguaje
edulcorado ¿No te jode?
—Un máster no, Manolo, pero recíclate de palabra y de obra
porque así no te vas a comer ni una paraguaya, como dices a menudo. ¿No te
parece extemporáneo seguir con el tupecito,
los andares de balancín, las camperas y la cazadora de cuero?
—Chupa, si no te importa. Soy un travoltón y lo seré hasta la muerte. ¿No ves cómo se cimbrean las féminas cuando el menda lerenda ambienta con su musiquita el gimnasio?
—Resoplan y no precisamente por el ejercicio físico. ¿Y
cuándo las llamas sorbiendo el aire para dentro? Allá tú con tus frikadas. A lo mejor hasta tienes suerte,
porque hay una corriente que a lo carca —ropa, música y complementos— lo ha rebautizado
con el nombre de vintage y disfrutan
más que un guarro en un charco.
— ¿Vintage? No me caso con sucedáneos ni con advenedizos.
—Como tú lo veas señor genuino. Aquí lo
dejamos porque yo me piro vampiro.
Manolo
rumia su soledad. Su hormigonera mental empieza a dar vueltas. Sale de su
distopía. El aspecto de Robocop es sólo
carcasa. Sus ligues son ficticios y sus amistades inexistentes. Jeremías si
acaso, pero solo hablan de banalidades —fútbol, sexo, piques pribando cerveza, concursos de pedos—,
todo superficial. Nunca se sinceraría con él. Le cuesta tanto abrirse. Cuando
está en casa tiene encendida la música —Bee
Gees, Boney M, Village People, Kool
& The Gang, los grandes—. La pone a gran volumen mientras trasiega. Le
da pánico el silencio.
Hoy
está ilusionado. Ayer subió a devolver unas mallas a su vecina Mari Sol. Habían
quedado enredadas en las cuerdas del tendedero. Se empeñó en que pasase a tomar
un café y accedió, con un poco de apuro, pero esta vez no se entercó.
Estuvieron charlando un rato. Se sintió muy a gusto, tanto que se le pasó una
hora en un suspiro. Y para remate de fiestas le propuso salir esta noche a tomar
algo y echar unos bailes en una boîte
o como carajo se llamen ahora.
Eso si, una cosa tiene clara, como pinchen reggaetón, que le perdone Mari Sol, pero saldrá de naja. Puede mudar de hábitos y flexibilizarse en muchos aspectos, pero por ahí no pasa.