Una nebulosa me envolvía, un sopor recóndito, muy profundo no permitía concentrarme. No era un sueño. Mi mente percibía un negro opaco. Mi cuerpo permanecía inmóvil. Poco a poco, conseguí abrir los ojos. Estaba en una cama, pero no era la mía, parecía una habitación de hospital, en penumbra. Unos puntos de luz que se filtraban a través de los orificios de la persiana moteaban la pared. Distinguía los objetos con turbidez. Estaba enchufado a un montón de cables, tenía resecos y con un deje amargo, la lengua y el paladar. La boca cerrada, bueno, en sentido literal no, porque estaba respirando a través de ella. Una especie de ventosa transparente la cubría y abarcaba también la nariz. De allí salía un tubo que seguí con la mirada y acababa embutido en un aparato con varios botones e interruptores y una pantalla, en la que se distinguían varias líneas amarillas oscilantes sobre fondo negro. No me podía mover, Tenía una vía en cada mano. De ellas surgían cables que iban a parar a unos goteros colgados de un pie metálico, pegado a la cama.
Los dolores internos eran llevaderos, probablemente por la sedación, pero me sentía terriblemente cansado. Mi curiosidad hizo que sacase fuerzas de flaqueza. Conseguí levantar un poco la sábana y colar la mirada entre ella y mi abdomen. Tenía una gasa que iba desde el esternón hasta el ombligo, una banda de unos ocho centímetros de ancho sujeta con varias tiras de esparadrapo hipodérmico, por sus bordes asomaban retazos naranjas de Betadine. Comencé a sentirme angustiado, a sudar copiosamente y me sumergí en las profundidades.
Desperté
de nuevo, desconocía el tiempo transcurrido desde el desmayo. No recordaba cómo
y por qué había ido a parar hasta allí, lo que me había pasado. Si me habían
operado de urgencia o era una intervención programada. Me costó abrir los
párpados. Tras mucho esfuerzo logré despegarlos y divisar el mundo a través de
una delgada línea. Estaba sólo. La otra cama permanecía vacía. Se abrió la
puerta y entró una enfermera que se movía con cautela en la semi penumbra. Al
darse cuenta de que estaba despierto se dirigió a mí: «Hombre, José Luis ¿Qué
tal te encuentras?». No tenía fuerzas para contestar. Se oía trasiego de
carritos y de bandejas en el pasillo, debían estar repartiendo la merienda o la
comida, la verdad es que no sabía la hora que era. Se acercó con un termómetro en
la mano y me lo puso sobre la frente. Tras unos segundos se oyó un pitido
intermitente, señal de que había detectado la temperatura corporal. «Treinta y
nueve grados, te ha bajado un poco desde anoche». «¿Desde anoche?». Esa frase
me trastoca, pero no digo nada dadas las circunstancias. Poco puedo decir,
estoy agotado y con la boca tapada.
Supongo que es de mañana, porque un rato después pasa el médico
con el fonendo colgado acompañado de un trío de jóvenes imberbes que revolotean
a su alrededor. Alumnos de MIR o similar, todos con mascarilla. Se me había olvidado
hasta el COVID. Por fin me voy a enterar del motivo de mi ingreso. «José Luis, veo que estás despierto por fin. Buena
señal. Para ser sincero no las tenía todas conmigo, las heridas eran bastante
feas. Todavía estás muy débil para pedirte un esfuerzo mental, a veces fatiga
más que el corporal, pero mañana a estas horas nos pasaremos de nuevo por aquí y
nos contarás algunas cosas que no nos cuadran. La policía se está poniendo
pesada, pero ya les he dicho que de momento tienen que esperar». ¿La policía? Se
me remueve algo por dentro. Hago un ademán señalándome la boca con la mano,
dando a entender la imposibilidad de contar nada en estas circunstancias, pero
el doctor me tranquiliza, dice que no me preocupe, que me traerán una libreta y
en ella debo apuntar todo lo que recuerde, que empiece poco a poco y cuando
recupere fuerzas vaya ampliando datos y hechos.
Al día siguiente me traen la libreta prometida a primera hora,
poco después del desayuno. No tomo ningún alimento, mi dieta es total, así la
llaman, pero lo noto por el ruido de los carritos en el pasillo, por los pasos y
ajetreos de las auxiliares que se perciben y por el abrir y cerrar de puertas. Entra
una enfermera y sube un poco la persiana, por fin luz natural.
Estoy un poco mejor que el día anterior, la debilidad todavía
es acusada, pero les pido que me levanten la cama con el mando para incorporarme
un poco y comprobar si soy capaz de estrenar la libreta. Escribo un par de
frases, con dificultad, con eso me basta de momento. Una hora más tarde aparece
el doctor con el grupo de alumnos, me pregunta formalidades para romper el hielo,
que cómo me encuentro, si he pasado bien la noche y a continuación me levanta
la mascarilla de oxígeno. La sensación es rara, como de liberación. Le respondo
que bien, que dolorido, pero que estoy recuperando poco a poco las fuerzas y el
ánimo. Con el pensamiento. Todo eso le quiero transmitir con mi gesto del
pulgar hacia arriba, porque la verdad es que no me atrevo a hablar. Le extiendo
la libreta y él, con rictus de sorpresa se apresura a leerla. «No recuerdo nada,
así que poco puedo contar» y «exijo una explicación de lo que me ha pasado, de
por qué me encuentro en un hospital en estas condiciones». El doctor me mira y
me dice que tengo tres heridas por arma blanca, así llaman a las puñaladas. Por
fortuna ninguna ha afectado a órganos vitales, pero una de ellas me ha
atravesado el intestino delgado y han tenido que cortarme un trozo como de diez
centímetros. Me encontraron tirado en el suelo.
La
reunión de vecinos va a comenzar, estoy en la mesa presidencial, acompañado por
el administrador y el secretario. He ensayado un poco en casa, delante del
espejo. Es tontería, lo que ocurre poco tiene que ver con lo previsto, pero a
mí me sosiega un poco. Todas resultan tensas, pero esta, espero confundirme, lo
va a ser más, porque el saldo es exiguo y es urgente hacer una buena derrama si
queremos arreglar la canalización subterránea y el alcantarillado. El patio de
la comunidad también presenta hundimientos de aceras en varios puntos y roturas
de mobiliario (Bancos, columpios, papeleras). Muchos años de dejadez, de mirar
hacia otro lado, atendiendo sólo lo imprescindible y, de aquellos polvos, vienen
estos lodos.
Llevo meses buscando presupuestos y navegando en internet
para descubrir fórmulas que hagan menos costosos los arreglos. Han metido cámaras
teledirigidas por las arquetas, han comprobado que están rotos algunos tubos y
despegadas las uniones entre ellos. Un pastizal, aunque creo que podemos ahorrarnos
dinero y molestias si logramos que mis queridos vecinos voten a favor. Me han
hablado de un método novedoso, no es necesario hacer movimientos de tierra, ni excavaciones,
causa escasas molestias a los propietarios y se puede realizar en menos tiempo.
Se inyecta a los tubos interiormente una película líquida que se solidifica
después al enfriarse. El trabajo se realiza desde arriba. Todo les parecerá
caro, muchos de ellos ni escucharán la propuesta, es muchísimo más económico que
el método tradicional. Aun así, me temo
que no querrán rascarse el bolsillo, aunque se hunda la finca. Tuve que
espantar a un par de vecinos cansinos, los típicos que sólo vienen cuando tienen
algún problema, para soltar su perorata.
— ¿Qué hay de lo mío?
—Eso al final Iván, en los ruegos y preguntas, que no está en
el orden del día».
—Es que tengo hora para el pádel.
—Que lo exponga tu mujer.
—Esta se conformará con cualquier cosa, pero a mí no me toreáis
tan fácil, me vais a joder el partido, pero prefiero explicarlo bien explicado
yo.
—Como lo veas.
En la habitación me han realizado una cura a primera hora. Han retirado todas las gasas, han hurgado de lo lindo y me han dejado bastante removido. Me lo han contado a posteriori. No he visto nada porque soy bastante aprensivo, de los que no miran el orificio ni la aguja cuando les hacen una extracción de sangre en las analíticas. Siempre dirijo la mirada hacia un lado o hacia arriba. En este caso hacia el techo. Para ser justo conmigo mismo, no me quedaba otra, por el sitio donde tengo las heridas tendría que haberme incorporado para verlo. Inviable. Han venido dos enfermeras, ya las voy conociendo, aunque a veces cambian el turno y eso me descoloca un poco. Teresa es bastante borde, Nicole todo dulzura. Me han dicho que me moviese lo menos posible, pero no he podido evitarlo porque me dolía y me escocía muchísimo y era difícil permanecer impasible. Así que he dado unos cuantos respingos, aparte de los ayayays y los madremías que sacaban de sus casillas a Teresa. Me llamaba flojo y exagerado «como todos los hombres». Nicole me transmitía tranquilidad y me daba ánimos con su voz. Se acercó cuando estaba más crispado y me puso la mano en la frente para que me tranquilizase. No me quieren decir nada de lo mío, me remiten al doctor Ibáñez. Tienen órdenes precisas. Esa actitud me da que pensar.
La Junta seguía por unos derroteros tranquilos, me estaban dejando exponer la situación, los presupuestos y las propuestas de gasto, exceptuando el runrún de fondo y la gente que hace grupos aparte, pero es inevitable. Esto me animaba y me escamaba al tiempo porque después de treinta años nos conocíamos todos y estaba esperando el envite más pronto que tarde. Este se presentó con un exabrupto cuando íbamos a proceder a la votación para aprobar la realización de las obras con el presupuesto más económico y la derrama consiguiente.
—¡El punto uno no se vota!, —vociferó el copropietario “terminal”
desde el fondo.
Tengo la fea costumbre de bautizar con apodos a los vecinos
por sus actitudes y declaraciones en caliente. He de decir en mi descargo que esos
motes permanecen en mi mente, no los propago. “El terminal”, “el quemabloques”,
“el contable”, “el saltamesas”. En fin, en otra ocasión contaré cuando y por
qué se produjeron estos bautismos. En
todas las comunidades hay personajes un tanto peculiares.
—¿Por qué no se vota, Vicente?
—¡Porque no me sale a mí de los cojones!
No me quedó otra que tirar de ironía y zanjar momentáneamente
la cuestión: «Después de la libre interpretación del derecho de nuestro exaltado
convecino vamos a proceder a la votación a mano alzada».
—Que digo
que no se vota y no se vota —Y, agachándose, cogió algo con la mano que no pude
distinguir y lo lanzó a la mesa presidencial. Era un tomate, el primero de una
lluvia con la que nos obsequiaron él y sus adláteres. Los esquivé como pude,
pero algunos vecinos no tuvieron tanta suerte.
No tuve que expulsarles porque ellos mismos
recorrieron el pasillo que formaban las sillas convenientemente colocadas para
la junta y salieron por la puerta. Costó bastante rato serenar el ambiente,
sujetar a los damnificados y que se pudiera proseguir después de la tomatina.
Cuando entró el doctor Ibáñez, todavía estaba molesto. Me
apaciguó con un gesto porque compendió que iba a ponerme a llorar. Me prometió
que me contaría lo que pasó realmente al final de la consulta. No es que
quisiese ocultármelo, pero tenía que esforzarme en recordar. Formaba parte de
la Terapia. Ya le habían contado sus compañeras lo de la reunión de Comunidad, que
no paraba de relatarlo. Estaba obsesionado y lo fabulaba. Era normal que aflorara
porque era el presidente y debía suponerme una gran preocupación. Me quitó el respirador
y esta vez noté menos angustia.
—Doctor, ¿De qué suceso me está hablando?
—Vayamos por partes, ya sabes algo, que te ocurrió un
incidente. Necesito que hagas un esfuerzo, medites y me digas si hoy recuerdas
algo nuevo.
Estuve reflexionando unos instantes, intentado evocar algún
percance, algo distinto de lo que me había venido a la cabeza hasta ahora.
Aparecieron imágenes nuevas. Las canchas de baloncesto de la calle Manuel Noya,
voces, carreras y chillidos. Era noche cerrada, volvía a casa desde el metro. Había
un numeroso grupo de adolescentes rodeando a otros dos que tenían la espalda contra
la verja. Estaban fuera de sí, moviendo los brazos e iban estrechando el cerco.
Entonces brillaron varios filos en las manos de algunos componentes del grupo.
Uno de ellos levantó el brazo y descargó el puñal contra los del dúo.
Hubo un enteradillo que argumentó que no había quorum suficiente, estábamos cuarenta de ciento diez vecinos, después de los cinco autoexpulsados, pero el administrador le contestó que en previsión a que pudiera ocurrir esto había citado a los vecinos en segunda convocatoria, media hora después de la primera. Como vio que se le quedaba cara de pazguato, continuó su perorata, abrió un libro que tenía encima de la mesa por donde estaba colocado el marcapáginas y leyó en voz alta: «la Ley de Propiedad Horizontal en su artículo 16.2 expone que si a la reunión de la Junta no concurriesen, en primera convocatoria, la mayoría de los propietarios que representen, a su vez, la mayoría de las cuotas de participación se procederá a una segunda convocatoria de la misma, esta vez sin sujeción a quórum». Así que los aguafiestas punto en boca. Aunque siguieron rezongando por lo bajo todo el rato, no lograron su objetivo: evitar a toda costa la votación.
Echados por tierra todos los intentos
de boicot, aplacados los vecinos díscolos, silenciados los “catedráticos” y
desalojados los impresentables, por fin se procedió a la votación. Salió favorable
por los pelos y me llevé un alegrón. Soy así de raro. Es de todos, es común, pero
a más de uno le he oído decir que le trae al pairo, cierra su puerta y el
portal y las zonas comunes quedan fuera, se la suda lo que no esté entre sus
cuatro paredes.
Me tocó escuchar la chorrada de Iván el
del pádel, pero ya con otro talante. La contrata de limpieza tenía que subir a
su casa una vez a la semana porque se le ensuciaban mucho las ventanas y las persianas.
Vivía justo encima de la entrada del garaje y eso no tiene por qué pagarlo él. No
me opuse frontalmente, como hubiese hecho en otra ocasión. Me limité a que se
le echaran encima otros propietarios y en la votación perdió por abrumadora
mayoría. Nos iba a denunciar y llegaría hasta el Constitucional si hiciese
falta. Mejor al de Estrasburgo, pensé para mis adentros. Lo habitual en estos
casos.
Cuando se fueron casi todos, despaché varios asuntos pendientes con el administrador de fincas. Habría que estar encima de los impagados porque si no habríamos hecho un pan como unas tortas. El secretario, mientras, apilaba las sillas con ayuda de dos o tres vecinos. Me quedé sólo recogiendo y estudiando los papeles. Media hora más tarde, salí y cerré la puerta del local de la Comunidad. Al dar la vuelta para dirigirme a casa, surgieron dos bultos en la oscuridad matizada con la luz amarillenta de las farolas del patio interior. Dos chavales de rasgos latinos. Eso quedaba claro a pesar de las mascarillas y el gorro de lana que llevaban puesto. Tenían un palo en la mano. Se acercaron y sin mediar palabra me dieron varios golpes, uno en el estómago que hizo que me doblara de dolor y me quedase sin respiración. Otro en la sien que hizo que cayese al suelo y me invadiese un sopor profundo. No recuerdo nada más.
Laura
está en contacto con control de enfermería. Debido a las restricciones impuestas
por la pandemia no la dejan entrar. Cuando se lo permitan se hará una PCR y
acudirá a visitarme, pero de momento no hay nada que hacer. Nicole me ha dicho
que no me preocupe que seguramente en un par de días la tenga a mi lado. Le agradezco
su manera de ser, que me haga sentir bien dentro de mi deterioro emocional y
físico, pero no entiendo tanta falta de humanidad. Con la excusa del COVID se está
dejando morir sola a mucha gente, sin poderse despedir de sus seres queridos.
Parece que voy a salvar el pellejo por lo que me ha dicho el doctor Ibáñez,
pero me haría mucho bien tener a Laura conmigo en estos momentos.
Hace un rato que se fue el doctor y estoy hecho migas, aunque voy conociendo algo más del motivo de mi ingreso. Hice un gran esfuerzo para acordarme de la noche truculenta. La historia que se abría paso con más fuerza en mi interior era la de las pistas de baloncesto y fútbol sala, la del grupo de desalmados que estaban intimidando a dos chavales y que no dudaron en utilizar machetes, cuando las voces y los gestos pasaron a mayores. Tenía la mochila llena de libros por lo que al echar a correr hacia ellos sentí su peso en la espalda y casi me caigo. Pero antes de acercarme a grandes voces para intentar aplacarles tuve una buena idea, de las que no rondan a menudo por mi cabeza. Saqué el móvil del bolsillo y marqué el 112. Tardaron un minuto en responder. Se me hizo interminable. Les dije donde me encontraba y lo que estaba pasando. No se si llegaron a oírme porque sentí un golpe seco en la mano. El teléfono salió volando y golpeó contra el suelo. Sorprendido miré mi mano que se hinchaba por momentos y me escocía. No tenía a nadie al lado. Me la apreté con la otra para calmar el dolor, miré hacia el suelo donde había escuchado un sonido metálico y descubrí a mis pies unos nunchakus que algún vándalo me debía haber lanzado. Levanté la mirada y descubrí a un individuo joven, de pelo moreno, cresta y con los laterales del cuero cabelludo rapados, que me estaba sonriendo.
Oí que hablaba con voz tranquila, pero firme dirigiéndose a la tribu: «Soldados, este españolazo ha venido a jodernos, a desafiarnos. En vez de seguir su camino quiere unirse a los dominican y ha llamado a la poli. Demostrémosle que no se debe provocar a los Trinitarios». «Yo no quiero provocar a nadie», me oí decir «no me gusta la violencia, pero ya me voy». Grandes carcajadas invadieron la escena. «¿Te vas a ir, justo ahora, cuando empieza la diversión, come mierda?» Escupió el cabecilla e hizo una seña a sus correligionarios. Vinieron hacia mí no menos de cuatro individuos con caras encendidas y brazos musculados llenos de tatuajes. Dos de ellos blandían puñales. Me cagué. Empecé a pedir auxilio a grandes voces y eso, lejos de acojonarlos, los enfureció más. El lanzador había recuperado sus nunchakus y cogiéndolos de un extremo me sacudió un trallazo con el otro a la altura de la pantorrilla. Algo se partió dentro y se destensó, como si fueran las cuerdas de una guitarra. La corva quedó totalmente laxa y caí al suelo. Se lanzaron sobre mi cuerpo con una avidez que me hizo entrar en pánico. A partir de aquí la luz se apaga. Es todo lo que pude narrar sobre lo sucedido al doctor Ibáñez. Creo que bastante. Él cumplió su promesa. Me dijo que era muy buen síntoma de recuperación, que cuanto más recordase mejor y había recordado casi todo. Me recogió el SAMUR, mi llamada entró justita y pudieron localizar el punto donde me encontraba. Cuando llegaron había un transeúnte en el lugar, que también había llamado a emergencias y presentaba un ataque de nervios al verme en ese estado. La sangre manaba de mi cuerpo y el charco cada vez se hacía más grande.
La intervención se prolongó hasta la madrugada. La peor
parte se la llevaron los intestinos, tuvieron que cortar y coser. Perdía mucha
sangre por lo que tuvieron que transferirme tres litros. Consiguieron restañar
el resto de las heridas. Dos profundas, aunque limpias en el abdomen y cuatro o
cinco de menor consideración en los costados. Para completar el cuadro magulladuras
y arañazos repartidos por todo el cuerpo. Me iba a curar, sin apenas secuelas.
Las tripas tardarían en cicatrizar. Habría que obrar con cuidado y tener paciencia,
pero lo harían con plenas garantías. Para celebrarlo me iban a dejar cenar un
poco de puré.
No quiero estar en este mundo. Todo carece de sentido. No
me esperaba esto de Laura. No lo esperaría de ningún ser humano, pero en la
coyuntura en la que me encuentro es tener pelos en el corazón. Hoy me han traído
el móvil, la policía tenía que hacerme múltiples preguntas. Fue rescatado tras
la reyerta por los municipales. Lo he recibido con gratitud e ilusión. Por fin
me podría comunicar con ella y con el resto de los amigos y conocidos. Habían
hecho pesquisas en el entorno de las bandas latinas en el barrio. Viejos
conocidos. La investigación avanzaba a buen ritmo. Los tenían localizados y
estaban intentando descubrir los autores materiales. Era cuestión de tiempo que
fuesen detenidos.
Estaba deseando ponerme al día, así que en cuanto me han
dejado solo, me ha faltado tiempo para echármelo a la cara. Me cuesta manejarlo,
las vías y los cables que me unen a la vida entorpecen los movimientos
dactilares. Me lo han entregado con la batería a tope, todo un detalle. Una chorrera
de mensajes, con sus numeritos, me saltaron a la vista en cuanto introduje el patrón.
A Laura la he escrito y la he preguntado que cuando iba a venir a verme, que
estaba deseando, porque según me había dicho anteayer Nicole debía ser inminente.
Me ha sorprendido, en principio, que no me hubiese mandado ningún wasap, pero he
recordado que sabía que no tenía el teléfono en mi poder, por eso se había
estado informando a través del personal y me habían transmitido sus mensajes
las enfermeras. Su contestación se ha demorado casi una hora y me ha herido más
que las puñaladas de los pandilleros. Me ha dejado como sin sangre. Hay navajazos
sin necesidad de navaja, son perversos y abominables. La fatídica noche me
estaba esperando con las maletas hechas para decirme que me dejaba. Ahora que ya
estaba fuera de peligro no tenía necesidad de fingir. Me pedía perdón y me
debía una aclaración, un último encuentro, cuando me diesen el alta. Juro por lo
más sagrado que no lo vi venir, pero siempre me han dicho que soy un
atolondrado y que no me tomo las cosas en serio. Supongo que me está bien
empleado.
Desde la muerte de
Rebeca la relación, ya de por sí deteriorada, se extinguió, pero había un
acuerdo tácito de convivencia, de cariño, apoyarnos el uno en el otro. Temíamos
la separación definitiva por convenciones sociales y por ser animales de
costumbres. En los últimos años había vuelto, sino la chispa, si las
complicidades. Nos consultábamos las dudas en los proyectos que quisiésemos
emprender, nos interesábamos por el otro, por la noche hacíamos un resumen de
lo vivido y acontecido a lo largo del día, alguna carantoña. Menos el sexo, eso no había vuelto, pero me
consolaba pensando que por nuestra edad es normal que el apetito se atenúe. Últimamente
se ve demasiado con Amanda, amiga de la Universidad con la que retomó el
contacto a través de Facebook, siempre la tenía en la boca, por lo que nuestro
vínculo se había vuelto a debilitar, pero hasta llegar a esta falta de humanidad,
en este momento... Para mí que se ha ido a vivir con ella.
Tuve una recaída bastante severa que truncó la incipiente
recuperación. El doctor piensa que me dieron alimento demasiado pronto, aunque
según lo pautado no tendría que haberme provocado rechazo. Está hecho un lío
porque no le cuadra nada. Me han bajado varias veces para hacerme pruebas de imagen
y de contraste. Me pregunta preocupado, para ver si hay otros motivos, aparte
de los alimentarios, que me hayan alterado. No pienso contarle lo de Laura, que se joda y
que lo adivine, para eso ha estudiado.
Me ha entrado un mensaje de Matías, el administrador. La reunión
para aprobar las obras y la derrama, prevista para pasado mañana se pospone
sine die, hasta que yo pueda asistir.