Quedó
con Julián en La Casa del Pulpo. Un lugar que conocía desde que se mudó
al barrió de Usera y en el que la relación calidad precio era excelente. Productos
gallegos, con el pulpo a la gallega como plato estrella. Con Sabas la cosa
salió de aquella manera, pero no siempre tenía que ocurrir lo mismo. Quería
agradecer a su abogado y exnovio de muchos años atrás, con el que mantenía una
relación de amistad además de la profesional, las gestiones realizadas cuando
pidió la cuenta en la sección de Recursos Humanos del hospital. A partir de ese
momento, él se encargó de todo. Su situación no era precisamente boyante, ateniéndose
a lo que estaba por llegar, pero se sentía en deuda con él.
Para curarse en salud, citó también a su nueva amiga y confidente Vanesa, pero esta acudiría un poco más tarde. Tenía que esperar a que llegase Luis para que se hiciese cargo de Felipe y Raquel, los gemelos. Así que pensaron en pedir las bebidas y algo de picoteo mientras la esperaban.
En
cuanto Montse, la regenta del local divisó a Renata acudió presta a saludarla y
a acomodar a ambos comensales.
—Pero
bueno Renata. Tres con este. Estás que te sales. ¿Otro amigo? —dijo con
tonillo.
—No sé
porque sigo viniendo aquí. La última vez casi me marcho por no aguantar tus groserías,
pero en esta ocasión te has pasado de castaño oscuro. Julián, vámonos a otro
sitio. Se lo diré a Vanesa —estalló Renata, mientras hacía el ademán de abrir
el bolso para coger el teléfono móvil.
Julián
se quedó cortado en medio de la sala y comenzó a darse la vuelta para buscar la
puerta de salida.
—No es
para tanto, Renata. Con lo que tenemos aquí disfrutado y no me vas a aguantar
una bromilla. Eres una de mis mejores clientas. ¿Te acuerdas cuando Antonio se
bajaba la guitarra? Que veladas tan bonitas.
—Ya
estás como siempre. Ahora me dirás que hablabas en broma y lo solucionas con
una botella de Ribeiro. Pues yo hablo en serio cuando digo que tienes una lengua
muy larga e intentas dar donde más duele. Así que perdono el bollo por el
coscorrón.
—Venga
Renata, me has hablado montones de veces de La Casa del Pulpo y de sus
especialidades. Y de Montse y su carácter peculiar también —soltó una carcajada
contenida—. Haced las paces y no me tendré que quedar con la miel en los
labios. Seguro que ella está dispuesta a disculparse.
—Claro,
si esta es como los políticos, primero suelta la coz y después se exculpará con
la manida frase de: «Si en algo te he ofendido, que no veo en qué, te pido
perdón».
—No
soy tan soberbia. Prefiero tirar de las disculpas que dio el emérito en su día:
«Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir». Ya en serio, Renata,
quédate, te aprecio mucho y lo sabes.
—Pues
no lo parece, fisgona. Y deja ya tranquilo a Antonio. Hace meses que nos
separamos y parece que lo gozas trayéndole siempre a colación.
—Prometido.
Y esta vez una botella de Albariño y media ración de pulpo a Feira, corren a
cargo de la casa.
—Bien
sabe Dios que transijo por Julián, porque tú no lo mereces.
—Vamos,
mujer —terció Julián—. Dejémoslo ya e intentemos disfrutar de la velada, de la
comida y de la bebida. Tiene todo una pintaza… —miró de soslayo a las
viandas de las mesas cercanas.
Se
sentaron por fin y en el momento en que les sirvieron las taziñas de
vino apareció Vanesa. Renata los presentó y enhebraron los tres una animada
charla. Renata se sentía un poco culpable todavía de la decisión que había
tomado, le salía un hilo de voz. Aunque después del primer vino se puso más
locuaz e intentó justificarse. Pero eso era agua pasada y ya no había marcha
atrás así que «comentarlo sí, pero tampoco iban a estar toda la noche dándole
vueltas», opinó Julián.
Sus dos amigos coincidieron en la reacción ante la primicia. Primero mostraron extrañeza, aunque cuando comprobaron que la decisión era firme y sus razones respetables, ya que el miedo es libre, fueron sus apoyos fundamentales para desvincularse del trabajo. Paulina supuso también un báculo fundamental, además desde dentro. Sin ella, alentándola en las últimas jornadas, hubiese caído, probablemente, en una sima de ansiedades. Sabas era una persona muy tóxica y todos los que le rodeaban estaban impregnados, en mayor o menor medida, de esa toxicidad. Tenía que huir para descansar y tranquilizarse. Dicen que huir es de cobardes, pero ella había oído otro dicho y lo acuño para su causa y más con lo cargado que se había puesto el ambiente: «soldado que huye vale para otra guerra».
—Pues ya
está Renata, con los papeles que te pedí que firmaras ha sido suficiente. Tuve
que apretar un poco las tuercas al jefe de Personal, pero tampoco mucho, porque
has cumplido con creces tus cometidos durante estos años. Te guardan cariño y
han accedido a darte el despido más favorable. Mañana o pasado, a más tardar, te
harán la transferencia.
—Es
reconfortante oír eso. Paulina, Pablo y los jefes son los únicos que me han demostrado
su amistad, han reconocido mi valía y han intentado ayudarme. El resto me ha
decepcionado profundamente.
—Ahora
todo eso ha quedado atrás y tienes que centrarte en buscar trabajo cuanto antes
—dijo Vanesa—. ¿Sabes que no va a ser fácil?
—Lo sé
y espero que me ayudéis, sobre todo Julián que por sus actividades debe conocer
a autónomos y pequeños empresarios que podrían contratarme. Ya os he dicho que
estoy dispuesta a cualquier trabajo.
—Eso
suena muy burdo. Permíteme la broma, aunque sé a lo que te refieres. Lo
intentaré, Renata, pero no va a ser fácil según está el mercado de trabajo. Y
eso que tienes una edad aprovechable. Me refiero a que si fueses cincuentona te
podías olvidar. Con el dinero que te van a pagar tienes para ocho o diez meses
de tranquilidad. Después, si no has encontrado nada, vendrán los problemas.
Pero pensemos en positivo.
—Tengo
un último comodín bajo manga que me incomodaría usar. Pedir dinero a mi padre.
Seguro que se ablanda con su niña, pero tampoco los quiero poner en un brete.
Son pensionistas y, aunque tienen dinero ahorrado y un apartamento en la playa,
les espera la vejez. Veremos si necesitan cuidadores u optan por residencia. En
fin, de uno u otro modo todo lo relacionando con los mayores es caro sin contar
con que pueden caer enfermos. A esas edades, de un día para otro, puede haber
sorpresas.
—Me
acabas de dar una idea —dijo Vanesa—. ¿Por qué no te conviertes en su cuidadora
y en vez de pagar a un extraño todo quedaría en casa? Ellos estarían más tranquilos
bajo tu supervisión y atenciones.
—Absolutamente
descartado. Primero, porque el trabajo lo tengo que buscar cuanto antes y ellos
todavía se manejan perfectamente. Son mayores, pero no tanto. Además, cuando
llegue ese día, prefiero que lo haga un profesional. Yo, después de una tarde
con mi madre, salgo tarumba, así que mañana, tarde y noche, aguantando el tirón
no lo veo. Tendríamos una agarrada después de otra.
—Ya
verás como entre todos encontramos algo en poco tiempo. No te pongas en lo peor
—la animó Julián.
—Gracias a los dos.
A continuación,
Renata, que se sentía un poco incómoda tanto rato hablando de sus
circunstancias pregunta a Julián por Antonio, su ex. Se interesa por cómo le va
en Silván su nuevo negocio, en la ganadería ecológica que quiere montar. Quiere
saber si ha contado con él para todo el asunto de papeles y autorizaciones que
va a necesitar para ponerlo en marcha. Julián le dice que no sabe mucho de él.
Para ese tipo de negocios rurales no tiene la suficiente capacidad y tardaría
mucho en ponerse al día. No le merece la pena para un solo caso así que delegó
en un compañero de facultad que estableció su asesoría en la zona, porque era
natural de Astorga y se dedicaba a gestiones agrícolas y ganaderas
fundamentalmente (Ayudas, subvenciones, solicitudes, plazos, concesiones…). Se
lo presentó y no había vuelto a saber de él. De eso hacía más de seis meses.
Vanesa
tiene información más reciente. Se wasapea a menudo con Antonio. Está un poco
contrariado porque pensaba que todo iba a ir más rápido, pero ya le ha dicho
ella que «principio requieren las cosas». Compró el semental Aberdeen y ocho
vacas de las dos razas que tenía su padre, moruchas y sayaguesas, pero estas certificadas
y con carta de genealogía. Zamora no se ganó en una hora y las gestaciones del
ganado no se pueden acelerar. Son nueve meses, igual que las de los humanos. Últimamente
estaba más ilusionado porque se habían quedado preñadas todas y esperaba el
primer ternero en poco más de dos meses. Los demás nacerían escalonadamente en menos
de un mes desde el primer alumbramiento. Mientras, sigue atendiendo al ganado
que tiene su padre, aunque ya ha sacrificado a dos vacas, las más viejas, pues
quiere hacer una renovación total. Ella le había aconsejado que, poco a poco,
que todo suponía un desembolso muy grande, pero él no tenía paciencia y decía
que iba a exprimir a la Consejería de ganadería, que se iba a acoger a todas
las ayudas de las que tuviese conocimiento.
—Pues
sí que tienes trato, sí. Veo que hasta entiendes de razas y del negocio
ganadero —se sorprendió Renata.
—Ya te
he dicho que me wasapeo todas las semanas con él y es lo que se me queda. Lo
repite tantas veces y muestra tanto entusiasmo. Me da cosa de que no salga como
lo ha previsto. En fin, querías saber de Antonio y te he contado lo que conozco
de sus andanzas.
—Y yo
te lo agradezco, de verdad. También quiero que le vaya bien. Aunque a mí me
haya jodido un poco la vida, le guardo mucho cariño.
—No le
eches la culpa también de tus episodios con Sabas ni de tu despido.
—Parece
que una cosa llevó a la otra. Pero tienes razón, las vicisitudes han venido
así, tengo que asumirlo.
En ese
momento Montse que les estaba sirviendo las raciones y, fiel a su naturaleza, no
había perdido detalle de la conversación, le dijo a Renata que si de verdad
quería trabajar en cualquier cosa ella le podría ofrecer una ocupación. Renata
se mostró sorprendida y le contestó que si se trataba de materia de cocina la
descartaba de inmediato, a pesar de lo necesitaba que estaba, porque, aparte de
que sus conocimientos culinarios eran escuetos, siempre había sentido cierta
aversión a esos cocineros que deambulan por tantos programas televisivos y que venden
el arte de los fogones como sencillo y entretenido. No se veía capaz de
aprender las especialidades de un día para otro.
Montse
le aclara que no hablaba de cocina. Su hermana y su cuñado se sobraban y se
bastaban. Su marido también para atender la barra y ella las mesas del comedor.
Llevaban muchos años haciéndolo y no necesitaban a nadie en el local.
—¿Entonces?
Montse, no estoy para guasas. ¿Me ofreces un trabajo y después me dices que estáis
cubiertos? Luego quieres que no me enfade contigo. ¿O es algo del barrio que ha
llegado a tus oídos?
Parte
de retranca había en la afirmación de Montse, pero lo aclara rápidamente al
comprobar que Renata se ofusca. El local está cubierto, no necesita más
personal, pero han habilitado el patio como terraza y la van a abrir el mes
siguiente. Están dando los últimos retoques. La idea es tenerlo abierto todo el
verano y, si va bien, ampliarlo, hacer una puerta y sacar unas mesas a la Avenida
de Andalucía, que es colindante por la parte trasera. Ya han hecho la consulta
a la Junta Municipal y les había dicho su gestor que se lo permitirían. El
Ayuntamiento, ya se sabía, con tal de recaudar, lo que hiciese falta. Pondrían
toldos y agua pulverizada. La gente, después de la pandemia, estaba desatada y,
aunque estuviese bañada en sudor y se levantase con la culera empapada, quería
exteriores.
—¿Me
lo estás diciendo en serio?
—Esta
vez sí, con las cosas de comer no se juega. Pero te tendrás que poner las pilas
y en un mes aprender a manejar la bandeja, coger las comandas y atender a los
clientes como Dios manda, con buenas caras y sin aspavientos.
—¿Y lo
dices tú con la lengua que gastas? Bueno, no sé, lo de la bandeja me da un poco
de miedo. Puedo formar algún estropicio.
—Yo te enseño. Hay tiempo suficiente. Además, ahora ponemos como un tapete de goma, que amortigua para que no resbale la cristalería y la vajilla. Un truco que facilita bastante el equilibrio que hay que mantener. Luego, si la cosa va bien, dejaremos en invierno la terraza del patio. Ya sabes, para los fumadores. Pondremos unas estufas y, aunque estén un poco arrecidos, con tal de echar humo son capaces de aguantar las inclemencias más adversas.
—Pues
desde ya te digo que sí. No estoy para desdeñar nada. El sueldo y las
condiciones ¿Cuáles serían?
—Sería
un contrato en prácticas el primer mes. Sin abusos, te conocemos de muchos
años. Si cumples te haríamos uno en condiciones. De todas formas, pásate mañana
y lo hablamos tranquilamente.
—A la
hora que me digas. Ahora tengo todo el tiempo del mundo.
—A las
doce, por ejemplo.
Montse
se aleja para recoger la mesa contigua y proseguir su trabajo y Renata comenta
a sus compañeros que, por poco que la paguen, le parecerá bien. No hace una
semana que se ha quedado en la calle y ya tiene nueva ocupación. No la importará
echar horas. Ahora necesita pasar tiempo fuera del hogar, se le cae la casa encima.
Será duro pasar tantas horas de pie, pero a todo se acostumbrará una.
Vanesa
le hace una seña y se dirigen las dos juntas a los aseos. Están ya un poco alegres
por los efluvios de ese vino blanco fresquito denominación de origen «Rías Baixas»,
aunque la inmensa mayoría de la gente lo siga llamando «Alvariño», a pesar de
que haya mudado de nombre hace unos años.
Vanesa,
nada más franquear la puerta del baño y, sin venir muy a cuento, le suelta a
Renata que Julián está como un queso. Los ojos le brillan y una risa nerviosa
se le escapa por la boca. Pregunta que, si no quiere nada con él, ahora que lleva
meses soltera de nuevo. Ella le contesta que no, que son buenos amigos y no
quiere estropear su amistad forzando la situación. Vanesa se ríe y dice que
tiene las bragas mojadas y no precisamente porque se le haya escapado el pis.
Es atractivo, tiene agradable porte y conversación sensata y no le va mal en su
negocio. Parece todo un profesional por cómo había llevado el caso del despido.
No le faltaba un perejil.
—No se
dónde quieres ir a parar, Vanesa. Te repito que lo quiero como amigo, que lo
nuestro acabó hace mucho. Pero veo que tus feromonas siguen esparciéndose a
pleno rendimiento. ¿Como era la dicotomía que estableciste con respecto a los
hombres? Ah, sí, follables e infollables.
—Chica,
también lo digo por ti. Es un buen partido. No se como no le tiras los trastos.
Hace meses que no te pegas un buen revolcón, por lo que me has dicho.
—Ni
bueno ni malo, lo tenemos hablado. Vanesa, sé que aquí dentro no nos puede oír nadie,
pero escucharte hablar con esa naturalidad de temas íntimos me sube los colores
y los calores de golpe. Tú si que follas de vez en cuando, con Luis, pero veo
que nuestros cuerpos y apetencias varían de medio a medio.
—Si a esperar
la muerte del gorrión una vez a la semana lo llamas follar, sí, follo. Cae a
plomo el pajarito. Pero, en fin, si tu cuerpo no se pone cachondo, tampoco vas
a forzar.
—Me
tienes loca con el desparpajo y ese despliegue de lenguaje soez. Yo también
estoy alegrilla con el vino, se me suelta la lengua, pero nunca creo que llegue
a esos extremos.
—¿Qué no? Que venga un príncipe azul de esos que te pillan con la guardia baja y te sueltan un flechazo directo al corazón. Verás como se te caen las bragas a los tobillos de golpe y le pides que te folle sin preámbulos ni ceremonias.
—No te
conozco, tía. Te estás poniendo muy borrica y, por qué no decirlo, ebria. Lo
mejor será volver a la mesa. Tal como os dije hoy invitaba yo. Os debo mucho a
los dos. Voy a cobrar el finiquito en breve. Después cada mochuelo que se vaya
a su olivo e iremos hablando.
Julián
se quedo extrañado por la prisa con que quería rematar Renata la velada. Dijo
que él quería pedir postre, que le habían hablado de que la tarta de Santiago
de este lugar era verdaderamente espectacular y le quedaba hueco en el estómago
para degustarla. Que, si era por el dinero, que no se preocupase que él pagaba
los postres. Renata accedió, pero le dijo que se diese prisa. Julián no entendía
el motivo de tanta premura. Al fin y al cabo, ella vivía al lado y podía ir
andando hasta su casa. Para rematar la velada, Montse les acercó una frasca de
medio litro con cuatro vasos de barro, tamaño chupito.
—Ahí
tenéis, alquitrán. Invita la casa.
—Montse
te pones espléndida el día que tenemos más prisa. Para lo que eres tú, más
agarrada que un chotis, me estás dejando pasmada.
—Pues
si yo, según tú, tengo la lengua larga, la tuya es una tralla. Con menos cariño
también se apaña una. ¿Quieres que me lleve el orujo de café?
—Ni se
te ocurra —le pidió Vanesa—. Tendremos que brindar por esta bonita amistad que
ha germinado hoy.
—Jolines,
parece que tiene razón Renata —dijo Julián—. Esa lengua se tropieza demasiado, vocalizas
regular. Haremos un brindis, pero sólo mojarnos los labios y después romperemos
filas. Si no, no llegaremos ni a la boca del metro.
Así lo hicieron a los cinco minutos. Renata fue hacia su casa andando y los otros dos hacia la boca del metro de Usera que está en la calle Mirasierra, la más cercana. Él tenía que ir hasta Mendez Álvaro, vivía al lado del Parque de Tierno Galván. Ella tenía que ir hasta el Pinar de Chamartín, así que le tocaba hacer transbordo en Pacífico y quince estaciones más hasta el final de la línea uno. Renata los observo alejarse por la calle que dirigía al metro. Curiosamente mantenían la verticalidad y no se trompicaban mucho. A lo mejor había cometido un error con Vanesa y no tenía tanta cogorza. Puede que no la hubiese calado lo suficiente y fuera zafia por naturaleza. Los vio avanzar en animada charla, alguna risa se les escapaba y llegaba amortiguada hasta sus oídos.
Vanesa
la wasapea al día siguiente: «He dormido en la casa de Julián, todo un caballero.
No consintió que hiciese un trayecto tan largo. Estaba un poco achispada y me
lo notó. “a ver si la daban un disgusto
a esas horas”», le dijo. «necesito contártelo. No sé cuándo, pero lo necesito. Hoy
no me puedo quedar. Dos días seguidos diciendo a Luis que me cubra es
complicado y más porque anda con la mosca detrás de la oreja».
«¿Pero ha pasado algo entre vosotros?»
«Ha
pasado todo, pareces lela».
Renata
sintió una punzada muy dentro, pero tampoco podía cabrearse, pues le había
dicho que no estaba enamorada de Julián, que sólo era amistad, pero le dolió, ni
ella misma lo esperaba. Vanesa estaba casada. «Puedo ir esta tarde a la salida
de tu trabajo al Bar baridad, igual que la otra vez. Un rato si podrás hablar»
«Pues
si es allí, tan cerca del curro, puedo echar una parrafada o dos. Lo que pasa
es que Sigfrido es un cotilla, vamos a otro»
«A Sigfrido
lo tendremos a raya, no le dejaremos que se acerque por allí, solamente cuando
tenga que poner las consumiciones y en ese momento estaremos más calladas que
en misa».
«No le
conoces tú bien, mejor cambiamos».
«Vanesa, ese bar me trae muy buenos recuerdos,
fue donde nos conocimos, pasamos una tarde memorable y me reconfortaste ante la
papeleta que me esperaría en el trabajo al día siguiente».
«Vale,
pero que sepas que nos la puede jugar, al final se entera de todo. En fin, allí
te espero, a las siete y media y te pondré al día.»
Continuará
…/…