—Permítame
que disienta de las conclusiones de su exposición, profesor Wormster.
—Por supuesto, señor Jason. Siempre he defendido que
el contraste de pareceres desde la educación, sin exabruptos, es muy sano y
enriquecedor.
En el aula magna de la Facultad de filosofía de la Universidad de Yale no cabe un alfiler. Se ha anunciado durante las semanas anteriores, tanto en redes sociales como en carteles por todo el campus, el enfrentamiento más esperado de los cursos de verano, esponsorizados por una popular marca de refrescos. La presentación del profesor Wormster ha concluido con la fotografía de Harold Whittles en el momento en que percibe un sonido por primera vez. La imagen continúa sobre la pantalla situada encima de la mesa presidencial. Su caso es muy estudiado en el ámbito universitario, marcó un hito en el tratamiento de los trastornos auditivos y la foto del primer plano del niño tan ilustrativa, con los medios existentes en la época, conlleva un mérito enorme por la pericia demostrada al captar el momento justo.
El profesor Wormster defiende la tesis de que existe un paralelismo notorio entre la vida llevada por Harold, alterada al percibir el ruido por primera vez y el mito de la caverna de Platón. Los hombres encadenados dentro de la cueva consideran como verdad, como realidad, a las sombras de los objetos, debido a que es lo único que han visto desde su nacimiento y no saben lo que realmente ocurre detrás del muro: «colega Jason, fíjese con atención en la expresión del niño. ¿Qué le sucede? Su mirada es reveladora, encierra algo mágico. El hombre que salió de la caverna quedó igual de deslumbrado. En su caso por la luz del sol, en el que nos ocupa, por el descubrimiento del sonido. Ambos experimentaban esa vivencia por primera vez, hasta entonces no habían conocido nada similar en su vida y habían dado por hecho que eso era todo, que su existencia era como las demás. Sucede un punto de giro inesperado y ahora sienten miedo por lo desconocido, por lo que ocurrirá a partir de ese instante.
El doctor Jasón piensa, en su fuero interno, que esa teoría no está suficientemente
sustentada y se dispone a rebatirla mostrando lo que considera vías de
agua manifiestas. Tras un ligero carraspeo, y un par de golpes con el dedo índice para probar su
micrófono, toma la palabra: «Harold es consciente de que tiene una deficiencia
desde edad muy temprana. Sabe que su percepción del mundo no es igual a la del
resto. Ahí estriba la diferencia principal. Si el prisionero que fue liberado
volviera luego a la caverna, tendría dificultades para ver, puesto que sus ojos
estarían adaptados a la luz del sol. Despertaría las burlas de sus compañeros porque les
contaría con angustia que su experiencia en el exterior le había gastado los ojos».
—¿Y no obtuvo esa reacción de burla Harold Whittles por parte de sus amigos
cuando les comunicó que había sentido algo maravilloso, inenarrable, que podía oír?
—. Replicó Wormster.
—Puede que sí, lo que diría
muy poco en favor de ellos. Pero si así hubiera ocurrido, la hilaridad vendría
producida por una causa totalmente distinta. En el caso de la caverna estaría
motivada porque los prisioneros que quedaron en el interior no creyeron ni una
palabra de lo que les dijo su compañero, pensaron que les mentía. Es una
alegoría para explicar la situación del ser humano frente al conocimiento. En
el caso de Harold la burla no estaría producida por considerarlo un mentiroso
sino por la nula empatía de los otros niños. Tenían el sentido del oído en
perfectas condiciones desde su nacimiento y banalizaron el logro conseguido por
Harold gracias a la actuación y al tratamiento, culminado con la colocación el
audífono y su conexión neuronal, por parte del doctor Bradley.
El decano Skinner toma la palabra a continuación. Agarra el micrófono y se dirige al público: «los postulados han quedado claramente explicados y defendidos. Se abre un turno de palabra en el que haré de moderador. Podéis participar levantando la mano, así como dirigir preguntas a los profesores para aclarar dudas y sacar vuestras propias conclusiones. Después procederemos a la votación».
En 1974 el médico Jack
Bradley fue capaz de fotografiar ese momento que pasó a la historia.